Quien no conoce la historia...

  • Oscar Gómez Cruz
Pero quienes conocen la historia y la repiten, solo tienen un calificativo

...Está destinado a repetirla. Pero la cosa se pone peor cuando hay personas que SÍ la conocen, pero por intereses personales, de grupo o de supervivencia, deciden repetirla de manera consciente, a sabiendas de que las cosas no van a terminar bien para la mayoría. Para ellos puede que sí, porque obtendrán riqueza, impunidad y el consecuente "respeto" que esto implica a futuro, en una sociedad como la mexicana, que olvida y perdona rápidamente.

Aparentemente no importa el origen de la riqueza, mientras se tenga, se es "Don" o "Doña" Fulanita. De ahí que nuestro país transita y transitará durante los años por venir, en un ciclo destructivo en materia social, política y económica.

No hay consecuencias, porque todo el sistema opera de la misma forma. Pareciera que "romper la rueda", no conviene a quienes manejan el poder del sistema en turno, por lo que castigan solo a algunos, a modo de mensaje para el resto; como una reafirmación de poder, una especie de mensaje siciliano en el que está implícito el "si te metes con el poder, saco tus trapos sucios y te aviento el aparato".

Esta manera mafiosa de conducir al Estado durante tantos años, ha "perfeccionado" la actuación de cada uno de los entes. Es decir, los que están dentro de la política tiene un guion de sumisión al poderoso al cual apegarse, cuestionado solo cuando resulta rentable y poco peligroso o cuando de plano debe haber rompimiento, por así convenir en lo electoral.

La sumisión absoluta al poder se remonta a tiempos prehispánicos, y continuó durante la conquista. Incluso después de la independencia de México, ¡lo primero que se instituyó fue un imperio! Y cuando ya estábamos preparando una República, ¡fuimos hasta Austria por otro emperador!

Nos encantan los "Tlatoani". Al terminar la Revolución, los generales se hicieron dueños del país, sustituyendo y usurpando en muchas ocasiones, todo aquello que durante la lucha sangrienta decían que estaba mal de los terratenientes y hacendados. Ahora ellos pasaron a ser dueños y los nuevos ricos, con una falsa percepción de "merecimiento". Así comenzaron las balaceras, asesinatos, matanzas, pleitos y disputas que llevaron al país a una crisis de poder.

Esto hasta que llegó Don Plutarco Elías Calles, un visionario que entendió que nadie podía disfrutar de las mieles del poder y la riqueza estando tres metros bajo tierra. El visionario general tuvo una gran idea e iniciativa: ¡repartir el pastel!

Sí, creó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), y lo hizo no como un avance democrático, ni teniendo en mente la representación de los pobres y campesinos; fue una idea brillante para poner las reglas del juego y hacer que los frutos de la lucha revolucionaria "alcanzaran para todos" los caudillos.

Ese sistema se fue perfeccionando con reglas escritas y otras NO escritas. En resumen, la base era simple: el presidente manda, es como un rey sin corona. Los otros dos Poderes tendrán dinero y protagonismo, pero el presidente les dice qué hacer y cuándo hacerlo.

Para crecer en el sistema, “no la hagas de pedo”. No cuestiones de más ni sugieras mucho, más bien "flota”. Si el presidente tiene una idea o iniciativa, debe ser apoyada por todos los miembros del sistema, so pena de veto, castigo, destierro, encarcelamiento, despojo, cancelación de negocios o contratos.

El poder del presidente era absoluto e incuestionable. Los funcionarios de más alto nivel podían tener o no preparación académica en sus áreas de competencia, lo importante era la completa lealtad al líder, al Tlatoani, al caudillo, al mesías, o sea, al presidente.

Pero con el paso de los años, los poderosos se dieron cuenta de que necesitaban gente preparada, capaz, estudiada en las mejores universidades del mundo, para dar resultados reales en una que otra área del gobierno, porque el Estado requiere equilibrio para que la maquinaria del sistema siga produciendo lo necesario para repartir.

Y así comenzaron a llegar a las posiciones más altas de poder los denominados tecnócratas. Con altas calificaciones técnicas, poco roce con el pueblo y una visión de mercado, entendiendo la evolución mundial y el papel de México como actor, en un planeta interconectado en todos los sentidos.

En las décadas previas a esta etapa, nacieron partidos como Acción Nacional, con movimientos de personas de clase media, profesionistas, pequeños empresarios y ricos venidos a menos,  que no se veían beneficiados por los grandes negocios reservados para una élite empresarial, consentida por el sistema y el presidente en turno; y al mismo tiempo, no se interesaban ni beneficiaban de las dádivas que el gobierno otorgaba, a través del entonces Partido de la Revolución Mexicana (la evolución del PNR y el antecesor del PRI) a las masas que controlaban como su base electoral.

Esta naciente clase media sí quería democracia, sí quería un cambio, pero también quería una rebanada del pastel, quería ser un jugador en ese poderoso y engrasado sistema.

Y así, con el tiempo y con muchos cambios, llegó por fin al poder en el año 2000 un empresario, una persona que más que un político o un estadista, era un actor, un pugilista sin retórica compleja y con mensajes claros que señalaban lo obvio: el PRI debe de salir del poder después de 75 años de manejar el sistema a su gusto y de cometer abusos, a través de un sistema corrupto que sólo beneficia a unos cuantos.

Y el partidazo cayó.

Pero nada cambió. Solo se generó un balance de poder con el Legislativo, donde se refugiaron varios de los miembros del PRI y otros del PRD, en ese entonces el partido dominante de izquierda, que ya gobernaba la Ciudad de México.

Vicente Fox nunca fue un panista, era un empresario descubriendo los niveles de acceso y poder que proporciona la Presidencia de México, el poder absoluto, la cultura del "Sí señor", la cual fascina porque cuando el poderoso pregunta qué hora es, su entorno le responde: "las que usted ordene señor presidente".

Fox y el PAN no desmantelaron en nada ese sistema, más bien se sumaron a él. Su esposa, los hijos de ésta y algunos colaboradores, se volvieron los nuevos poderosos, los nuevos ricos y los nuevos intocables.

El Partido Revolucionario Institucional regresó al poder con Enrique Peña Nieto y el viejo PRI como consejo de administración, después de un gobierno del PAN, encabezado por Felipe Calderón, donde se hizo cotidianamente mediática la violencia y las guerras entre los cárteles de la droga, que de facto manejan México.

El gobierno de Peña Nieto transcurrió entre el regreso de las formas del PRI al poder. La diferencia fue que, los medios, las redes sociales, una sociedad civil más participativa, un Poder Legislativo más diverso y un caudillo llamado Andrés Manuel López Obrador, recorrieron el país; generando un movimiento y manejando día a día una misma narrativa: "la corrupción se ha apoderado de México, donde un grupo controla todo y a los pobres no les toca nada. La corrupción está administrada por empresarios y políticos por igual, son una "mafia del poder", que viven en la ostentación, en la fantochería y rodeados de privilegios. Eso debe terminar".

Y la narrativa pegó duro.

López Obrador llegó a la presidencia.

Hoy vivimos en un país con un sistema de poder que se parece muchísimo al de los años 70; donde un solo hombre decide el rumbo de México sin oposición alguna. Un México en el que se sigue lucrando económicamente con la pobreza y la desigualdad. Un país polarizado como nunca, ante una visión estatista y que pretende regresar a una economía cerrada, destruyendo las instituciones que no considera útiles para su proyecto.

El que no conoce la historia, está destinado a repetirla; y los que la conocen y la repiten, solo tienen un calificativo que no menciono en este espacio por respeto.

 

Oscar Gómez Cruz

 

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Oscar Gómez Cruz

Maestro en Asuntos Internacionales de Negocios Universidad de Columbia. Maestro en Administración Pública INAP. Egresado de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard. Es presidente de 2TRES15