Amy Camacho, una historia por contar

  • Verónica Mastretta

Hacía tiempo ya que Amy Camacho lidiaba con la fragilidad de su cuerpo. Mucho tiempo desde que rondó el miedo de perderla muy pronto.  Una y otra vez, siempre con muchísimo ánimo , se recuperó de enfermedades que hubieran quebrado a alguien menos vital.  Remontar situaciones adversas fue algo que aprendió desde niña y esa capacidad se volvió una de sus fortalezas centrales. Quizá por eso decía que lo imposible era temporal. La otra cosa que aprendió desde muy temprano fue a tener los ojos atentos  y abiertos hacia los problemas de otros. Por eso me interesó tanto observar cómo se relacionaba con el mundo. Nos hicimos amigas desde hace muchos años y construimos una amistad entrañable basada en el respeto y en la posibilidad de aprender una de la otra. Con ella podías contar para trabajar en causas difíciles, para disfrutar lo hermoso de la vida o para enfrentar adversidades. Particularmente era solidaria en las situaciones difíciles. Las entendía muy bien.  Puebla le debe mucho a Amy, en particular el mensaje de que no podemos sobrevivir solos, ni ignorando a los otros y sin hacer equipo.  
El 25 de junio a medio día Amy murió a causa del derrame cerebral que sufrió la semana pasada. Ese día  no será parecido a los últimos cien, en que los días se mezclan de manera confusa.   El 2020 nos repartió unas cartas desconocidas  con las que aún no sabemos lidiar. Los seres humanos somos la única especie que mide el tiempo, aunque los físicos cuánticos dicen que no existe, que solo existe un eterno presente. Como sea, nos  hemos organizado para ponerle horas  y nombre a las vueltas de la tierra sobre su eje o alrededor del sol, lo hemos medido con relojes de arena, calendarios de piedra o  con precisión digital. Pero el COVID ha arrasado hasta con la percepción que teníamos del tiempo,  y de marzo para acá tenemos en la mente un amasijo de días y horas confundidos entre sí.  La cuenta exacta del tiempo ha sufrido un serio revés y hoy me  parece esquivo e inmanejable. La muerte de una persona tan querida me recuerda lo que hemos inventado para fijar las fechas en nosotros.  Pienso en ella muy joven, casi niña, en cómo la prematura muerte de sus padres la puso a ella,  la mayor de ocho hermanos, al frente no solo de una familia sino de una empresa muy complicada y al borde del naufragio. Aprendió a hacer cabeza , pero también aprendió a trabajar en equipo para sacar adelante no solo a su familia , sino también a Africam Safari. Supo trabajar y supo recibir ayuda. También para recibir se requiere de generosidad y humildad. Toda esa experiencia muy pronto la transformó en una eficaz y generosa líder de muchas causas. 
En la última etapa de su vida larga fue su batalla por vivir, largo su encierro. Y no por el COVID. Su salud se volvió frágil hace ya tiempo. Tanto batallar desde los trece o catorce años le pasaron factura. Ella quemaba su energía y ponía toda su pasión en cada idea  o empresa que consideraba fundamental, en particular  en todo lo que tuviera que ver con la protección del planeta, sus hábitats  y su enorme biodiversidad, hoy en jaque. Si la energía se transforma, se volverá cometa. Así me la imagino. No la imagino quieta. Contar su historia es motivo de un relato aparte. Varias veces se lo dije, cuando con entusiasmo buscaba quien le escribiera un buen texto con la historia de su papá y los orígenes de Africam Safari:
 
- Para mí el personaje eres tú. La historia que hace falta contar es la tuya. 
Nunca me tomó en serio en cuanto a eso. No se veía a sí misma como una heroína. Tampoco como víctima. Yo vi en ella tanta complejidad, tantos dilemas, pero como primera cualidad , una generosidad inmensa, un desbordamiento y compasión hacia los demás que rara vez se encuentra en las personas. Si algo caracterizó a Amy fue su capacidad para entender que había que trabajar y actuar más allá de nuestros pequeños mundos personales.Cuando tuvo su vida resuelta, guardó en la memoria la importancia de que alguien te ayude cuando estás en problemas. Traía a flor de piel la pregunta -¿En qué te ayudo ? ¿Qué necesitas? ¿Cómo lo resolvemos? La generosidad como una insignia. Fue y vino por la mixteca poblana después del temblor de 2017. Conseguía ayuda, sí, pero junto  a las cosas, ella sumaba su presencia.  Justo cuando empezó el COVID, un aneurisma  hizo crisis en su cabeza. Los hospitales eran un lugar de altísimo riesgo para ella. En marzo la mandaron a su casa, a esperar a que bajara la pandemia, cuando todos pensábamos que para abril o para mayo iríamos de salida.Ya va acabando junio.  El COVID nos obliga a esperar. Obliga a la paciencia. Hablé con ella en esos días.  Ella que era tan cariñosa, sensible y espléndida, llevaba el aislamiento drástico con muchísima gracia y valor. En estos tiempos en que reinan  las quejas, no se quejó ni una vez. Solo me dijo que estaba asustada de que el riesgo  del virus no diera tiempo para que la pudieran curar. -Pero es poco lo que necesito, solo necesito paciencia. ¿Y tú, cómo vas? ¿Estás tranquila? ¿ No necesitas nada?
La generosidad y la pasión fueron su insignia hasta el final.   

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Verónica Mastretta

Licenciada en Relaciones Internacionales, especializada en temas de comunicación, sustentabilidad, medio ambiente y gestión social