El Pacto educativo global y el principio del topo

  • Juan Martín López Calva
Desde abajo las condiciones educativas están cambiando, de forma imperceptible

“Precisamente utilizando bien el propio espacio de libertad se contribuye al crecimiento personal y comunitario: «no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre producen frutos más allá de lo que se pueda constatar, porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a veces invisiblemente» (Laudato si’, n. 212)”.

Papa Francisco. Pacto educativo global. Instrumentum laboris, p. 14.

https://www.educationglobalcompact.org/resources/Risorse/instrumentum-laboris-sp.pdf

 

            Dediqué la semana pasada mi artículo que generosamente publica e-Consulta en este espacio a plantear la urgencia de atender y responder al llamado que hizo el Papa Francisco el pasado 15 de octubre para firmar un pacto educativo global que contribuya a formar a las nuevas generaciones en un paradigma distinto que revierta esta cultura del descarte y logre cerrar las fracturas que hoy dividen a los seres humanos –ricos y pobres, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, comunidades y culturas distintas- a partir de un sistema mundo que ha construido una falsa idea de felicidad ligada a la egolatría y al consumo individual de bienes materiales.

            Señalé en ese texto que el llamado es incluyente y no está dirigido únicamente a los católicos sino a todos los seres humanos de buena voluntad. Tampoco se trata de un pacto dirigido exclusivamente a los educadores profesionales que trabajan en las escuelas y universidades sino a todos los agentes sociales que de una u otra manera forman a las nuevas generaciones de ciudadanos del mundo: padres y madres de familia, periodistas, líderes de opinión políticos, empresarios, artistas, escritores, intelectuales, deportistas, etc.

            En efecto, siguiendo el antiguo proverbio africano que dice que para educar a un niño es necesaria la tribu entera, el pacto educativo requiere el compromiso de todos y todas las personas que formamos parte de esta sociedad mundial herida por la injusticia, la guerra, la discriminación, la exclusión y la violencia para revertir los procesos de muerte y poder construir los cimientos de una auténtica comunidad humana planetaria.

            El pacto educativo al que se nos convoca requiere pues de asumir plenamente la corresponsabilidad en la formación de las nuevas generaciones de ciudadanos que cuenten con la visión, los saberes, los valores y la convicción que les permita transformar por fin este mundo y dar a luz la nueva época que llevamos décadas proclamando pero que no ha pasado de discursos, declaraciones mundiales –que por supuesto son ya un inicio importante pero no implican el cambio real- y buenas intenciones.

            Porque como lo señala el mismo documento y comenté la semana pasada, este cambio paradigmático en la educación no va a venir de los gobiernos ni de los grupos de poder que controlan y se benefician del sistema vigente. El cambio tiene que venir de la sociedad civil que se haga cargo de la realidad, dejando simplemente de cargar con ella y quejarse de ella.

            La firma del pacto educativo global tiene que hacerse no con discursos o documentos que se quedan en el papel sino con un compromiso vivo y operante con la transformación real de la educación formal o informal a partir de la propia transformación.

            Pero como decía una amiga en una pregunta que me hizo favor de formular en una conferencia virtual reciente, los profesores están dejándolo todo en esta batalla por formar integralmente a los niños y adolescentes y con mayor esfuerzo y desgaste aún en esta situación de contingencia que mantiene desde hace casi ocho meses las escuelas y universidades cerradas: ¿Será esto suficiente?

            Porque cuando un educador bien intencionado y comprometido con este pacto padece cotidianamente el desgaste y el agotamiento que implican la planeación, la realización y la evaluación de los procesos de aprendizaje a su cargo, cuando se enfrenta a las resistencias de los mismos niños y jóvenes que están decibiendo una influencia (des) educativa de los medios de comunicación masiva y de la cultura imperante, cuando no ve en los padres y madres de familia un aliado que colabora con su labor sino un supervisor que lo vigila tratando de encontrar y magnificar cualquier error que cometa, es natural que tienda a sentir desánimo.

            Porque cuando un padre o una madre de familia comprometidos con la educación de sus hijos constatan la desmotivación por la inoperancia de la escuela como espacio significativo de aprendizaje, cuando ven a un docente que en lugar de interesarse por el crecimiento de su hijo o hija se concreta a cumplir una chamba bajo la ley del menor esfuerzo, cuando constatan que los medios de comunicación ofrecen a los niños y niñas cosas mucho más atractivas pero superficiales y deshumanizantes, cuando ve a su alrededor y constata el triunfo aparente de esta cultura del descarte, resulta también comprensible que se desmoralice.

            Porque un artista, un deportista, un escritor o intelectual, un periodista o empresario que quiere comprometerse con el pacto educativo y dar la batalla desde su trinchera pero se topa con un sistema que lo obstaculiza, que premia la deshonestidad y la lealtad ciega a intereses políticos y castiga el trabajo creativo, honesto y transformador, resulta muy natural que pueda también sentir que no es posible, que no vale la pena.

            Sin embargo, como dice la cita del documento de trabajo del pacto que uso como epígrafe del artículo de hoy, siempre que se usa bien el espacio de libertad propio por insignificante que parezca se contribuye al crecimiento personal y comunitario. No hay que pensar que esos esfuerzos cotidianos no van a contribuir a cambiar el mundo porque siempre producen frutos y provocan un bien que tenderá a difundirse aunque no podamos verlo.

            Leyendo este párrafo del documento pensé en mi amiga y su pregunta, pensé en que esta es la respuesta, que aunque no es suficiente siempre vale la pena porque aporta milímetros de cambio, pequeños granos de arena a la transformación del mundo o a la formación de personas que van a transformar el mundo.

            Pensé además en los principios de esperanza en la desesperanza que plantea Edgar Morin en su libro Educar en la era planetaria y me consoló volver a revisar el principio del topo, ese principio que dice que así como el topo “cava sus galerías subterráneas y transforma el subsuelo antes de que la superficie se vea afectada”, así los esfuerzos humanos pequeños pero sostenidos, cotidianos, impregnados de significado, sencillos, casi impercebtibles, van generando desde abajo las condiciones para que en algún momento propicio en el que tal vez nosotros ya no estemos para verlo, emerja el cambio a la superficie de la realidad humana y se transforme el planeta en un lugar más propicio para que se desarrolle la vida humana auténtica.

            Como dice bellamente Baraldi interpretando a Morin: “…el vivir crea la esperanza que hace vivir…”[1] El pacto educativo global nos invita a vivir nuestro rol social con visión de formación de las nuevas generaciones en el servicio a los demás y el compromiso con el bien común para generar la esperanza indispensable que haga vivir –y no sólo sobrevivir- a la humanidad del futuro.  

           

 

 

 

[1] Victoria María Milagros Baraldi. Leer a Morin. Notas para comprender nuevos y viejos problemas , p. 9. http://www.scielo.edu.uy/pdf/ic/v6n2/2301-0126-ic-6-02-3.pdf

 

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).