Emilio Lozoya y Pacheco Pulido

  • Xavier Gutiérrez

A veces el azar es muy cruel. Juega con las circunstancias y la vida de los hombres y hasta los emparenta, siendo distintos en tiempo y forma.

Esta semana puso en la escena dos personajes, en apariencia distintos y distantes.

Ambos con un denominador común: el apetito por el dinero público sin el mínimo recato.

Emilio Lozoya y Guillermo Pacheco Pulido.

El doctor Enrique Cárdenas reveló un documentado estudio que le siguió la pista a los 6 meses con diez días del gobierno interino de Pacheco Pulido.

 Y ahí exhibe una serie de corruptelas, mentiras y peculado que sólo la infinita bondad del gobernador Miguel Barbosa impediría que el exgobernador terminara en la cárcel.

Se muestra en la investigación, con testimonios firmados por alcaldes y funcionarios de  muchos municipios, que Pacheco y  Jorge Estefan Chidiac, con una red de operarios y empresarios, desaparecieron con gran prisa millones y millones.

Crearon empresas fantasmas y pagaron “obras” inexistentes en alejados y paupérrimos pueblos del estado. Acaso esto sería lo más perverso: llevarse el dinero de quienes realmente son aguijoneados por la miseria.

Ello explica por qué, a las pocas semanas de tomar posesión, el gobernador Barbosa declararía a los medios, que lo habían dejado sin recursos para emprender obras.

Había pasado Alí Babá por las arcas del estado.

El gobernador Barbosa ha dicho que se investigará y habrá sanciones. Su compromiso está en el aire.

Sin embargo, más allá de su compromiso,  está en juego sobre él el juicio y voto de los poblanos.

Si deja pasar impune este enorme latrocinio la ciudadanía se lo echará en cara y se lo habrán  de cobrar en las elecciones del año entrante.

Si de suyo los números de Morena andan por los suelos en Puebla, el perdón a Pacheco Pulido y compañía dejará un tufo a complicidad. A ello, agréguense las revelaciones que surgirán de Emilio Lozoya.

En este último capítulo poblano de la semana ida, habría que agregar que el doctor Cárdenas sufrió un rozón, al atribuirle como ganancia personal un cuantioso manejo económico de las prerrogativas del partido que lo postuló.

Para algunos, en su momento, esa liga de Cárdenas con el PAN fue lo que desalentó muchos votos que ya traía por sí solo,  como académico y ex rector respetable. Ciertamente sus opciones eran escasas.

Por lo demás, con dimensión menor, el doctor Cárdenas usa un lenguaje procaz y francamente lamentable en la grabación que le atribuyen. Ya se sabe que las palabras por sí solas no ayudan a la imagen, pero cómo desayudan.

Retratan de cuerpo entero a las personas, las muestran como una radiografía.

Casi todos los políticos mexicanos hablan así, utilizan un lenguaje escatológico, el mismo que no utilizarían en la mesa antes sus seres queridos.

Sufren de amnesia, porque esto ya lo recordaban los griegos cuando en su actuación seguían aquel proverbio: Habla para que te conozca.

PECCATA MINUTA. A veces da la impresión que la vocación íntima de cada mexicano es la de ser médico.

Como que en el cuerpo y alma de los tenochcas que poblamos este país anida un espíritu de noble curandero.

Sí, noble, y con la nobilísima intención de curar el dolor ajeno a la menor provocación.

A veces, incluso, pareciera que hay gente que anda a la cacería de ejercer esa oculta y frustrada profesión que anhela practicar.

Véalo si no. Cuando uno tiene un ligero problema de salud y lo denota al contestar un telefonema, la reacción inmediata de su interlocutor es:

-Oye, ¿y qué te  estas tomando? (Uno responde que tal o cuál cosa) Ah porque mira hay una cápsulas que son buenísimas, mira aquí tengo la cajita, se llaman “Upshaloan Monosódico”, no te imaginas, son como milagrosas, creo que son alemanas…

Si el encuentro es en la calle, el enfermo que contó sus dolores o padecimientos de inmediato recibe de la otra persona la recomendación de una pomada, unas gotas o hasta unas flores.

Ah pero si los quebrantos, aflicciones o achaques se ventilan en una mesa, en una tertulia de tres o cuatro, entonces brotan los medicamentos, remedios, tés, ungüentos, jarabes, pócimas o yerbas.

Hay quienes hacen gala de amplios conocimientos, ¡y garantía de efectividad!, faltaba más, de yerbas y menjurjes, que serían la envidia de los mismos Juan Badiano y Martín de la Cruz , los autores del famoso códice Cruz-Badiano.

Otros más, con inspiración de médicos populares en potencia, no sólo recomiendan sino casi casi dictaminan..¡y recetan!

Sentencian  cuál es el mal, tu pronóstico y cura, para acabar pronto. Claro, sin derecho de apelación.

Hacen referencia que algo parecido tuvo una tía (que ya de dios goza, por cierto) y que en un tris se le quitó con tales cápsulas, este jarabe y una pomada que la venden ahí por la 3 norte…

Dentro de la variedad de frustrados, pero no resignados médicos potenciales inactivos, hay también los que compiten con el paciente, y le presumen  que lo que él tiene “ no es nada comparado con lo que me pasó a mí.”  Y se arrancan:

-Nooo..no andes gastando tu dinero a lo loco. Mira vete al mercado La Acocota, cómprate unas piedras de tronera, así pídelas, una yerba que se llama tilampocha y un frasco de  “ Ungüento del Viejito”. Aquí te anoto cómo te las vas a poner, y me dices lo que quieras si no en tres días estás como nuevo. Yo estaba como al doble de lo que tienes y mira..feliz de la vida.

Y está el que lo secunda:

-Mi primo Cabrera, el que tú conoces, (y el otro asiente que sí, aunque desde la lejana infancia no ha vuelto a ver al susodicho, quien por cierto murió de una cirrosis peor que la de Victoriano Huerta) estaba ya de un grito, al borde de la muerte, y mira con tres recetas que le dio el doctor Leovigildo, “el doctor Leovi,” todos le dicen, con eso se levantó. Yo te doy su dirección, o te llevo. Ya es un viejito como de 95 años, ¡pero muy efectivo!

Y el que hace tercera:

-Déjate de cuentos, vete a ver aquí en Tlaxcala, en un pueblo que se llama Tepayaltzingo, hay un señor que cura pero en verdad se queda uno sorprendido. Yo llevé a mi tío. Mira, nomás te unta unos aceites en el cuello, por la espalda y en el bajo vientre. Luego te pone  unas gotitas en la cabeza, de un líquido que huele como a Jamaica, y  al final te hace que apagues tres veces una veladora adornada con ramas de ruda…¡y olvídate!

Y así, es interminable la variedad de experiencias que uno conoce, ve o escucha de aspirantes a facultativos que lo llevan a uno pensar que habría que corregir el himno nacional en aquello de que “un soldado ( ¡un médico!) en cada hijo te dio”.

xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.