La filosofía es un atlas de límites

  • Arturo Romero Contreras

¿Por qué no ser más serios en esta profesión? Por ejemplo, hablar de la estructura del lenguaje, o de la lógica, para disolver los falsos problemas y traer claridad al entendimiento. ¿O más concretos? Por ejemplo, mostrar clara y precisamente lo que sucede en el mundo cotidiano, sin delirantes mundos metafísicos. ¿O más científicos? Por ejemplo, hacer física fundamental y obtener esa prometida “teoría del todo, o bien, por el otro extremo, hacer neurofisiología y reconstruir el todo, porque todo está de algún modo “en nuestras cabezas”. ¿Por qué no, finalmente, arrancar todas las telarañas, desterrar toda suposición que no tenga aplicación directa, dejar de perderse donde no hay nada concreto? ¿Por qué andar por un camino que no resuelve nada, donde la polémica es el pan de cada día? Porque es inevitable. ¿Inevitable sin más? No. Inevitable, si se quieren perseguir las cuestiones hasta su límite. Pero el límite no es lo que parece. Nunca lo ha sido. La filosofía investiga los límites en el límite. Aclaremos esto.

Supongamos un campo. Porque de eso trata. De campos o territorios. Querríamos, y hablo en un plural genérico para nombrar eso de lo que todos participamos de algún modo, que hubiera un límite sencillo: algo concreto que operara como la base última de todas las cosas, un fondo que recogiera todas las cosas y las explicara según un solo conjunto de reglas. Que hubiera, pues, un solo espacio donde todo tuviera su sitio, un solo sitio. Es el límite por abajo y se llama fundamento. Unos dirán: el límite es claro: todo lo que decimos del mundo reposa sobre el lenguaje y el lenguaje sobre su uso y comprensión, por tanto, hay que comprender el uso, o mejor, hay que comprender la comprensión. Pero en este suelo, en este debajo, vemos claramente que entramos en un círculo. El suelo queda arruinado. Pero podemos, con todo, aventurar un raro dualismo y decir que todo lo que se dice reside, en última instancia, en un ser que comprende, nosotros. Pero que comprendamos las cosas, no quiere decir que las cosas estén hechas de comprensión. De hecho, las comprendemos como siendo reales o imaginadas, como siendo de madera o como ideas. Y resulta también que ese que somos nosotros, que no es objeto, ni igual a nada de la naturaleza, proviene de ella. Siguiente tentación: tratar de derivar la subjetividad, eso que somos “nosotros” de la mera vida, o de la química o de la biología. En el límite: en la física teórica. Teoría del todo, se dice, aunque si se lograra conciliar la teoría de la relatividad con el mundo cuántico habríamos resuelto un gran misterio cósmico, pero no habríamos respondido casi nada, pues ya hoy es inútil, por razones prácticas, intentar explicar las cadenas tróficas a partir de la física cuántica. La teoría del todo es de todo lo que el físico se pregunta. Nada más. Y nada menos. ¿Cuál sería el espacio último y correcto, la última instancia? ¿El sentido? ¿La naturaleza? Un “sentido” (mente, inteligencia, psíquico) cortado absolutamente de la naturaleza sería equivalente a un milagro, a un corte absoluto, una desconexión que nos habría convertido en algo más sutil que un espíritu. Una naturaleza con un único y homogéneo conjunto de reglas: o sólo azar, o sólo necesidad, o sólo determinismo, o sólo libertad, la achataría, volviéndola ininteligible, ya no se diga explicativa de lo natural en toda su vastedad. Se ve bien. La cuestión, la única cuestión que ocupa hoy a la filosofía es por la forma de ese límite por el cual separamos y unimos las últimas instancias.  

Hay límites, multitud, infinidad de límites. Los límites crean campos, territorios. Los territorios poseen sus propias reglas. Hay reglas transversales, sí, hay reglas propias de cada territorio, hay cosas que suceden en paralelo sin tocarse, hay cosas que comparten espacio y por tanto pueden chocar o entrar en relaciones recíprocas. ¿Pero de qué hablamos? Solamente tomemos las ciencias naturales: física, química, biología… No hay un suelo común ni para las tres, ni dentro de cada una. Hay diferentes perspectivas. No todas tienen la misma validez, pero hay visiones que contienden y que sin embargo son “toleradas” por las cosas mismas, como ciertos espacios pueden aceptar diferentes métricas. Podemos desplegar diferentes archipiélagos. El de todas las ciencias: física, química, biología, psicología, sociología, antropología, informática. Se dirá que la lista es inútil, porque responde a mil criterios prácticos, no al “ser” de las cosas. Pero ¿es así? ¿Por qué lo práctico no daría la medida de las cosas en cierto sentido? Ahora. podemos hacer otros cortes y hacer surgir nuevos archipiélagos: ciencias naturales, ciencias sociales, ciencias de la información. Sí, porque nosotros, a diferencia de los modernos, no contamos solamente dos ámbitos: naturaleza y cultura, sino también la información, que parece tener un pie en aquellos dominios. Pero ¿qué división es la correcta? ¿Cuántos modos de dividir una cuestión son válidos? ¿Son dichos cortes propios de cada región o pueden ser generalizados? ¿Y hay ciencia de todos los cortes que no sea, a su vez un corte y por tanto no se muerda la cola, como el uróboro?

Recuerdo de la definición de filosofía según Platón en el diálogo El Sofista: método de la división. La filosofía que procede con el método dialéctico es un procedimiento para dividir. Dividir lo falso de lo verdadero, el original de la copia. La definición de Platón es radicalmente contemporánea, sólo que sabemos que se puede dividir correctamente de muchas maneras. Y sabemos también que, al dividir, podemos establecer diferentes fronteras entre lo divido. Pensemos: dos territorios se pueden delimitar con la geometría más vieja. Cada territorio constituye un espacio cerrado por su frontera, misma que estará en colindancia con otros territorios cuando el espacio es finito y ha sido repartido completamente. Sigamos en los Estados nacionales y preguntamos cómo se distribuyen los espacios de hegemonía política. Los mapas se pueden trazar. Hay bloques políticos, ha regiones “geopolíticas”, hay “oriente” y “occidente”. Pero el sentido no es puramente geográfico, no se deja trazar con la finura de un pincel. El espacio y la política no se distribuyen igualmente, pero se asocian creando espacios donde se inscriben decisiones políticas y económicas reales, efectivas. Podemos hablar también de cercanía: dos ciudades están a 200Km de distancia. Pero, ¿cómo se evalúa la proximidad de un cuerpo que llamamos acoso o que llamamos flirteo? No es que haya razón y sinrazón o lógica y sentimiento. Hay espacios, con sus distinciones, con sus objetos, con sus relaciones, con sus modos de ser medidos o comparados.

Todo esto: rastrear las distinciones fundamentales de los espacios (dentro de ellos y entre ellos), seguir las fronteras para saber su forma y naturaleza, identificar los tránsitos de un espacio a otro (entre regiones de conocimiento, entre territorios, entre regiones, entre ámbitos, entre campos, en la escala que se quiera, en el contexto que se desee) significa hacerse un mapa. El mapa de un territorio. Pero también pegar mapas de varios territorios a partir de pequeñas intersecciones. Lo sabemos, poseemos muchos mapas. Sabemos que todos están conectados, porque damos testimonio de ellos en nuestras experiencias. Pero su conexión no es simple (en matemáticas se diría que no es simplemente-conexo), ni pertenece a un gran espacio omniabarcante (que llamaríamos todo), ni se pierde en una diseminación sin retorno (porque entonces no habría, sería como una expansión del universo más fuerte que cualquier gravedad, como para que las cosas permanecieran juntas y formaran figuras y duraran e interactuaran). Pero ¿dónde estamos? En la naturaleza, en el pensamiento, en el lenguaje, ¿y cuál funda a cuál?, es decir ¿cuál es el fundamental, el primero el último, el orginario? Estas son las preguntas inadecuadas porque solamente nos fuerzan a postular una última instancia que a la postre, también se pierde. Idea fundamental hacer mapas en sentido filosófico consiste en extender las regiones de lo visible. Cuando se nos pide ser concretos, ir a la cosa misma, disipando las ocurrencias humanas, privilegiar un ámbito sobre el otro, cuando se nos pide todo eso, se nos exige aplanar la experiencia misma. No hay por tanto una estructura geológica que nos baste, es decir, una base, un suelo. Ni tampoco hay un techo, un todo que nos cobije. Ni por arriba ni por abajo, en sentido empírico ni trascendental, natural o espiritual. Hay espacios. Muchos espacios. En plural. Pero no hay un archipiélago en sentido estricto. Obtenemos archipiélagos solamente sobre espacios más amplios que permiten ir de una isla a otra. Una disgregación absoluta no podríamos llamarla multiplicidad, sino la imposición de cada islote como un absoluto: uno, uno, uno, uno. Lo múltiple es lo que se conecta sin hacer uno, ni totalidad. Hablemos, por tanto, en nuestros mapas, de conectividad.

Conectar es trazar un camino. Hacer mapas es dibujar caminos posibles. Lo mapas, aclaremos, no están para duplicar el mundo, lo cual sería absurdo, pero tampoco para producirlo, pues entonces no serían mapas. Los mapas producen el territorio en tanto que lo hacen caminable, transitable por muchos senderos, sin el cual todo estaría oculto. Pero los mapas son mapas porque son fieles al territorio, preservan algo de su estructura. Así, la filosofía mapea los caminos y mapea los mapas y los caminos de caminos. Pero eso no puede suceder sin producir extensiones y pasos al límite. Cuando se nos pide ser concretos, disipar los fantasmas, ir a la última y verdadera instancia, donde todo se decide, en realidad se nos obliga a conformarnos con lo inmediato. En lo inmediato los límites parecen claros. De entrada, todo parece estar ordenado, distribuido, asignado, nombrado. Y es cierto, pero está multiordenado, multidistribuido, multiasignado, multinombrado. La exigencia de concreción y de disipación de toda especulación surge de un conformismo. Quedarse con un mapa. Y nada más. Pero implica, además, otro conformismo: tomar los límites de las cosas como parecen estar dados. No nos interesan tanto las coas, sino los conjuntos de cosas, que constituyen una suerte de pequeños universos, con sus reglas particulares, que se insertan en otros espacios más amplios, pero que a la postre no se insertan en espacios reales y presentes, sino en espacios lógicos, espacios de posibilidades, campos de despliegue. Y no interesan tanto esos universos, sino cómo se entrelazan, como se superponen, como se enfrentan o cooperan, se acercan o se alejan. A fin de cuentas, pensar filosóficamente consiste en pasar de la inconsciente oscilación y desplazamiento entre territorios, escalas y niveles de organización, ahí donde somos arrastrados hasta el punto del mareo y la desorientación más angustiantes, al espacio donde dichos universos se vuelven composibles (compatibles, pero no sin conflicto) en un nuevo espacio, con más dimensiones, más complejo, capaz de retener las tensiones del anterior, pero ya no como sucesión esquizoide, sino como simultaneidad. Se trata de dar espacio común a territorios tal que no sean incompatibles, pues ellos no solamente están yuxtapuestos, sino también en tensión, jalándonos hacia aquí o hacia allá. Con cada mapa, seguramente, resolvemos preguntas de dirección que nos hacemos en el extravío. Los mapas incompatibles y dispares que nos llevan sin dirección, es decir, sin sentido, los pegamos por el pensamiento, no para conocer el territorio último, sino producir el mapa que nos oriente en los tránsitos y deslices de un espacio no-simple. En ese espacio conjugamos una multitud de puntos de vista con miras a hace surgir una multitud de caminos. Porque antes del mapa no había muchos caminos, sino un parpadeo, una aparición y desaparición de direcciones, tan rápida, que no permite andar demasiado tiempo. Es en el mapa ya ensamblado donde aparecen las posibilidades.

Aclaración importante: por espacio debemos entender complejos de tiempo y espacio, pero utilizamos el término porque ha sido el estudio matemático del espacio el que nos ha inspirado para pensar espacios por primera vez no-triviales y que desafían el sentido común. Por este pensamiento, que es el matemático, es que hemos cuestionado que todas las cintas cerradas deban tener un adentro y un afuera desconectados. La banda de Möbius, es un ejemplo común, pero no es trivial. Nos demuestra que las fronteras pueden ser realmente de numerosas índoles.

La filosofía toma un límite y lo lleva al límite. Es decir, que toma un borde que separa y une dos cosas: porque uno sigue de otro, o porque uno está dentro de otro, o porque uno implica otro, o porque uno colinda con otro. Y continúa esos límites más allá de la visibilidad aparente y más allá de la utilidad práctica de la división. Porque muchas divisiones no son últimas, sino solamente prácticas. Incluso esa división entre lo teórico y lo práctico puede bien ser meramente teórica. O práctica. Depende. Pro eso decimos que el límite se lleva al límite, no solamente porque se extiende más allá de lo inmediato (como cuando decimos que todo tiene una causa y entonces preguntamos por la causa primera), sino porque se aplica a sí mismo (como cuando preguntamos por el origen del tiempo, que es donde tienen origen todas las cosas). Podríamos decir: se trata de falsos problemas. Pero entonces los verdaderos problemas solamente aparecen en terrenos inmediatos, fuertemente restringidos y delimitados.

