Confesiones de encierro

  • Alejandra Fonseca
De vicios y verdades

“Ya ni sabes qué son los días; tenían 24 horas y su propio orden y propósito; iniciaban con rituales matutinos: levantarte, tender tu cama, desayunar, bañarse y arreglarse para salir; cuando terminaba, también venían los rituales del descanso: cenabas, lavabas tu cara, tus dientes, te ponías la pijama y el sueño llegaba solo. Ahora parece que el día se alargó y prolongó a meses; hemos vivido seis meses como si fuera un día, y la noche se ha convertido en un alucine interminable, ¡no duermes!, no concilias el sueño, te la pasas tratando de meditar, de contar del cien al uno sin perder el orden pero no sientes el peso que cierra tus párpados cuando el ruido de tu mente se va alejando y deja un eco que te arrulla.

“Antes te quedabas en cama sólo si estabas enfermo o algún domingo de flojo; ahora te puedes quedar en pijama y hacer sólo lo urgente, todo lo demás lo puedes posponer. La hora sólo importa si tienes conferencia virtual o fecha límite de envío de un escrito, pero para lo demás, no cuenta; puedes trabajar de día, de tarde, de noche o madrugada y no importa mientras mandes tu trabajo, y si se te da trabajar de corridito te echas 24 horas y cuando acabas, no importa la hora del día, duermes como bebé. A veces, por la tarde, me pongo a cortar el pasto, plantas y arbustos del jardín, recojo todo sólo porque quiero estar cansado al llegar a la cama ¡y no saber más!

“El insomnio es el gran personaje de este encierro: me ha acompañado cada noche, quieto y silencioso, sentado en la orilla de mi cama, con su cuerpecito humilde, frágil, liviano y transparente, y su mirada opaca y fija en mi rostro. Me mira sin burla, pero no se va; no es una presencia deleznable o incómoda pero tampoco es grata; y ahí puede quedarse a mi lado las horas oscuras sin intervenir en mi sueño, pero no me deja dormir; no se interpone en que el peso de los párpados cierre mis ojos, ni tampoco en la inútil y sombría secuencia de los bizarros pensamientos de mi mente. No. El insomnio no estorba mi sueño ni mi descanso, acompaña la vigilia sin sentido y sin mensaje alguno porque sabe que fui yo quien lo apela, quien lo lama y le abre la puerta de par en par para que entre y le ceda la orilla de mi cama para que, etéreo y mudo, se asiente perenne.

“El insomnio es incólume: si lo quieres espantar, más se enraíza; si lo ignoras, más brillo alimenta su ennegrecida mirada; si le gritas, ni mueca hace; si lloras, no emite conmiseración alguna a tu desesperación; si te duele tu culpa, hace un vacío sordo; si el miedo te carcome, no evita su infinito; si la envidia, los celos, la decepción y el enojo aparecen, está indemne, queda ileso, está salvo! 

“Pero a fuerza de constancia durante estos seis meses, hallé que el insomnio no sólo trae mórbidos males y pretendida locura; en su infinita inmunidad encontré su obsequio, ofrenda a mi lealtad y entrega: Una noche, en la persistente manía de no poder dormir, hurgué en mi celular y encontré un audio antiguo donde mi difunta madre, quien nunca emitió palabra alguna de aprecio, amor o atención hacia mi persona desde niño; se dirigió a mí por nombre, señalándome directamente, y después de su afectuoso mensaje escuché las palabras más dulces y deseadas por mí durante toda mi vida, dichas con firmeza, convicción y sinceridad: ‘I love you’. 

“Reconocí al insomnio su tozudez; si ese fue el precio para por fin ¡llenar con verdad mi alma! ¡Gracias!”

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes