“Operación limpieza” nombre clave: Felipe

  • Atilio Peralta Merino

 En el ya lejano año de 2008, “de repente en el verano”, como  dijera Tennessee Wiliams,  un infiltrado del “cártel de Sinaloa”  entre el personal de seguridad de la embajada de los Estados Unidos,  sería plenamente  identificado por personal americano que al efecto despachaba en su sede  en pleno Paseo de la Reforma.

Un pasante en leyes cuyo nombra jamás sería revelado, había estado previamente adscrito a la Agencia Federal de Investigaciones comandada a la sazón por Genaro García Luna y posteriormente a INTERPOL México.

Posteriormente, contando con la respectiva autorización del congreso, serviría en la US Marshals Service desde octubre de 2007 hasta mediados del siguiente año, en el que sus actividades clandestinas fueron descubiertas, para, tras su detención, erigirse en colaborador clave como testigo protegido.

Hasta mediados del año 2012, la Secretaría de Seguridad Pública a cargo del propio Genaro García Luna, coordinaría la denominada Operación Limpieza, instituida por el propósito de desarticular los enlaces del crimen organizado infiltrados en las instituciones públicas federales, estatales y municipales.

En el seguimiento de tal encomienda, jugaría un papel clave el otrora infiltrado en la embajada converso milagrosamente a la condición de “testigo protegido” y que fuera bautizado con el nombre clave de “Felipe”.

Fue gracias a su testimonio que se logró identificar a un sujeto llamado José Antonio Cueto López, encargado a la sazón de corromper con sobornos a diversos funcionarios del área concerniente a la seguridad y la procuración de justicia, al menos según lo que al respecto se habría dicho en la época.

 Me parece por demás curioso que tal episodio no haya sido rememorado ante la controversia que ha suscitado la reciente entrevista a la revista PROCESO concedida por la ex embajadora de los Estados Unidos Roberta Jacobson, y que, incluso, ella misma no lo refiriera.

Los hechos en cuestión, ciertamente habrían acontecido en un momento el que la declarante no era la embajada de Estados Unidos en México, y ni siquiera la secretaria adjunta para América Latina en el departamento de estado, sino en un momento en el que la  administración  imperante en la Casa Blanca era la de Georg Bush Jr. de la que Roberta Jacobson no formaba parte integrante; sin embargo, como encargada de haber negociado la denominada “iniciativa Mérida” es claro que debió tener pleno conocimiento del asunto en cuestión.

¿Cual habría sido la motivación para bautizar al testigo con el nombre clave con el correspondiente al que entonces era el presidente en funciones?

Interrogante digna de dilucidarse a cabalidad, en los momentos actuales, en los que el descrédito recientemente autoinfligido por Javier Lozano y Gustavo de Hoyos, aunado a las declaraciones de Roberta Jacobson, pareciera que echan por tierra la que se presentaba como la oleada crecida de un intento de desestabilización.

albertoperalta1963@gmail.com

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Atilio Peralta Merino

De formación jesuita, Abogado por la Escuela Libre de Derecho.

Compañero editorial de Pedro Angel Palou.
Colaborador cercano de José Ángel Conchello y Humberto Hernández Haddad y del constitucionalista Elisur Artega Nava