Moisés

  • Alejandra Fonseca

Al romper el alba me gusta salir a caminar y correr con mis mascotas donde quiera que estoy; desde niña lo he hecho con gran cantidad y variedad de ellas porque han sido parte esencial de mi familia; a esa hora salen libres, corren y brincan a sus anchas a la vez que me escuchan mejor si las llamo.

Hace unos meses salimos y escuché un trino de ave que nos acompañó en un tramo de nuestro recorrido pero no puse atención para identificar de dónde venía. En el día a día ese trino fue tan insistente que empecé a buscar su origen: era un ave juguetona que brincaba de barda en barda, alambre en alambre y surcaba el aire de un lado al otro de la calle para seguir nuestros pasos. En ocasiones planeaba a ras de suelo para lucir su vuelo y volver a elevarse con gran lucimiento. Nunca antes había tenido la experiencia de que un ave se luciera para llamar mi atención y nos acompañara en nuestro recorrido. No conozco de aves pero tiene alas y lomo azul metálico con cuerpo más pequeño que del cuervo y no tanto como un pajarito. En nuestro primer encuentro de mirada a mirada, me trinó y trinó hasta que nuestros ojos hicieron contacto: me sentí señalada.

Fue claro que teníamos una relación y decidí que era “él” y lo llamé Moisés. ¿De dónde salió el nombre? No sé, fue espontáneamente como espontáneo ha sido nuestro encuentro y parece que le gustó porque lo llamo Moisés y me responde. Es la primera vez que un ave llama mi atención de esta manera tan personal. En ese momento le hablé con palabras dulces: “Hola Moisés, ¿cómo estás?, ¡qué hermoso color de plumas tienes en tus alas y lomo, es mi color favorito! Vuelas tan lindo que me gustaría sacar mis alas y acompañarte en el viento para bailar contigo…” Y así seguí; parecía que me entendía, se lucía y volaba más cerca de mí; en un momento dado voló con gran velocidad atravesando el espacio sobre mi cabeza y se dio un vuelco en el aire. No sólo jugaba conmigo, también con la perra y los gatos al volar en picada hacia el suelo, parar el vuelo y al verlos venir resurgir para que no lo atrapen.

Un día voló hacia unos matorrales y se metió en lo tupido de sus ramas; parecía que jugaba a las escondidillas y dije: “¿Dónde está Moisés que no lo veo?”, y trinaba y se acomodaba alegremente para darme una pista dónde buscar. “¿Dónde se esconde que lo escucho y no lo veo?”, y se movía en su lecho de hojas para que ser encontrado. Hasta que le dije: “¡Ahí estás, Moisés, ya te vi!” y salió del matorral volando veloz para subir a lo más alto de un árbol.

Moisés tiene su hábitat en un área de gran biodiversidad, de árboles altos y frondosos,  matorrales densos y tupidos, pasto de diversas tonalidades de verdes, flores de todos colores y plantas diversas, de la que no sale y al llegar a su zona límite, se regresa luciendo su color y su vuelo. Cada día salgo emocionada con el afán de encontrarme con Moisés a quien llamo y sale de algún lado de los árboles o el cielo, trinando alegremente y luciendo su vuelo, como si de una cita se tratara. Y sí, ahí estamos viéndonos a los ojos.

alefonse@hotmail.com

 

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes