Confesiones de encierro

  • Alejandra Fonseca

“¿Sabes? --me dijo en plática telefónica--, a nadie le he dicho esto, pero todas las mañanas me levanto muy temprano, vengo a la cocina y me siento a llorar a lágrima viva; lloro en silencio para que mis hijos no me escuchen; ahogo mis lamentos para que mis gemidos no los despierten. Tú dime: ¿cómo le explico a mi hijo, que acaba de cumplir 18 años, que si sale me pone en riesgo? ¿Cómo le digo que, aunque sean reuniones en casas de sus amigos, ¡no puede ir!? No sé cómo explicarle lo que estamos viviendo, la facilidad de contagio del virus y que, al más leve descuido, se contagia él y después, ¿quién sigue?

“Tú sabes que no es un joven tonto ni inconsciente, pero ¡quiere salir!; está hasta la madre de estar encerrado, y por más que lo pongo a que me eche la mano a cortar el pasto del jardín, a acomodar cajas en la despensa y que limpie y arregle bien su cuarto, ¡quiere irse a las reuniones de sus cuates de la prepa porque cree que los que son sus amigos no pueden tener el virus! 

“¡Y espérate! Las reuniones las organizan las mamás de sus amigos, ¡qué inconscientes! ¿Y sabes lo que más me jode? ¡Que quedo como la mamá tóxica, la divorciada que quiere tener a su hijo encerrado bajo sus faldas! ¿Dime si no es ignorancia que no se den cuenta que ahora todos somos el enemigo silencioso porque no sabes quién si, y quién no, está infectado? ¿Y qué tal que llega un asintomático y nos jode a todos!

“Hablé con él y le dije: tengo más de 50 años, soy fumadora desde hace 40, no he podido dejar el cigarro y menos ahora con tanta tensión, incertidumbre y presiones económicas; tuve polio, camino como puedo, hago que mi pierna buena aguante el peso, tenga el equilibrio y la fuerza que mi pierna mala no puede, con costo para mi columna vertebral, para mis cervicales: No es enfermedad preexistente, ¡es una discapacidad!

“Es muy duro para mí exhibir ante mi hijo lo que es evidente pero no ve. Hemos llevado una vida normal solos ellos y yo: manejo, subo, bajo, le doy al jardín, hago limpieza, en fin, hago todo lo que puedo con tal de cansarme y dormir sin pensar. Mis hijos tienen una vida igual que la de sus amigos, sin diferencias de ningún tipo y nunca han tenido que cargar con mi discapacidad. 

“Por eso lloro, cada mañana, muy temprano, en silencio, ahogo mis sollozos. ¡Este pinchi virus no sólo está infectando y matando gente, sino que me está exhibiendo ante los ojos de mis hijos por las condiciones preexistentes de mi cuerpo, que nunca antes había sido una limitante para llevar una buena vida, sin restricciones; y ahora les tengo que decir: ¡No salgas!, y si sales y te infectas, ¡yo no duro!

“Ya ves amiga, no es que no quiera… es que no puedo…”

 

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes