Poder y dinero, la vieja historia de siempre

  • Verónica Mastretta
Una historia que de tanto repetirse aquí y allá se vuelve invisible.

Lo voy a contar de nuevo porque viene al caso recordarlo. Es la historia de un momento clave en la historia del siglo XX. Una historia que de tanto repetirse aquí y allá se vuelve invisible. El gran capital -dicen los que saben- tiene intereses, no convicciones y principios. Su prioridad es trabajar a favor de ellos y tratarán con quien sea para tratar de conservarlos.  Por eso colocarán apuestas en varios espacios y de manera simultánea sin ningún dolor de conciencia.     

 El 20 de febrero de 1933, los 24 industriales y empresarios más poderosos de Alemania llegaron al Reichstag, la sede política de Berlín.  El motivo de la visita era entrevistarse con el recién nombrado canciller,  Hitler, respondiendo a una invitación de Göring, presidente del parlamento alemán en ese momento.  Detrás de esos hombres hoy olvidados, aún perduran muchos de los intereses, las empresas y los bancos que ellos heredaron e hicieron poderosas: BASF, BAYER, SIEMENS, Telefuken, por solo nombrar algunas.  Esos 24 señores presentes en el palacio del parlamento eran los poderes fácticos del momento, el clero de la gran industria, sus sacerdotes. Cruzan por los elegantes pasillos del palacio y suben por sus magníficas escalinatas sin sorprenderse, ellos tienen sus propios palacios. Esperan en la sala privada impasibles, como 24 calculadoras a las puertas del infierno. Llegaron ahí con cierta reticencia hacia Hitler, un advenedizo,  el nuevo poder emergente. La entrevista servirá para que todos los participantes hagan sus cálculos.  Los 24 líderes han ido a eso, a pactar con el poder para prevalecer y ser eternos. La invitación no los tomó por sorpresa. La mayoría ya son mayores y aprendieron de sus padres  a codearse con la clase política, a dar comisiones y pagos por debajo del agua.  La corrupción era para ellos una carga inevitable en el presupuesto de las grandes empresas. Por supuesto se le llamaba de diferente manera: gratificaciones, financiamiento de partidos, apoyo de causas nobles, comisiones, contratos ventajosos.  A eso han ido, a que les pidieran un dinero que estaban perfectamente acostumbrados a dar, aunque siempre fijándose en que la inversión valiera la pena y tuviera futuro. Se abrió la puerta y entró Hitler. Quienes no lo conocían tenían curiosidad de verlo. Se dicen tantas cosas de los poderosos. Se les puede pintar como encantadores o como sátrapas y ellos se encargan de alimentar una u otra faceta. Ese día Hitler estuvo encantador. Nada mejora más a un político que el periodo de la conquista. Repartió apretones de manos y fue cálido y amable con todos. Su propuesta fue muy concreta: necesitaba de su apoyo para ganar las siguientes elecciones y garantizar que por el bien del país, después de esas elecciones no hubiera otras por un buen rato, digamos diez años, o de ser posible, en cien.  De preferencia , en mil.  Todos abrieron sus carteras con generosidad: la estabilidad es fundamental para los negocios y la prosperidad. Tan solo Gustav Krupp, el magnate del acero alemán,  donó un millón de marcos. 

Los 24 hombres que formaron parte del arreglo con Hitler y que le dieron su complicidad, silencio y el poder total en 1933, siete días después de ese encuentro,  propiciaron  que el imponente edificio del parlamento alemán  volara por los aires junto con Alemania entera al final de la segunda guerra Mundial.  Ellos y sus empresas sobrevivieron al régimen y financiaron después de la caída del Tercer Reich a numerosos partidos, siempre de acuerdo con los beneficios esperados. 

¿Porqué nos sorprendemos todavía con los videos, grabaciones, pactos, cambios de bando,  delaciones,  consejos asesores y andanzas palaciegas con los que se nos entretiene en estos días? Es la vieja historia de siempre y ya nos sabemos el final.

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Verónica Mastretta

Licenciada en Relaciones Internacionales, especializada en temas de comunicación, sustentabilidad, medio ambiente y gestión social