Defender a los médicos y al personal de salud

  • Arturo Romero Contreras

Para GOC

 

Una sociedad revela sus entrañas por la manera como trata a sus médicos y a su personal de salud. Lo opuesto es también cierto. Pero ahora les ha tocado a ellos recibir filas de hombres y mujeres con sus cuerpos infectados y sus pulmones a punto de fallar. Los ven morir todos los días. Los reciben, les hacen pruebas, los entuban. Los desentuban. Por recuperación o por muerte. En España los encuarentenados les aplauden desde sus balcones. Sólo eso amerita abrir las ventanas, respirar un poco de aire, y expresar gratitud y respeto.

Se ha hablado de una situación de guerra. Justa o no la metáfora, lo cierto es que médicos y enfermeros se exponen, como el soldado, pero sin disparar una sola bala. Salvan sin cobrar vidas. Sin embargo, hoy, en las calles de México, gente cobarde ha lanzado cloro a personal de enfermería, ha agredido a médicos, los ha insultado. ¿Qué puede querer decir esto? Cuando la profesión más noble es rebajada, es solamente el signo de una población que ya no cree en nada y que piensa poder salvarse de la amenaza por un acto desesperado de violencia. Esto no tiene que ver con la pandemia del coronavirus, sino con la pandemia de la violencia.

Pero ¿cómo opera aquí la violencia? La violencia opera como un espejismo. Es el engaño de que se está actuando. Conforme las estructuras sociales ahogan las libertades más elementales y operan en favor de la desaparición de toda personalidad, el acto desesperado del individuo consiste en su afirmación desmesurada. Y mientras los individuos se sienten más amenazados, más expuestos, más vulnerables, la violencia responde, también de manera ilusoria, como una (fallida) autodefensa. La violencia es signo inequívoco de impotencia, incluso y especialmente ahí donde parece más bien un acto de prepotencia. Nuestra sociedad debe leerse en esos términos: potentes, prepotentes e impotentes. Esta división debería mostrarnos la distribución de las potencias en una población, es decir, de los poderes (en plural, no de: el poder) Pero, ¿qué es la potencia? Es la vitalidad de un modo de vida en común. Es la vitalidad común de una sociedad, pero que no opera contra las individualidades, sino que produce sinergia entre ellas. Sinergia significa compartir la energía, en vez de usarla contra otros (la guerra), o en vez de hurtarla a otros (explotación). Atendemos entonces al uso común de las energías sociales, sean materiales o culturales. Recordando un viejo concepto medieval diremos que es un actus essendi, un acto de ser, el acto que nos sostiene en tal o cual forma de ser. Es decir, aquello que nos mantiene en una forma de relacionarnos, de producirnos y reproducirnos como sociedad.

Es así que la actitud violenta contra los médicos y personal médico en general es un acto de prepotencia nacido de la impotencia, debido a una circulación desigual e injusta del poder. La injusticia como diferencia de ingreso o de posesión de riqueza refleja un mero momento en el tiempo. La injusticia más grave es la que priva a las personas de su participación en el poder, es decir, en la capacidad de co-determinar su modo de vida. La medicina es uno de los pilares de nuestro modo de vida. Nuestros cuerpos cansados, enfermos, estresados, gordos, descuidados, mal alimentados, van a parar ahí: con la enfermera que nos toma los signos vitales o nos pone una venoclisis, con los residentes que nos reciben, con los médicos de todos los tipos que atienden enfermedades y dolencias. En el ser atendido, en el ser tratado, en el ser curado, nos procuramos la vida mutuamente y sus potencias.

Lo que hoy hacemos con nuestros médicos y personal de salud es el grado más extremo de una violencia generalizada que viene de más lejos. La violencia comienza con el descuido de la salud pública: poco dinero, poca inversión, poco interés. Continúa con los médicos: malas condiciones de trabajo, malos sueldos, sobrecarga de pacientes. Sigue con los hospitales: sin material médico básico, y sus farmacias, sin medicamentos suficientes. Se prolonga con las farmacéuticas: patentes que viven de la usura, más allá de toda recuperación de las inversiones que se hacen en investigación. Va aun más lejos con las farmacias que venden mala atención médica y medicinas dudosas, pero también con la libre venta de medicamentos y complementos sin efectos comprobados, para mantener vivo el negocio del (supuesto) bienestar. Y es rematada con los productos milagro y las opiniones infundadas que demeritan la ciencia y el trabajo que tiene detrás, junto con sus campañas de ignorancia y desinformación.

El cloro lanzado contra unas enfermeras en México es signo de odio, pero también de ignorancia, es signo de resentimiento mal encaminado y producto de una idea de que ellas no valen nada. El demérito de la ciencia y de la medicina gracias a productos dudosos y opiniones y acciones económicamente interesadas, junto con el castigo del sistema de salud, en un marco de violencia generalizada, redunda en un demérito de médicos y personal de salud, que a su vez acaba en una violencia contra su persona. Defendámoslos, entonces. Ahora y, sobre todo, en adelante, en lo que vendrá después de la crisis. La salud deberá ser cimiento de la sociedad venidera.

Pero ahora mismo defendamos a nuestros médicos, a enfermeros y enfermeras, laboratoristas y camilleros. Comencemos con reconocer que en esta crisis ellos están en el frente. Y lo están para todos, todas. Su atención no se rige por intereses de ninguna clase. Ellos se han convertido hoy en la clase universal, la que trabaja para todos y la que encarna, en este momento, a la totalidad de la sociedad. Son aquella parte de la sociedad que encarna lo que hoy se reclama de cada uno de nosotros: el servicio y el cuidado. La potencia, el poder de una sociedad, parece remitir a un vigor desmesurado, pero no es así. El poder es la energía para mantenerse en un modo de vida determinado. Ese modo de vida solamente se sostiene en la cooperación. Y la forma más extrema de la cooperación es el cuidado. El cuidado recíproco es la piedra de toque de una sociedad. Es así que cuando se agrede a un enfermero, a una doctora, a cualquier miembro del personal de salud, se agrede a la sociedad en lo preciado que tiene.

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.