Confinamiento y relaciones familiares: La era del yo profundo

  • Abelardo Fernández

Se agolpan las ideas en torno a este tema, quieren salir como tratando de liberarse buscando su semáforo verde por fin. Nuestras intimidades familiares se relacionan con nuestros silencios, con la tolerancia propia del amor y el cuidado de aquello que defendemos querer más que a cualquiera otra cosa en el mundo. Pensaba primero en un análisis generacional del comportamiento de la familia como grupo humano, para los que nacimos finales de los cincuentas y principios de los sesentas, que por cierto ya estamos llegando a los sesentas tirándole a los setentas, el fenómeno de la familia supuso una ruptura con el pasado propio, es decir, nuestra propia familia nuclear, en relación con la familia que formamos, las historias cambiaron y constantemente se cuestionaron las razones de cómo estaba constituida esa familia de nuestros padres, pensando en  que la nuestra serías totalmente distinta, crecimos en una rebeldía frente a nuestros propios valores y destruimos cosas que después ya no supimos cómo construir, como la propia pareja, la educación de los hijos, la idea del progreso y por supuesto, la del respeto y la unión familiar que tanto pregonamos pero que tanto padecemos. Yo no discuto que la unidad familiar sumada socialmente signifique la cultura de un país, pero no es una cultura estable fuera del movimientos sociológico propio de las diferentes épocas económicas, culturales, tecnológicas etcétera, las familias mexicanas no son entes estáticos e inamovibles, han sufrido y seguirán sufriendo los embates del cambio cultural que todo el tiempo padecemos. El confinamiento de la pandemia que vivimos nuevamente pone de relieve estas relaciones y las desenmascara en todos los sentidos.

Sé que no puedo generalizar o que no debo, por la razón de que cada familia es distinta y muchos dirán que su experiencia no se parece a la que estaré planteando, sin embargo, en función de esta generalización, me aventuraré a sugerir escenarios con los que comparar y/o coincidir respecto de las experiencias propias. Los padres de quienes nacimos en los sesentas se dedicaron a hacer un patrimonio, su lucha constante y sufrida fue el que su familia tuviera bienes y subsistiera, en la comparación de toda esta subsistencia, de los embates de una economía que jamás ha sido estable y tranquila, eso justificó autoritarismo, machismo, abandono de los hijos, indiferencia con sus estudios, etcétera: lograr tener una casa propia, dar casa a sus hijos, autos, educación privada, etcétera era lo único importante. (quizá hablo más de una clase media). Nosotros fuimos hijos de esta lucha y de pronto nos vimos cómodamente apoyados por estas herencias tranquilizadoras, sin embargo, nuestra generación vivió los embates ideáticos de una educación distinta para los hijos, de la reformulación de la relación de pareja, de la igualdad de género, del respeto, etcétera, sobre todo, nos vimos muy abrumados en darles a nuestros hijos una educación sin represión, sin abusos y por supuesto sin abandono,  por la misma razón, nos tocaron los tiempos de los divorcios que antes no existían en tal número, los tiempos de los alergólogos para los niños que tenían alergia absolutamente a todo, de los paidopsiquiátras que diagnosticaban al que más con déficit de atención y vámonos, a sambutirle el tan conocido Ritalín pa que se comporten y pongan atención a la maestra, etcétera…  Si bien muchos cuestionaron todo esto y pretendieron quedarse en lo que se llamaba “una familia tradicional”, no dejaron de mirar cómo las familias cambiaban. Esta sobreimplicación en la educación de los niños y la presencia de terapeutas de pareja y de familia, fueron grandísimas inversiones no sólo de dinero, sino de vida, que, al final, tampoco dejaron un resultado muy satisfactorio que digamos, nuestros hijos se acostumbraron a tenerlo todo y a no agradecer nada de lo que se les daba, les parecía algo natural y normal. Las generaciones actuales están cada vez más inclinadas a no casarse, a no contraer compromisos de vida en el nombre de razonamientos eternos  propuestos por sus abuelos (bastante cuestionados), por sus padres, (viviendo en casas distintas) y de ellos que miran que embarcarse con una persona por el resto de su vida, atenta sobre todo, a su libertad, su individualidad y su independencia, que son los valores más promovidos en nuestros tiempos.

El confinamiento del COVID 19 agarra a las familias en sus dinámicas cotidianas, búsqueda del sustento y la tranquilidad económica, rescate de la dignidad personal, desarrollo profesional, muchos están estudiando y tampoco miran a sus familias, etcétera. Insisto, cada quién lo vive distinto, pero la unión familiar idílica ya no existe, el abandono de los padres confinados no sólo en su casa sino también en su soledad es una de las realidades más crudas de nuestros tiempos, muchísimas personas no tienen a quién decirle buenos días por la mañana y buenas noches antes de irse a dormir, los hijos encuentran justificable su abandono y no les llaman, de hecho, por haber sido comprendidos toda su vida, los acusan de que son ellos los que deberían llamarles y los dejan solos, en fin. El confinamiento que vivimos ahora no es el detonador de una crisis familiar ni mucho menos, la dinámica de las familias ya la traíamos desde hace muchos años, y a pesar de que la procuremos y la promovamos, parece que la economía, la salud, la tecnología con estos inventos de los celulares, las tabletas, que supuestamente nos tienen hipercomunicados todo el tiempo, parece que es cuando más alejadas y solas están las personas.

Grandísimos retos tiene la actual generación de posibles padres y madres para construir algo que se parezca a una familia, la realidad relacional actual es tremendamente inestable, independiente y solitaria, encontrar una pareja verdadera es más difícil que encontrar una aguja en un pajar, en fin, como siempre, hablo de cosas que muchas personas consideran que no se deberían hablar. Sin duda el confinamiento acentúa una depresión y una nostalgia de la familia que tuvimos, de la que tuvieron nuestros abuelos y de la que, tristemente, ahora no pueden construir las nuevas generaciones, tampoco tengo duda de que el encierro nos pone frente a nosotros mismos a dilucidar quiénes somos y qué queremos, a depurar nuestros verdaderos caminos, a concretar nuestras verdaderas necesidades y nuestras realidades concretas, a razonar por qué hacemos lo que hacemos y no cambiamos de trabajo o de ciudad, o de colonia, o de pareja, o de familia, en fin. El encuentro del hombre consigo mismo abre caminos muy intensos e interesantes de una época que, me parece, estamos comenzando a vivir; la profundidad personal será el capital más importante para salir avante en estos tiempos, la resistencia, el desapego de todo y el reanudar el camino día con día mirándonos a nosotros mismos como entidades independientes y autónomas. Estamos entrando en la era del yo, en donde ser y estar es un encuentro con la individualidad y el sano narcisismo. Por cierto, qué hueva me dan aquellos que andan promoviendo el narcisismo como una enfermedad. Un cosmos interno estará justificado como única salida dentro del confinamiento irremediable del embate de esta guerra viral en la que estamos viviendo… saludos a todas y todos, buen día.

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Abelardo Fernández

Doctor en Psicología, psicoterapeuta de Contención, musicoterapeuta, escritor, músico y fotógrafo profesional.