(…) Y ¿a dónde el Estado, a dónde el porvenir?

  • Marcela Cabezas

A la sombra del escenario pos pandémico del Covid-19 hoy emerge como resquicio del pasado inmanente una sucesión de masacres a civiles por parte de grupos ilegales en diversos puntos geográficos del territorio colombiano. Tal evento no es novísimo en un país históricamente afectado por la violencia, más hoy invita a re-pensar si, se trata de una vuelta de hoja atrás o más bien de la latencia de sociedades sumidas en estado de naturaleza aún tras miles de años de evolución del Neanderthal.

Colombia y México, dos países que se figuran cierta relación de compadrazgo en términos socio-culturales, también confluyen en hechos de violencia presentes en diversos puntos geográficos y la diversidad de actores legales e ilegales que disputan el poder territorial.

Si bien es cierto, en Colombia el pacto de elites políticas con el narcotráfico en los noventa y el posterior proceso de paz propiciarían el desmantelamiento de éste mayúsculo foco de violencia, dichos focos hoy se muestran vivísimos recordando que el fin particular aplasta la vida como un simple medio. Por su parte, por estos días México conmemora la masacre de San Fernando del 2011 perpetrada por narcotraficantes donde murieron 76 inmigrantes sin que hoy se allá hecho justicia.

Con el ánimo de contextualizar la escena sin entrar en mucho detalle, desde el pasado 11 de agosto el cumulo de acciones violentas en territorio colombiano va en escalda. Cinco jóvenes entre 17 y 25 años fueron acribillados en un cañaduzal en el oriente de la ciudad de Cali, en adelante se han sucedido cinco masacres más en los departamentos de Nariño, Arauca, Cauca y Antioquia, teniendo como población agredida colegial y universitaria. https://www.eltiempo.com/justicia/conflicto-y-narcotrafico/cinco-masacres-en-11-dias-dejan-30-victimas-en-colombia-532252

Frente al hecho las autoridades gubernamentales expresan su repudio, más tal estadio de violencia es mucho más complejo: detona conflictividades territoriales de antaño, situación de precariedad económica y social característica de la región y la presencia de grupos minoritarios abandonados históricamente por el Estado.

En Colombia como en México se divisa un elemento en común: la presencia de actores armados que reducen con saña a la población civil por un lado, y por el otro, el Estado que brilla por su ausencia en los territorios geográficamente distantes. De allí que se considere como detonante la disputa por el control del territorio, entre otros factores.

Llevando esto a tono con la reflexión filosófica clásica de Hobbes quien desentrañó la complejidad de la vida en sociedad partiendo de la simpleza de la naturaleza humana, retumban algunas de sus frases sobre la vejación del hombre a ambiciones y pasiones que sobrepondrá por encima del bienestar del otro. De forma que un estadio de paz sólo era posible una vez el hombre renuncie a sus apetitos naturales* y ceda ante un tercer omnipresente y objetivo que tendría como función central departir y garantizar seguridad en comunidad.

En la tarea de garantizar este bien bajo la máxima de que no nos matemos entre todos*, el Estado, depositario de los derechos naturales de los ciudadanos despliega su maquinaria institucional y violencia legítima a lo largo del territorio soberano. Más esta tarea falla hoy día por dos frentes: un Estado cooptado por grupos ilegales que disputan el poder y la acción y/u omisión ímproba de sus agentes; a la intemperie de esto se sitúa una ciudadanía fragmentada que se enfrenta día a día a las fallas institucionales y los apetitos naturales de diversos grupos armados.

En este sentido, la situación violenta actual reflejada en las continuas agresiones a la sociedad civil que tienen como objetivo eliminar al opositor es mucho más compleja hoy, dado que se ensaña con la población que perfila ser el futuro de una generación y en general de todo un país. Se destaca también el menosprecio a grupos que han sido históricamente minimizados de la esfera pública, como son los jóvenes, las mujeres, los migrantes – en el caso mexicano- , los campesinos, etc.; quienes representan aquellos resquicios de una sociedad fragmentada bajo el contexto de un posconflicto que en Colombia dista de ser una tarea acabada.

El narcotráfico como elemento común ha sabido también enraizar lazos “fraternos de conflictividad” entre México y Colombia, en tanto que la influencia de carteles mexicanos y de delincuencia común en el suroccidente colombiano hoy es latente. Bien se sabe que una de las expresiones de este fenómeno es la saña por destruir la vida en advertencia a los pobladores sobre su poder y presencia territorial en ambos países, la evidencia es amplia al respecto.  

Frente a esto, vale la pena traer a colación ¿estamos ante la presencia de grupos  que se saben poseedores de la facultad de quitar vida o dejar vivir? ¿a dónde la presencia del tercer omnipresente dador de seguridad en sociedad?, y,  a la sombra de esto, cuál es la concepción de “vida” que hoy reina, en tanto que asistimos a una época de deshumanización inserta en el brote de apetitos naturales*.

Así las cosas, a miles de años de evolución  de la raza humana y de la teoría del Estado moderno por parte de ésta, estamos en un momento de crisis social,  política y existencial que no es en sí misma un nuevo fenómeno, sino más bien la expresión de que “no todo tiempo pasado fue mejor” y, de que el pasado pesa, pesa tanto que aún moldea la moderna sociedad.

Notas

(*) Hobbes Thomas (2007) El Leviatán, o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. FCE, México.

 

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Marcela Cabezas

Magíster en Ciencias Políticas y politóloga colombiana. Catedrática y columnista en prensa independiente.