Los locos, una historia real

  • Xavier Gutiérrez
Esta es una historia real en la que el tiempo alcanzó a una extraña familia.

Eran cuatro mujeres y un hombre. Por su aspecto parecían emigrados de Oaxaca o Chiapas, pero avecindados en la ciudad de México.

El hombre, bajo de estatura, vestía de traje negro siempre. La ropa anticuada, su imagen formal;  ensimismado, ladino. Como que escondía algo.

Se supo que trabajaba en una oficina gubernamental, con un cargo mediano. En la vida todo se llega a saber. En ese cruce de relaciones y conversaciones alguien complementó datos de su vida.

Era homosexual pero no asumía con naturalidad su preferencia sexual. En su parcela burocrática hacía sentir el peso de su autoridad.

 Cuando alguien se dirigía a él con el clásico “licenciado” de la burocracia, el fruncía el ceño y elevaba la voz:”¡maestro y doctor!”, y fulminaba al atrevido. Aquél pobre sacó boleto para siempre en los malos tratos del “jefe”.

Un día estaba en la hilera esperando su lugar en un restaurante. La mesera vio la lista, revisó el turno y lo llamó en voz alta “¡señor Muñoooz..!”. Se acercó él con tres zancadas, y casi le gritó a la empleada en plena cara: “ ¡doctor Muñoooz, apréndaselo!”..La chica levantó las cejas, esbozó una media sonrisa irónica, y le dio el paso al hombrecito.

Su vestuario en la calle era peculiar. Siempre de traje y corbata, bufanda, un sombrero de palma, gafas oscuras, un abrigo negro  encima, guantes tejidos o de hule y un paraguas abierto todo el tiempo.

A veces cambiaba el sombrero de palma por una gruesa gorra desteñida.

Esa indumentaria era de todos los días. Ya podía estar haciendo un sol canicular, en plena primavera, con más de 35 grados a la sombra: traje y corbata, grueso y largo abrigo, ya medio gris por efectos del tiempo, bufanda tejida que le cubría casi toda la cara, y una gruesa gorra también tejida, con su borlita en la punta.

¡Ah…y su paraguas!. En primavera no era sombrilla, no, siempre paraguas ya un poco desvencijado.

En la calle no saludaba a nadie, nadie lo acompañaba, no veía siquiera a quien pasaba a su lado, la cabeza ligeramente gacha.

Las mujeres de esa casa, presumiblemente sus hermanas, tenían una forma de ser parecida a la de él.

Siempre envueltas en gruesos ropajes. Mas bien parecían forradas. Pantalones descoloridos, suéteres y encima chamarras y abrigos. La infaltable bufanda que les enredaba los rostros como momias, y sendas gorras tejidas. Anteojos oscuros y sus paraguas.

Caminaban siempre juntas, a veces como formando una hilera. No conversaban entre ellas, no saludaban, su aspecto era entre zombi y espectral.

Sus rostros se veían desabridos, la tez morena arrugada, la cabeza cubierta con gorras o pequeños sombreros de fieltro o palma ya muy usados. A veces iban por la calle con las manos asidas a la altura del pecho, como beatas por el pasillo de un convento.

Igual que el hermano: podía estar cayendo lumbre del cielo a las dos de la tarde de un día cualquiera del mes de mayo, ellas caminaban imperturbables como si a la vuelta de la esquina se fueran a subir a un trineo con destino al ártico.

Alguien contó que al parecer eran de origen mixteco y que emigraron a la ciudad al morir sus padres. Que eran totalmente solitarias, aisladas, no tenían parientes ni amistades que las visitaran, de hablar seco y desdeñoso.

Los vecinos de esa calle, allá en la colonia Roma, los conocían como Los Locos.

Con ese mote describían indumentaria, vida y modales de esta familia extraña que parecía todo el tiempo sufrir de un frio inclemente.

Obvio es decir que solo en diciembre y enero estaban a tono con el ambiente.

Ciertamente no eran de  comportamiento ofensivo. Si bien en alguna ocasión soltaban algún comentario cargado de amargura y resentimiento contra un policía, algún velador o vigilante de estacionamiento. A ellos siempre los veían con desconfianza y de todos sospechaban, los asociaban con los ladrones o narcomenudistas.

Pues ocurrió que hace unos días, un vecino de esa calle me llamó sólo para pasar el reporte: ¿Qué crees?...ahí siguen Los Locos, sólo que ahora el tiempo los alcanzó: mantienen su severo aislamiento, los rostros más cubiertos que antes, como con vendas, su cubrebocas con gorra de beisbolista, y como siempre, bufandas, abrigo  y paraguas todo el tiempo…¡el coronavirus les hace lo que el viento a Juárez!

xgt49@yahoo.com.mx

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Xavier Gutiérrez

Reportero y director de medios impresos, conductor en radio y televisión. Articulista, columnista, comentarista y caricaturista. Desempeñó cargos públicos en áreas de comunicación. Autor del libro “Ideas Para la Vida”. Conduce el programa “Te lo Digo Juan…Para que lo Escuches Pedro”.