Triste Presidente

  • Elmer Ancona Dorantes

Al presidente Andrés Manuel López Obrador se le ve triste, con toda seguridad porque no le están saliendo bien las cosas, al menos no como las había planeado; sus mismos colaboradores no están respondiendo como él quisiera. Eso no es bueno para México.

El “efecto espejo” es lo que más debe preocuparnos como país: si tenemos un Presidente de la República corrupto, con toda seguridad habrá un gabinete corrupto y, por supuesto, una sociedad poco inmune a este cáncer social. Ahí está el caso de Enrique Peña Nieto.

Si México tiene un Mandatario triste, apático, mediocre, con toda seguridad la sociedad actuará de la misma forma. Eso lo hemos visto en sexenios pasados. Un claro ejemplo: Miguel de la Madrid Hurtado.

Con los panistas Felipe Calderón Hinojosa y Vicente Fox Quezada los mexicanos tuvimos gobiernos “cerrados”, poco tolerantes, poco dispuestos a escuchar a los grupos de presión social que clamaban respuestas a sus demandas.

Muchos panistas se enriquecieron a manos llenas mientras se daban golpes de pecho en las iglesias; otros actuaron de manera poco cristiana cuando ese espíritu obliga abrir el corazón a los más desamparados. El de ellos fueron gobiernos sin pena ni gloria.

Con López Obrador tenemos un gobierno atorado en su propia confusión, en su propia utopía de “nación gloriosa”, en sus propias luchas partidarias donde el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) no termina de responderle, incluso, que lo traiciona.

Por más que en lo personal lucha contra lo que le aturde, contra lo que aborrece -la corrupción-, al Jefe del Ejecutivo federal se le ve caminando en solitario por los pasillos de Palacio Nacional.

A sus “eruditos” en materia de salud -los científicos-, los han tupido en serio por no saber controlar este mal llamado Covid-19; porque mienten y ocultan lo que a todas luces es inocultable: la muerte está rondando y causando más bajas en todo el país.

Los “sabihondos” en materia de medio ambiente y energía -burocracia ignorante- no terminan por lograr un golpe de éxito; por el contrario, están cavando la tumba del campo y de sector energético con políticas púbicas contrarias a lo que mandatan los organismos internacionales.

Por no coincidir con estas anacrónicas decisiones políticas, el titular de la Semarnat, Víctor Manuel Tolero Manzur, renunció esta semana al cargo -salió despavorido-, quedando en su lugar una bella dama que de medio ambiente no sabe nada: María Luisa Albores González. Ni hablar.

Y así nos podemos ir, uno por uno, con todos los integrantes de su gabinete que no lo entienden, o simplemente, que no comulgan con muchas de sus políticas públicas.

La misma secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, dijo hace unos días que no está de acuerdo con quitar el fuero constitucional al Presidente de la República (por aquello de las venganzas políticas que pondrían en riesgo su vida).

“Pero este es un asunto de particular interés de López Obrador y hay que apoyarlo”. Más clara no pudo ser.

 

En cuanto a Morena…

 

Los dirigentes de Morena, Partido del Trabajo (PT) y Partido Encuentro Social (PES) -quienes dicen ser sus aliados-, se están subiendo a las barbas del Presidente: no quieren obedecerlo, no quieren seguir sus instrucciones.

Impulsar desde Palacio Nacional y a través del Tribunal Electoral una consulta popular (telefónica) para renovar la dirigencia del Movimiento, fue tomado como una afrenta y una intromisión a la vida interna del partido.

Vulnera los estatutos de Morena, agrede las decisiones de un cuerpo colegiado (Consejo Nacional) y permite el ingreso de terceras personas (TEPJF e INE) a la vida interna del Movimiento. Y López Obrador lo alienta.

Hay, por lo menos, cincuenta morenistas de gran calado, entre ellos Porfirio Muñoz Ledo, que le han dicho al fundador que está llevando a la “derechización” y al “conservadurismo” a Morena.

Le han dicho hasta el cansancio que con sus decisiones está golpeando los principios de la “izquierda”. Y el Presidente no les hace caso.

En el PT, Gerardo Fernández Noroña le gritó desde la Cámara de Diputados: “Mi General, si ya tengo tomada la plaza ¿por qué quiere entregarla a los conservadores?” y remató con un histórico “¡El Presidente de la Cámara soy yo!”. Nada qué decir al respecto.

Mario Delgado, su incondicional en la Cámara Baja y en el propio Movimiento, prefirió dar la espalda a López Obrador que enfrentarse a toda la jauría de diputados de izquierda, encanijados por entregar la Mesa Directiva a los priistas.

No hay duda. Al Presidente de la República se le ve triste, se le ve caminando en solitario. Eso no es bueno para el país, eso no es recomendable para los mexicanos, sin importar distingos partidistas ni doctrinales. Y apenas son dos años de gobierno.

Hoy los mexicanos ven a un Presidente triste… a un triste Presidente.

 

@elmerando

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Elmer Ancona Dorantes

Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y Maestrante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. Catedrático. Escribe en diversos espacios de comunicación. Medios en los que ha colaborado: Reforma, Notimex, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.