Los tenis rojos

  • Ignacio Esquivel Valdez

Estoy en mi cuarto junto a la ventana viendo unos tenis rojos colgados de los cables de luz. Se sostienen de sus propias agujetas amarradas y parecen mecerse despreocupados. Supongo que al aventarlos a ese lugar dieron una vuelta sobre el cable de modo que quedaron bien atorados.

            Hace dos semanas en este mismo lugar me encontraba haciendo la tarea de Ciencias Naturales, cuando mi hermano Luis llegó a nuestro cuarto. Su charla casual no era la de siempre y más extraña fue su pregunta:

            ─Oye Feli ¿Hay algo que desees mucho en la vida?

─Pues, terminar la secundaria

─No, algo que sepas que no vas a poder tener tan fácilmente.

─¡Ah! Me gustarían mucho unos tenis rojos que vi en el tianguis.

─¿En el puesto de la Mary?

─Sí, esos mismos, están padres, pero ¿Por qué la pregunta? ¿Hay algo que tú deseas mucho en la vida?

Luis se puso serio, como aquella vez que perdió lo de la colegiatura y nos tuvimos que regresar a casa caminando durante dos meses para poder completar el pago antes de que les avisaran a mis papás.

─Bueno, es que… ─se interrumpió él mismo.

─¿De qué se trata?

─Mmmmm, esteeee… lo que pasa es que hay una chava de tu salón me late mucho, Ale, a la que le prestabas tus apuntes cuando se enfermó, me gustaría que fuera mi novia.

─Pues si no se lo dices, nunca va a poder ser.

─Pero ¿Cómo se lo digo?

─Bueno, no de sopetón, porque seguro te manda a volar, tampoco le eches mucha historia al asunto, porque se aburre y también te manda a volar, díselo poco a poco, ve conociendo lo que le gusta, como su color favorito, su música preferida y cosas así para que vayas haciendo una conexión entre los dos.

─¡Bien carnal! Por eso bien a verte, pero cómo sería la mejor manera de decírselo, a mí me da mucha pena hablar y no me saldrían las palabras.

─Pues por escrito, con recaditos.

─¡Úchala! No más que le dé el primero, no voy a querer darle los siguientes.

─¡Ah! Pues no le digas que son de tu parte, así le despertará el interés y querrá seguir recibiendo los recados y con el último que se revele el misterio escribiendo tu nombre.

─¡Qué buena idea! ─dijo Luis mientras su mirada se perdía en el horizonte imaginando la escena en la que ella leía un papel que tuviera escrito “Luis”.

Al día siguiente supe que mi hermano entro a trabajar en una panadería después de la escuela y desde entonces llegaba a casa con una bolsa de bolillos. El primer día dejó la bolsa en la cocina y se subió a nuestro cuarto, se sentó en la mesita a tratar de escribirle algo a su pretendida, pero no más movía la cabeza y arrugaba papeles con tan sólo unas cuentas palabras.

─Feli ¡Tienes que ayudarme! No se me ocurre anda ─volteó a decirme con cara de súplica.

Le pedí la silla, saqué una hoja y mis plumas de tintas de colores. Escribí un breve recado inicial, sencillo y tierno. Mediante dobleces, que había aprendido en la secundaria, hice un sobre parecido a una carta miniatura y en él escribí “Para Ale” rodeado de unas rosas dibujadas. El mensaje fue entregado el día siguiente.

─¿Qué le dijiste? ─pregunté intrigado.

─Que alguien le había mandado esto y que, aunque yo sabía quién lo enviaba, no podía decirlo.

─Muy bien hecho, mi chavo, ahora vamos a escribir el siguiente, y se lo entregas mañana.

Así fueron pasando los días, yo escribía los mensajes en las mañanas y Luis los llevaba en la noche, después de salir de trabajar, encantado de la vida. No importaba que cayera un diluvio y él terminara empapado y el pan hecho sopa, él llegaba hasta cantando.

 Al segundo sábado de trabajar le dieron su primera paga a Luis y todos pensaron que se compraría algunos antojos, el álbum del mundial de futbol o, incluso, la secreta demostración de hombría delante de los cuates, una cajetilla de cigarros, pero yo sabía que de seguro lo reservaría para algún regalo en caso de tener una respuesta positiva el lunes siguiente, día elegido para develar el misterio.

El domingo nos fuimos como siempre a jugar futbol y dado que había llovido tanto esos días, el partido fue como una película cómica con caídas, resbalones y el balón frenándose en los charcos. Terminados cero a cero y con los uniformes tan enlodados que ya sabíamos que mamá nos pondría a lavarlos. No obstante, Luis me pidió que lo acompañada al tianguis y caminamos en dirección a un puesto de flores.

─No seas menso, todo mundo se va a dar cuenta y no te vas a acabar la carrilla. ─le dije discretamente.

─No, si no venimos aquí, es por acá.

Caminamos dos puestos y llegamos a donde la Mary vendía. Luis le pidió le entregara los tenis rojos que había apartado, ofreciendo el importe de los mismos. No pude evitar una expresión de inesperado agrado y por supuesto que pensé que me estaba pagando el favor de los recaditos.

─¡Son tuyos! ─me dijo.

Su actitud me conmovió. La Mary le ofreció una bolsa de plástico, cuando de pronto escuchamos una voz conocida a nuestras espaldas.

─¡Hola Felipe!

Volteamos al mismo tiempo y nos quedamos perplejos por la sorpresa, era Ale quien me saludaba sonriendo. Mudo, me concreté a verla acercarse y escuchar:

─¿Cómo serás de tímido que mandaste a tu hermano a decirme lo que yo ya sabía? ¡Por supuesto que quiero ser tu novia!

Esa declaración me dejó las manos heladas y la cara ruborizada. Lo único que atiné a decir fue

─¿Cómo sabes que no es otro?

─Sencillo, de inmediato reconocí tu letra y tu forma de escribir.

Y dicho esto me plantó un fugaz beso en la mejilla muy cercano a la comisura y se separó sonriendo pícaramente. De igual forma, pero en sentido opuesto, Luis se fue de la escena con el rostro hecho una furia. Sin saber que decir ni a uno ni a otro, ambos avanzaron perdiéndose entre la gente, pero yo seguí a mi hermano. Al tratar de alcanzarlo, los tachones se me resbalaban en el pavimento y cuando quise saltar un tope, el pie derecho se me patinó y caí de rodillas. Con tal de buscar las palabras adecuadas no me di cuenta en ese momento que estaba cojeando y con un hilo de sangre bajando por la espinilla. Estuve toda la tarde y parte de la noche insistiendo en que yo arreglaría las cosas.

Las seis y media de la mañana apenas tengo tiempo de llegar a la secu antes de que nos cierren la puerta, Luis me acaba de abrir la puerta y está más tranquilo. Yo busco con prisa mis tareas para entregar ese día, llegué a pensar que se desquitaría con ello, suele ser muy arrebatado, pero estaban intactas. Al recoger mi mochila, levanto la cabeza y miro por la ventana algo que me provoca una pausa.

Me siento para asimilar la situación, sin proponérmelo estoy ante dos deseos en la vida, uno que no quise tener y tengo, una novia, y otro que tanto deseé y no tengo, pero estoy viendo, unos tenis rojos pendiendo de los cables de luz.

 

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Ignacio Esquivel Valdez

Ingeniero en computación UNAM. Aficionado a la naturaleza, el campo, la observación del cielo nocturno y la música. Escribe relatos cortos de ciencia ficción, insólitos, infantiles y tradicionalistas