Cronotopo: sombras y reflejos de la mesa de un grafógrafo

  • Arturo Romero Contreras
Todo ser lleva a cuestas lo que no puede ser.

 

  1. La sombra

La sombra es la oscuridad que arrastran todas las cosas. Todo ser lleva a cuestas lo que no puede ser. Nosotros mismos, al ser, al existir, debemos llevar a cuestas todo lo que no somos y no seremos nunca. Es nuestra sombra, nuestro negativo. Pero el número de sombras depende del número de fuentes de luz. Y nosotros no existimos a partir de una única, ni de una última fuente. Por el contrario, el planeta de la existencia está iluminado por varios soles, proyectando varias sombras a la vez.

Al ser, llevamos unida, de la manera indisociable, la sombra del no-ser, pero también del poder-ser y del deber-ser. No es que el poder-ser se actualice en un ser, como cuando hacemos realidad un plan o cumplimos una promesa. Es más bien que todo ser acarrea consigo un oscuro horizonte de posibilidades. Una mesa puede ser el punto de encuentro del comedor común, o mi sitio de aislamiento, o una barricada, o leña para el frío. Y lo contrario también: no hay nada posible sin una actualidad que lo albergue. Las posibilidades no flotan en el aire, sino que dependen de las cosas y de sus encuentros (o desencuentros) con otras. Veamos un ejemplo: si hay posibilidades ocultas en nosotros, rara vez las descubrimos por nosotros mismos. Siempre es alguien más quien las despierta. El maestro, lo sabemos, no enseña nada. Solamente agita. Y claro, el maestro no es el que quiere serlo, sino solamente, el que logra agitar algo. Por eso, ser maestro no es una profesión, sino un asunto azaroso. Cuando alguien es conmovido señala a su maestro, sin que este último tenga por qué saberlo.

Algo similar ocurre con el deber-ser. El ser no es un estado defectuoso de deber-ser, es decir, de lo que consideramos que debe ocurrir por razones éticas o morales. Por deber-ser se entiende solamente la aspiración y la tendencia que nos damos en la vida. Lo llamamos sentido, pero solamente porque da dirección en un territorio que de otra manera sería yermo, indiferente. Sentido significa introducir una diferencia en lo indiferente o introducir una diferencia que haga la diferencia, una diferencia diferente. El alemán, como el inglés, posee varios verbos modales. dürfen (may), können (can), mögen (could), müssen (must), sollen (should), wollen (will). Todos expresan lo que puede ser y lo que debe ser, en sentido objetivo o en sentido moral (de obligación, diríamos). Estos verbos articulan con el ser la posibilidad (objetiva y subjetiva) y la necesidad (objetiva y subjetiva). Kant expone esto en su tabla de categorías modales en tres ejes:  posibilidad-imposibilidad; ser-no_ser; necesidad-contingencia. Pero lo que aquí decimos no tiene que ver con clasificar los juicios, como sucede con Kant. Queremos más bien decir que las cosas mismas, al ser, poseen su sombra de no-ser (al ser incompletas, al estar en devenir y al estar relacionadas con el resto de las cosas que ellas mismas no son); poseen también su sombra de posibilidad (lo que una cosa puede ser por sí misma y por su relación con otras cosas) e imposibilidad (nada existe sin limitación, sin borde, sin frontera de alguna clase); y poseen, finalmente, su sombra de necesidad (todo lo real está sometido a condiciones a priori, a campos o espacios de existencia) y de contingencia (su ser situadas, temporal o espacialmente, en términos reales o formales).

Toda cosa es un nudo de estas modalidades, entrelazadas en diferentes proporciones y maneras, sin duda. Pues el cuadrado matemático tiene posibilidades distintas que el átomo, que la mesa, que el perro o el humano. La modalidad, pensada de este modo, expande lo presente a un conjunto de horizontes que hemos llamado sombras y que permiten explicar por qué establecemos con cada cosa relaciones tan enrevesadas. Con estas ideas expandimos una comprensión del tiempo que debemos a la fenomenología, que había comenzado por liberarnos de una idea del ser como mera presencia. Es decir, de que la mesa no es nada más que un conjunto de átomos, o que es un objeto para comer, o que es algo más superficial o más profundo. En realidad, es todo eso. Al mismo tiempo. 

De antiguo se había reconocido la paradoja del tiempo: el pasado ya no es, el futuro, todavía no es y el presente desparece en un punto sin espesor. Agustín hizo famosa esta paradoja en el libro X de sus Confesiones. Pero fue Husserl quien nos presentó el enigma del tiempo de una manera nueva. El presente, el presente mismo era, para Husserl un intervalo abierto, sin frontera, como una esfera pero sin su piel, que se continúa en el pasado, como memoria y que se adentra en el futuro, como anticipación. Husserl nos pone el ejemplo de una melodía: cuando escuchamos una pieza musical solamente podemos comprenderla porque retenemos en la memoria las notas anteriores. Si no, no existiría secuencia, no podríamos seguir una armonía, no habría temas, ni desarrollo de éstos. Retenemos. Pero también dejamos ir. De otro modo, todas las notas sonarían al unísono, en un eterno e insoportable cluster. La memoria retiene, pero aleja, captura, pero deja ir. Separa pues al contenido de su actualidad y lo retiene como huella. Para comprender, Husserl nos da la imagen de un cometa: todo presente arrastra la cola del pasado. El cometa no puede separarse de su cola, como los objetos iluminados no pueden separarse de su sombra. En cada instante de nuestra escucha de una sinfonía, tenemos “retenidas” en una memoria no explícita (es decir, que no hacemos esfuerzo para evocarla) todas las notas precedentes. Lo mismo sucede con el futuro. Nunca vivimos en un presente puntual: anticipamos lo que viene. Sin ello, tampoco podríamos ser sorprendidos por una acorde de tensión, ni encontraríamos alivio en la resolución. Sin futuro, el pasado pesaría como un destino. Pues así sucede con las modalidades de las cosas: al ser se le adhieren sombras o adumbraciones de posibilidad y de necesidad.    

Pero hay algo más en los análisis del tiempo de Husserl. Cada tiempo por separado, es decir, presente, pasado y futuro, apunta los otros tiempos de manera individual. Hay un futuro que nace en el presente y hay un futuro que seguimos, pero que se forjó en un pasado. Por ejemplo, a veces llevamos a cuestas la aspiración que se instaló en nuestra infancia de modo que, si deseamos en presente, en realidad deseamos desde el pasado de esos primeros años. Por ello es que podemos decir también, como ya se dijo alguna vez: el futuro no es lo que solía ser. Antes, el futuro se veía de otro modo. No es que el futuro cambie su estructura, sino su relación con el pasado y con las aspiraciones pasadas. Futuro, pasado del futuro, futuro pasado. Las combinaciones son múltiples, como los enredos en el tiempo. Tomando una taza de té y comiendo una magdalena, todo un pasado puede desatarse ante nosotros, pero también un futuro. Los sueños inspiraron no por algún mecanismo secreto, sino porque, al ensayar lo imposible, muestran las insuficiencias del presente, haciendo un pequeño agujero que nos permite otear a otra configuración venidera del mundo.

 

  1. El reflejo

Narciso se enamora de su reflejo en el agua. Y nosotros nos enamoramos de las imágenes que nos dicen representar, porque prometen la comparecencia. Verse al espejo, contemplarse, ecce homo. Pero es ilusorio, no por falso, sino por incompleto. Por un pedazo que da la ilusión de ser completo, que se hace pasar por el todo. Nuestro cuerpo lo podemos sentir, pero lo vemos muy mal. Nos hace falta perspectiva. No vemos de nosotros lo primero en lo que fijamos nuestra mirada: los ojos. Ne vemos nuestra, nunca, ni nuestra espalda. Nuestro cuerpo propio se esconde a nuestra mirada y necesitamos de complicadas posiciones frente al espejo para mitigar nuestros puntos ciegos. Vemos con los ojos, pero el ojo no se ve. Excepto en el espejo. No es que yo me vea viéndome, veo la imagen de mí viéndome. No me desdoblo en dos seres, sino en dos imágenes, una de ellas muda. Y si creo que soy mi imagen, en realidad me ahogo al fijar a esa figura radiante del espejo mi poder-ser y mis relaciones con otros.

Le decimos al niño frente al espejo: ese eres tú. Lo que no apreciamos es que cuando nos vemos en el espejo en realidad no estamos viendo, sino siendo vistos. Cuando nos admiramos en el espejo en realidad evaluamos, con los ojos de todo mundo, con los que hemos aprendido a mirar el mundo, si eso que aparece está bien: gordo, flaco, fuerte, débil, guapo o feo. Ahora, el problema del espejo no es que sea un reflejo, sino que sea solamente un reflejo, y no un conjunto de ellos. No somos nada fuera de un conjunto de reflejos, de mensajes que mandamos en una botella como náufragos y que un día vuelven con alguna respuesta. Y es que no hay modo de verse si no es por una imagen devuelta, no hay modo de escucharse, si no es por la pregunta o la interpelación de alguien más, no hay modo de sentirse materialmente sin otra cosa igualmente material. La dureza que puede sentir mi cuerpo requiere de algo duro. Así es que los cuerpos revelan las posibilidades sensibles de mi cuerpo. Cuando me han tocado de manera inédita reconozco que no sabía lo que mi cuerpo podía, de lo que era capaz…precisamente porque depende de otros cuerpos.

Ya en el mundo material más elemental las cosas solamente existen en tanto que producen efectos sobre otras cosas. Es así como se expresan, como se revelan. Nada es sin expresarse en otro. Esta es la insuficiencia de todo lo individual: que requiere de algo exterior. No es que algo sea sola y absolutamente eso, un reflejo, sino que no es absolutamente nada sin él. La relación no agota el ser, pero el ser no es nada fuera de una relación. Aditamos, tan sólo, que cada cosa tiene mil relaciones. Admitamos que hay intersubjetividad, pero también interobjetividad. En este expresarse de las cosas no hay necesariamente retorno. Las bolas de billar se pasan el movimiento unas a otras y solamente se encuentran porque el espacio es pequeño y la probabilidad es grande o abiertamente controlada por la precisión del taco. Pero la primera bola no recibe una respuesta de las otras. Su “mensaje”, su fuerza, se pierde en el infinito de las interacciones. El reflejo, en cambio, es el movimiento de ida y vuelta de la expresión. No sabemos con precisión, en el universo, dónde empiezan estos bucles, esta referencia a sí mismo, esta circularidad. Pero sabemos que sucede en todo lo vivo y lo inteligente. El ser vivo es movido y puede mover, pero, sobre todo, puede moverse a sí mismo. He aquí su circularidad. Sin embargo, no puede ejecutar su circularidad sin cosas exteriores, como el alimento. Lo vivo es este movimiento donde una flecha sale al mundo y otra retorna. No todo lo que sale regresa, y lo que regresa trae ya la huella de lo otro, por lo cual no es estrictamente un retorno.  

Para nosotros, en el espacio de sentido que vivimos, las cosas se reflejan entre sí. Una misma cosa aparece en mil variaciones: tema y variaciones. Cosas diferentes se parecen, haciendo un teatro de reflejos. Y las cosas reflejan aspectos de otras cosas, formándolas y deformándolas, como en una casa de espejos, donde unos nos hacen altos, otros, enanos y otros gordos o flacos. Cuando llegamos a los otros humanos las cosas se complican todavía más. No solamente me veo a partir de lo que los otros me reflejan de mí. Yo reflejo a los otros. Y en este juego de innumerables reflejos parciales vivimos en sociedad. Yo veo. Tú ves. Pero yo te veo, como tú me ves. Nos vemos igualmente, pero no de manera igual. Yo veo que tú ves. Tu ves que yo te veo. Yo me veo viéndote. Todo esto cuenta en el juego de referencia y autorreferencia que jugamos diariamente. Mi mirada hará de ti una imagen, que entrará en el universo de mi delirio. Y así también tú harás lo mismo. Y con todo, las pequeñas superposiciones de las alucinaciones de cada uno de nosotros constituyen ese espacio común…del constante malentendido, pero del efectivo enlazarnos.

Puesto que podemos referirnos a lo posible, es que no estamos pegados al ser estático y localizado de las cosas. Sí todo está en un lugar y en un espacio, pero ese tiempo y ese espacio no son puntos. No lo son porque el presente no es punto, como tampoco el aquí. Tiempo y espacio son un trenzado de tiempos y espacios. Que las cosas existan como una variedad de formas y de perspectivas permite pensar lo actual de una manera diferencial y dinámica. Esta mesa es todas sus perspectivas y el horizonte de posibilidades de lo que se puede hacer con ella, lo que implica desde sentarse a comer o leer, como hacer una barricada. Y la mesa es todas las mesas. Toda mesa realmente existente es todas las mesas realmente existentes. De algún modo. Pero también las pasadas y las futuras. La mesa incluye todas las representaciones, es decir, las mesas dibujadas, pintadas o grabadas. Pasadas y futuras. Es decir, simultáneas y seriadas. Y la mesa es también todo lo que se dice, se ha dicho y se dirá y escribirá sobre ellas en innumerables contextos y lugares. Tiempo y espacio. La mesa incluye, naturalmente, sus vecindades, como con las sillas o, en un horizonte más amplio, con otros muebles. Si la mesa tuviera un solo sitio en el mundo, si se redujera a lo que de término medio se dice de ella (el aburrido objeto para poner un plato y un vaso, así sean mi plato y mi vaso) viviríamos presa de los objetos, presa de lo inmediato. Es así también como operan las palabras. No es que reemplacen a las cosas presentes, que las suplanten, sino, al contrario, las multiplican. El perro que ladra en la esquina de mi casa, y cuando lo nombro y lo describo, lo hago entrar a una cadena de referencias lingüísticas. Al final no es que el perro que ladra no importe, sino que ese perro ganará una sombra en el dominio oscuro e interminable de las palabras. O al revés, el perro del que hablamos tendrá una pequeña sombra en una esquina de un pueblo donde lo escuchamos ladrar a la lejanía.

Lo importante es eso: el lenguaje no reemplaza las cosas, las extiende y las hace entrar en otros tiempos y en otros espacios, que a su vez pueden entrar en otras series temporales y espaciales, etc. Lo que llamamos el ser vivido no tiene una fuente, un fondo último, sino que surge del entrelazo de las series temporales y los espacios. Llamemos cronotopo a cada complejo espaciotemporal donde se despliega un conjunto de cosas y relaciones, es espacio-tiempo donde juegan las cosas al expresarse (y reservarse) entre sí. Llamemos cosmos al conjunto de cronotopos entrelazados, donde se despliegan regiones del ser. Y llamemos mundo a esa sección del universo donde las cosas comparecen para nosotros, sin que eso suponga ningún corte entre mundo y horizonte, excepto por los cronotopos involucrados y sus anudamientos.

Las sombras y los reflejos amplían los márgenes de las cosas, complican sus bordes, las hacen desbordarse en otras. Igualmente sucede con nosotros. Yo pienso y pienso sobre lo que tú piensas, sea porque lo infiero o porque lo declaras. Y precisamente he ahí la prueba de la libertad subjetiva: que podemos mentir. Así como podemos decir algo falso, algo que no se corresponde con las cosas, así podemos decir cosas sin sentido. También así podemos usar palabras vacías y podemos engañar. El error, la mentira, el engaño, el mal: son todas posibilidades gracias a que no estamos adheridos al ser como presencia, sino que contamos con “horizontes” que se abren como los colores ocultos en la luz que atraviesa un prisma.

Terminemos con una extensa cita de El Grafógrafo, de Salvador Elizondo: “Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo”. Agreguemos una línea: … y ustedes leen esto…

    

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.