Prefiero la original

  • Alejandra Fonseca
En otra ocasión un amigo arquitecto, guapo, bien oliente, elegante, fino, bien acicalado...

Esta cuarentena es para reestructurar mi casa: todo cambiará de lugar, de forma y funcionalidad. Para quienes me conocen es una constante pero hoy me aplico a fondo. Cuando tuve una camioneta estaquitas, un buen amigo precisó que era “para pasear mis muebles”; tenía razón: todo cambiaba de aquí para allá, de acá para acullá porque las cosas siempre tienen otra mirada. Hoy la tienen sobremanera y me encanta reacomodar porque hay el tiempo, las ganas y todo dará un giro impredecible.

En otra ocasión un amigo arquitecto, guapo, bien oliente, elegante, fino, bien acicalado, entró a mi casa y al verla, dijo: “Yo me desharía de todo y me quedaría con tus fotos”. Me pareció un insulto porque, según yo, mi casa es un arcoíris donde se respira aire fresco de colores, y en cualquier tiempo entran y salen chupamirtos a su antojo. Este amigo de gustos finos y experto en su área, me hizo saber que a su parecer mi casa era un desmadre; nunca me explicó, pero tampoco me importó ya que hasta hoy intento hacer lo recomendado: voltear mi casa como caja de zapatos llena de chácharas desechables, y quedarme sólo con mis fotos.

Comencé la reestructuración por el cuarto de servicio que uso de bodega; saqué todo: artículos de limpieza, comida de mascotas, objetos navideños y encontré cajas y cajas y cajas llenas de recipientes de plástico con los que podría abrir una tiendita, sin problema. ¿Cómo llegué a esto? Siempre se me hizo más fácil comprar otro juego de recipientes que buscar los que ya tenía, y el resultado es este reverendo desmadre. El problema no es la cantidad, sino clasificar, ordenar y acomodarlos porque ¡son un chingo de diferentes tamaños, formas y colores! Pero estaba hecho: empecé por lo rápido y fácil; los recipientes los dejé al final y fui eligiendo los de mayor tamaño y los iguales con tapas, y así me fui poco a poco; parecía una tarea interminable en la que adelanté mucho en un día que me apliqué sin descanso, pero me saturé, me harté y me cansé y, para darle emoción al día siguiente, empecé con otra cosa.

Salté a ordenar cuartos y saqué la mesita, la silla y la televisión que estorbaban. Luego subí al gimnasio-biblioteca improvisado en el segundo piso de mi casa, y se me ocurrió reciclar y acondicionarlo mejor: subí la mesa para poner tablet, bocinas y televisión para escuchar audios y ver videos que me hacen tan feliz mientras hago ejercicio. Abrí puertas y ventanas por las que se cruza el aire y dan al balcón desde donde se ve el jardín con flores y árboles de mis vecinos, y se escucha el trinar de los pajaritos. Sentí tan rico el viento y el sonido de las aves, que se me antojó quedarme ahí indefinidamente: “¡Sólo me faltaría la bacinica! --reí--, pero tengo que escribir, ¡es jueves!” Y ni tarda ni perezosa subí una silla, otra mesita, esta computadora, y me puse a trabajar en ese paraíso espontáneo.

Entre renglón y renglón me levantaba a mirar por el balcón, a acariciar a mi perrita y a los cuatro gatos que felices se echaron en el pasillo a disfrutar la brisa. En una de esas me enfoqué en mi improvisado estudio-gimnasio-biblioteca y reí con ganas: “¡No!, nunca podré ser la que voltea su casa para sacar todo y quedarse sólo con tus fotos; ¡soy mejor en original! Bien decía mi papá: Alejandra va a estar donde se divierta”. 

alefonse@hotmail.com   

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes