Vínculo y confinamiento

  • Abelardo Fernández

Vuelvo en las reflexiones propias de estos tiempos. Me parece que por más que intentemos eludir las reflexiones de tipo personal, por más que nos planteamos vivir emocionalmente en nuestra anterior anormalidad, esta nueva anormalidad se ha plagado de intensas reflexiones humanas promovidas, principalmente, tanto por el confinamiento como por este bosquejo imaginario de futuro o simplemente de temporalidad que no logramos adivinar a dónde nos mandará y en qué terminaremos. En alguno de mis anteriores artículos sugería que habríamos echar mano de nuestra creatividad para salir de la sordidez del encierro doméstico y no tengo duda que así ha sido: practicar nuevas recetas de postres, guisados nuevos, hacer ejercicio con mayor disciplina, leer buenos libros con calma, ver buenas películas, practicar un instrumento musical, etcétera. Pero, ahí viene el pero, no dejo de considerar que esto no sólo ya está siendo demasiado, sino que todo parece indicar que va para tan largo que no le vemos el final. El primer gran tema de reflexión que ahora me propongo traerles es de las relaciones personales, sin duda alguna, el confinamiento las ha vuelto a poner como una de las primeras problemáticas a resolver por una sociedad que se he regido siempre por mandatos rígidos de cómo es que se debe de comportar, esos mandatos ya no sirven para los tiempos que nos ocupan y es lo que tenemos que revisar.

Las relaciones con los demás nos llevan a un término al que denominamos “Vínculo” que parece simple pero es que tremendamente complejo y está determinado por muchísimas más circunstancias de las que nos imaginamos. Vinculo y relación son sinónimos, digamos que se usan en cierta situación para describir algo en particular, pero básicamente, son lazos que nos unen con las demás personas. Unen también es un término relativo, el temor y las amenazas no son formas de relación muy  unidas que digamos y pueden estar significando el tipo de vínculo que establecemos con los demás.

Hemos crecido en grupos sociales, llamamos triángulo edípico a nuestra primera sociedad formada por papá, mamá y nosotros. La familia implica una compleja y ramificada estructura vincular desde la que se establecen acuerdos, -implícitos y explícitos-, cierto tipo de contratos, expectativas compartidas, formas culturales establecidas de acercamiento y de afecto, maneras de la obediencia y de la desobediencia, etcétera. No es común que revisemos estos vínculos, tampoco es común que nos propongamos ponerlos en tela de juicio y sentarnos a debatirnos con quienes compartimos la vivienda y el confinamiento, no es ninguna mala idea que esta pudiera ser una de las actividades que agreguemos al estar encerrados. Un concepto fundamental en todo esto es la corresponsabilidad y la reciprocidad como forma de relación, dicho de manera simple, por una parte, todos somos responsables de lo que está sucediendo aquí, y por otro lado, ser recíproco significa que si recibo algo, esto me compromete a responder y devolver en una u otra medida, el beneficio que he recibido, es así como se nivelan las relaciones humanas. Los padres proveen a los hijos de vivienda, alimento, educación etcétera, los hijos corresponden con respeto y buenos resultados escolares.  Pero, y vuelve una vez más el consabido pero, esto no sucede o creo, supongo, asumo, que cada vez sucede menos: tanto las dificultades de la comunicación como el distanciamiento y el individualismo propio de un embate tecnológico que nos piensa seres solitarios y aislados, origina que la esencia de todas estas reglas maravillosas del vínculo orgánico y sano, sean olvidadas y generen problemas intensos en las familias o instituciones donde hay personas.   

La necesidad de salir solo a dar un paseo, salir incluso unos días para respirar otros aires y analizar la vida de otra manera, hace que pensemos qué cargamos en estos vínculos y para qué sirven, por ejemplo: para qué necesito saber todos los días que mis seres queridos están bien, así de simple y concreto. Siento que si no están bien es porque no los quiero o algo así, invierto energía, tiempo, a veces dinero, y emocionalidad para tener esta información diariamente, reflexiono en qué ayuda todo el tiempo estar sabiendo esto, quizá me haga pensar que de esta manera soy un padre responsable. Nada tiene que ver mi cariño con el mantenimiento diario de este vínculo, ni con muchos otros vínculos que me mantienen esclavo de la vida misma. A nadie le pasa nada si no estás pensando en él o en ella todo el tiempo, y no eres libre. Ser libre es saberse solo, disfrutar al máximo lo que se quiere, -cosa que muchas parejas no permiten-, hacer de tu vida un papalote y mearte de la risa cómo y cuándo se te de la regalada gana. Los vínculos son gruesas cuerdas que nos amarran a los demás históricamente y que nos hacen creer que sólo así es que somos buenas personas, pero es falso, es una manera en la que escapamos y huimos de nuestra verdadera libertad, libertad de irnos incluso, de cambiar de residencia, de amigos, etcétera. Analicemos qué tanto el confinamiento nos permite mirar qué tan gruesas son estas cuerdas que me atan a los demás y qué tanto puedo echar mano de la libertad como medio para el crecimiento y la felicidad propia, la verdadera felicidad propia. Esta no es una apología de la soledad, sobre todo por lo cuestionada e infravalorada que está, pero me temo que no hay una verdadera práctica de la libertad que no esté relacionada con la soledad y el encuentro con uno mismo. Me quito la pesada armadura del magnífico padre que creo que soy y de la extraordinaria pareja que sé que soy y que tengo que ser, aunque sea por un rato, de hecho, sería fantástico poderse quitar la armadura del excelente empleado de repente, el maravilloso maestro, el responsable alumno, etcétera. El ocio creativo y la imaginación galopante propia de la locura personal desplegada en la soledad son las antesalas del crecimiento personal, de verdad que cómo perdemos el tiempo creyéndonos los irremplazables seres humanos para los demás. Los vínculos tienen un sitio fundamental en nuestra vida, nos permiten confluir con los demás, nos permiten amar y ser amados, nos permiten crecer laboralmente, profesionalmente, económicamente, pero yo creo que no podemos olvidar la libertad personal por ninguna razón, es una condición de vida que nos permite salir adelante. Está incluida por supuesto la libertad de decirle al otro o a la otra que ha sido miserable la forma de ser indiferente y no corresponder con lo que hemos hecho por ellos, ser desagradecido y egoísta es infame, es monstruoso, mantener relaciones en las que sostenemos a personas así es, huelga la codependencia, una manera de arruinar nuestra vida en el nombre del vínculo … que tengan un buen día y que sean felices y libres. Chao.

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Abelardo Fernández

Doctor en Psicología, psicoterapeuta de Contención, musicoterapeuta, escritor, músico y fotógrafo profesional.