La renuncia al pensamiento crítico y el mundo al revés

  • Juan Martín López Calva

“En nuestra sociedad abundan venturosa y abrumadoramente las opiniones. Quizá prosperan tanto porque, según un repetido dogma que es el non plus ultra de la tolerancia para muchos, todas las opiniones son respetables. Concedo sin vacilar que existen muchas cosas respetables a nuestro alrededor: la vida del prójimo, por ejemplo…Las opiniones, en cambio, me parecen todo lo que se quiera menos respetables: al ser formuladas, saltan a la palestra de la disputa, la irrisión, el escepticismo y la controversia. …Sólo las más fuertes deben sobrevivir, cuando logren ganarse la verificación que las legalice…”

Fernando Savater. Opiniones respetables. El País. 1 de julio de 1994.

https://elpais.com/diario/1994/07/02/opinion/773100001_850215.html

 

Hablando de la enorme polarización que aqueja el debate público en este país, el escritor Jorge Volpi plantea en su columna del Diario Reforma de este sábado 27 de junio que “Necesitamos modelar un nuevo espacio público guiado no por el rencor sino por la razón crítica”[1].

La cita de Volpi aporta un elemento central del que me he ocupado de manera reiterada en este y otros espacios como un problema social fundamental del que debe ocuparse el sistema educativo: la carencia generalizada de pensamiento crítico que nos tiene sumidos en el horizonte de la posverdad y las fake news.

Hoy quiero hablar de dos caras de este poliédrico fenómeno de renuncia a la razón y el predominio de las percepciones y las emociones viscerales como la ira y la frustración que llenan todos los días las expresiones en las redes sociales y en los medios de comunicación masiva. Se trata del mundo al revés en el que según la dictadura de la corrección política todas las ideas son respetables pero todas las personas son desechables y condenables al reducirlas a uno solo de sus rasgos.

En efecto, como podemos comprobar todos los días en el debate público, nos encontramos por un lado en el extremo relativista en el que se plantea este dogma de la tolerancia que plantea Savater, según el cual todas las opiniones son igualmente válidas y respetables y no existe ningún criterio para discernir la mayor o menor veracidad, el fundamento o la carencia de él, la correspondencia o falta de correspondencia con la realidad (porque claro está, según esta renuncia al pensamiento crítico, no existe la realidad sino solamente los múltiples imaginarios, discursos, narrativas que hacen las personas y los grupos sociales).

Para poder modelar ese nuevo espacio público guiado por la razón crítica y no por el rencor, como lo propone Volpi, necesitamos asumir que como afirma el filósofo vasco Fernando Savater en la cita que sirve de epígrafe al artículo de hoy, las opiniones no son respetables sino que tienen que ser sometidas a la disputa, la discusión, el escepticismo, el cuestionamiento y la controversia para poder mostrar su fortaleza y su sustento, de manera que sobrevivan las más fuertes, las que tengan la solidez necesaria de las pruebas, las evidencias, la contrastación con los hechos; las que sean legalizadas por su verificación.

La educación juega un papel fundamental para lograr que las nuevas generaciones de ciudadanos desarrollen las herramientas de pensamiento necesarias para combatir este mito de la respetabilidad de todas las ideas y poder cuestionar críticamente todas las cosas que se afirman, buscando su fundamento y para cuidar que las afirmaciones propias sean suficientemente razonables.

                       

“…(es) el modo de pensar dominante, reductor y simplificador aliado a los mecanismos de incomprensión el que determina la reducción de una personalidad múltiple por naturaleza a uno solo de sus rasgos…La comprensión nos pide, por ejemplo, no encerrar, no reducir un ser humano a su crimen, ni siquiera reducirlo a su criminalidad así haya cometido varios crímenes…”

Edgar Morin. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, p. 50.

https://edgarmorinmultiversidad.org/index.php/descarga-libro-los-7-saberes.html

 

Pero en este mundo al revés que nace de la renuncia al pensamiento crítico, al mismo tiempo que en nombre de la tolerancia se plantea que todas las ideas son respetables, se posiciona cada vez más la convicción de que todo ser humano puede ser reducido a una expresión, una frase, un chiste desafortunado o una declaración imprudente y a partir de esta reducción condenársele a la hoguera del descrédito, la descalificación y hasta el insulto.

En este modo de pensar dominante se ha ido generando una especie de nueva inquisición en la que como afirma Morin en la cita anterior, se reduce a una persona a uno solo de sus rasgos, negándole todas sus demás dimensiones. Es así que cuando alguien expresa una idea que rompe con lo que se considera correcto, sea de manera imprudente o deliberada, es inmediatamente descalificado y linchado públicamente.

Una manifestación que se interprete como machista, convierte a la persona que la hizo en macho irredento, una frase que se lea como clasista o racista convierte a una persona de inmediato en una especie de criminal, un pensamiento que no coincida con lo que se considera políticamente “progresista” convierte a una persona en conservadora y reaccionaria y viceversa, una idea o manifestación de reconocimiento a lo que el gobierno plantee convierte a la persona en “chairo”, “pejezombi” y otros calificativos que lo descartan de tajo de cualquier posibilidad de tener razón.

Más allá de las manifestaciones aisladas, el pensamiento reductor hace que una persona sea descalificada por uno de sus rasgos –o de sus crímenes- negándole todas sus demás posibles cualidades. Un conservador –o un “chairo”- no puede por ello ser inteligente o bienintencionado, por dar un ejemplo.

La educación para el pensamiento crítico tiene también en este segundo rasgo un desafío enorme para formar a las nuevas generaciones en las habilidades de pensamiento indispensables para no reducir a las personas a una de sus características sino tratar de considerarlas en toda su complejidad.

El auto-examen crítico es un elemento esencial que plantea Morin para dejar de asumir la posición de juez y de poseedor de la verdad absoluta que nos hace paradójicamente respetar todas las opiniones pero condenar a las personas que no coincidan con las nuestras.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).