¿Para qué hacer mapas de esta suerte, mapas de mapas, mapas que se engullen, mapas que despliegan y repliegan relaciones, mapas palpitantes, pero aun así parlantes? Para orientarnos. Aquí aludimos a Kant, quien justamente se pregunta en el opúsculo ¿Qué significa orientarse por el pensamiento? cómo pensar cuando las referencias usuales están perdidas. Con referencias usuales me refiero al uso típico de la razón, como cuando tenemos conceptos generales y casos específicos y donde la tarea consiste en subsumir los casos particulares en los conceptos generales. No se puede mover todo el mundo al mismo tiempo. Hay que tomar un punto de Arquímedes para mover el mundo. Pero luego hay que variar el punto. Y hay que notar lo que permite articular los diferentes puntos de vista, con sus traducciones posibles y sus obstrucciones. Orientarse en más de un tablero, en más de una perspectiva, en más de un espacio. Esa la intención de hacer mapas que no son lo que usualmente pensamos: un territorio plano con fronteras simples. Los mapas son entramados, son ensambles sensible-conceptuales, diagramas, diríamos, para navegar los mundos, que en realidad son uno solo, pero con reglas que no se extienden de manera homogénea.

Terminemos con otra idea de Kant, paradójica, como casi todas las suyas y, por la misma razón, fecunda. Kant estructura toda su filosofía a partir de límites. Eso significa “crítica” en su criticismo, una delimitación, una “arquitectónica”. El gran límite que le ocupa es aquel entre ciencia y metafísica. La ciencia puede ser segura sí y sólo si renuncia a las preguntas metafísicas. La metafísica, en cambio, no puede ser ciencia. Pero eso no constituye una debilidad, sino su fortaleza. El humano está desgarrado entre su certeza científica y su ambigüedad metafísica. Pero al mismo tiempo, también está desgarrado entre la pequeñez científica y la grandeza metafísica. La Crítica de la Razón Pura de Kant se inaugura con esta sentencia: “La razón humana tiene el destino singular, en uno de sus campos de conocimiento, de hallarse acosada por cuestiones que no puede rechazar por ser planteadas por la misma naturaleza de la razón [Natur der Vernunft], pero a las que tampoco puede responder por sobrepasar todas sus facultades”. Si hay un enfrentamiento entre subjetividad y naturaleza, debida a la libertad de la primera y el condicionamiento de la segunda, sorprende aquí que la naturaleza, lo supranatural, tenga, a su vez, su propia naturaleza. Esta reduplicación es constante en Kant y pertenece a su tratamiento del límite.

En cuanto el límite se pone, éste queda desplazado, pero no abolido. A diferencia de un dualismo recalcitrante (donde las orillas permanecen lejanas y sin tocarse: el sujeto y el objeto, lo racional y lo real), pero también de un espíritu de absoluta reconciliación de los opuestos (de un absoluto que dé su lugar a los opuestos como meros momentos), Kant se mantiene siempre en un borde. Le pone límites a una razón que no tiene otra naturaleza que traspasarlos para hacerlos suyos. Pero ahí puede y no puede a la vez. En tanto que puede, se vuelve una facultad racional pura que no sabe bien cómo se relaciona con los objetos (y que debe dejarlos al menos como “cosas en sí” que eviten la deriva hacia el idealismo objetivo), en tanto que no puede, se declara subjetividad finita. Pero la infinitud solamente se prueba en el terreno de la finitud y la finitud no podría responder o ser sensible a esta efectividad de lo infinito si ella misma no se trascendiera, no se volviera otra. ¿Qué tiene eso que ver con los diagramas y los mapas? Lo que enseña a Kant, ante todo, es a orientarse por la cartografía de los límites. Su obra crítica es una empresa sinigual de delimitación del territorio humano. Pero es, al mismo tiempo, una empresa que se sobrepasa todo el tiempo. Dicho en otros términos, es una filosofía que, al tratar de dibujar los límites de las facultades humanas y de asignarle a cada una su lugar legítimo, termina por mostrar un poco más allá del límite. No el territorio completo que comprendería al límite, pero sí un pedazo de la otra orilla que un límite supuestamente infranqueable prohibía. En ello consiste el orientarse por el pensamiento, en cartografiar los límites, incluidas sus paradojas, incluso hasta e punto donde ellas se disuelven, porque siempre lo hacen para dar lugar a otras. No hay, por tanto, un límite o diferencia original, ni primero, sino siempre una multitud, constituyendo múltiples territorios. Filosofar es compartir la tarea de Atlas: no porque se cargue el mundo a los hombros, sino porque se dedica paciente, tercamente a hacer y pegar mapas, de mapas, de mapas…

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.