¿Qué cambiará? Si los feminicidios y las desapariciones no nos importan el Covid menos.

  • Leopoldo Castro Fernández de Lara

*Mtro. José Leopoldo Castro Fernández de Lara

 

Antes de hablar de porqué nada cambiará es importante decir que para mucha gente nunca sucedió nada. Al igual que cuando hay una emergencia por obesidad y diabetes, violencia de género, feminicidios, desapariciones, secuestros, extorsiones, asesinatos, violencia sin control, etcétera, etcétera, etcétera esta nueva emergencia no significa nada para la mayoría de la gente a menos que les suceda en el círculo más próximo; esto es en la propia familia o en los conocidos cercanos.

En nuestro país el tema siempre es el mismo: indiferencia, distanciamiento con la realidad, falta de empatía y solidaridad y finalmente búsqueda de chivos expiatorios para justificar la propia inacción.

“El gobierno es el malo”, “Las instituciones nunca funcionan” (cualquiera: el IMSS, la SEP, la secretaría de salud, la policía, los bomberos, las cajeras del municipio), “hay mucho tráfico”, “hay muchos asaltos, “la gente es mala” … siempre buscamos culpables y terminamos con la frase “por eso estamos como estamos”. La realidad es que nosotros somos “la gente”; nosotros somos el tráfico, somos los corruptos, los que hacemos mal las cosas, los que nos callamos cuando hay que hablar y los que hablamos cuando hay que callar. La culpa (si es que sirve de algo hablar de culpa) es mía y tuya.

No hay pandemia porque tampoco hay feminicidios, tampoco hay desaparecidos y tampoco hay corrupción. Existe en algún escenario lejano, distinto de donde me muevo y de la gente que conozco. Si un niño desaparece todos haremos oración por él, pero nadie hará nada más. Estamos solos porque hemos decidido estar solos y por lo tanto nuestra mente se ha llenado de miedo modificando nuestro estilo de vida creando fantasmas y distrayéndonos de los temas que poco a poco destruyen el tejido social y condicionan nuestro día a día.

En el tema presente de emergencia (COVID) que se suma a las otras emergencias hay varias cosas que podemos aprender: en primer lugar, en México hay castas. Esto no es nuevo, pero descubrir nuevamente cómo cada uno intenta buscar seguridad en su grupo (casta) resulta llamativo. Por un lado, están los privilegiados dispuestos a seguir siendo privilegiados a costa de cualquier epidemia y a cualquier costo social incluida la muerte de los miembros de otras castas (empresarios ricos, de los que todavía vacacionan en Europa o van a esquiar a Canadá, que no han interrumpido sus actividades o despidieron a sus empleados) y luego se quejarán de que hay más inseguridad. Hay otra casta de los trabajadores que pertenecen como empleados o dueños de empresas familiares que han tenido que sobrevivir una vez más a la emergencia e intentan hacer lo mejor que pueden retrasando las medidas de distanciamiento pues varias familias dependen de ellos. Esta casta considera que moralmente está en cuarentena, pero todos sabemos que no es cierto. Luego está otra casta más amplia de los que han perdido sus trabajos que ya de por sí eran precarios o tienen que seguir trabajando para comer y no tienen posibilidad de atender casi ninguna medida de cuidado pues sus condiciones de vida los hacer supervivientes de todos los virus. Debajo de ellos hay otra casta que prácticamente corresponde a los esclavos y se nutre de personas que tienen que vivir en sus centros de trabajo y su elección es nula (trabajadoras sexuales, gente en maquiladoras, niños que trabajan). Habría que sumarle como en los dibujos de los libros de texto de las pirámides de los egipcios o mesopotámicos una clase de gobernantes y sacerdotes que están fuera de la realidad también.

¿Es molesto leer esto verdad? Recordar que es real, que en México 2020 esta pirámide cada vez se hace más patente y la oportunidad que tuvimos en los setentas y luego en los noventas y en el año 2000 y hasta llegar a hoy nunca se ha hecho realidad a pesar de los muchos signos de alarma que tanto a nivel individual como social nos han estremecido (desapariciones masivas, descubrimiento de fosas comunes en todos lados, instituciones públicas cada vez más hostiles con las poblaciones, aumento de delitos de todo tipo, despojo de tierras y recursos no renovables, etc.).

El cambio nunca va a llegar si esperamos que lo haga alguien más. Es una nueva oportunidad para que usted y yo nuevamente nos decidamos a hacer lo que nos toca. ¿Qué me toca? Creo que a estas alturas es obvio y coincide con los ideales de cualquier religión: generar un lugar en donde el amor sustituya al miedo y nos volvamos a mirar a los ojos como hermanos. En donde pueda entender que la persona que tenga enfrente –sea quien sea- es parte de mi familia y está buscando lo mismo que yo: una vida digna, pacífica, con personas buenas a quienes recurrir si lo necesita. Seamos esas personas, seamos la generación que construye un lugar mejor para nuestros hijos y para todos los hijos del mundo.

 

*El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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Leopoldo Castro Fernández de Lara

Psicólogo, Master en Recursos Humanos, Maestría en Modelos y áreas de investigación en ciencias sociales. Sus temas de interés son los movimientos sociales, las representaciones sociales y en general la psicología social