¿Morir de coronavirus o de hambre?

  • Juan Luis Hernández Avendaño
El dilema por el que atraviesan todos los gobiernos.

Los dilemas aparecen por doquier, particularmente en las decisiones gubernamentales. Escoger uno de los dos caminos en la “y” de las opciones gustará a unos pero molestará a otros. Los dilemas presuponen conflicto y disenso después de la decisión, por eso, algunos liderazgos tardan en la decisión final, calculando que el costo político asociado impacte lo menos posible en la gobernabilidad.

Todos los gobiernos del mundo han tenido en las manos varios modelos de decisión para gestionar la pandemia del Covid-19. El modelo decisional se compone de muchas variables, y eso hace aún más compleja la cadena de decisiones. Al final, los gobiernos de turno se estarán jugando su credibilidad y continuidad por los aciertos o errores que los gobernados hayan apreciado durante la gestión de la crisis. Y nuevamente, en tiempos de redes sociales, la percepción será lo más importante.

El dilema por el que atraviesan todos los gobiernos es gestionar la crisis entre los aspectos sanitarios (que haya los menos contagiados posibles, que haya los menos decesos posibles) y los aspectos económicos del país (que se pierdan los menos empleos posibles, que se caiga el Producto Interno Bruto lo menos posible). En este modelo la clave de la decisión es determinar en qué momento parar a la sociedad y la productividad y enviar a todo mundo a su casa. El distanciamiento social es probablemente la única manera de evitar una pandemia sin control, pero al mismo tiempo, ello supone parar buena parte de la actividad económica, y en un modelo capitalista como el que vivimos, la depresión del consumo expande otra pandemia, la pérdida de empleos o la destrucción del ingreso familiar.

México ha seguido un modelo de equilibrio incremental. Retardó lo más posible la decisión de la distancia social para no parar la economía. El primer gran sector que se movió a la casa fue el educativo, con la perspectiva de que podían seguirse presentando otros ambientes de aprendizaje no presenciales, en línea o virtuales. Pero el resto de la economía siguió funcionando normal hasta esta semana en la que ya se apremia un aislamiento familiar en serio. Además, como ya se ha dicho en este espacio, el coronavirus ha desnudado tanto la condición humana como las fortalezas y las debilidades de todos los países. En México una tercera parte de la población económicamente activa está en la informalidad. Es un sector que viene de muchas décadas atrás y que ningún gobierno o modelo económico ha logrado reducir. Son millones de personas que no pueden parar, que no pueden irse fácilmente a sus casas, son millones de personas que prefieren arriesgarse a enfermarse que a dejar de tener ingresos para la familia.

Hace unos días, uno de los hombres más ricos de México, Ricardo Salinas, dueño de TV Azteca y de las tiendas Elektra entre otros muchos negocios, salió al paso de las críticas de un sector empresarial adverso del gobierno de López Obrador, para señalar que sólo hay dos caminos, o se muere por la pandemia o se muere de hambre por el parón económico de la distancia social. Respaldó el modelo incremental de retardar el aislamiento y sugirió, como se perfila ya en otros países, que no se pare la economía, que sanitariamente se haga lo necesario para enfrentar la pandemia, pero que se acepte la letalidad del Covid-19 como otras enfermedades como la influenza o la diabetes, que matan a más mexicanos pero que no por ello se detenga el proceso productivo, los salarios y las ventas. Para el caso del empresario, que no se detenga la acumulación de su riqueza.

Países como los nuestros, con enormes desigualdades sociales, con un estado bastante frágil, ineficaz y ausente de muchos territorios del país y con una sociedad dispar, es decir, con muchos rostros ciudadanos (indolentes, irresponsables, comprometidos, responsables, solidarios, indiferentes, apanicados) enfrentan muchos desafíos a la vez. Está planteado que una buena parte de la sociedad mexicana estará recluida en su casa alrededor de 8 semanas en promedio, como nunca antes en nuestra historia moderna. Y al mismo tiempo, se perfila que nuestro PIB caiga este año entre un 5 o 6 por ciento (en 2009 cayó 6.5 por crisis global y AH1N1).

El modelo de gestión de la crisis tiene que evitar que la pandemia salga de control. Eso busca asegurar el distanciamiento social. No abarrotar los hospitales y no rebasar la capacidad sanitaria instalada es el objetivo. Pero la economía, a pesar de los economistas, es política. La única manera que los países logran salir de traumas sociales como las guerras, es la de echar mano de una economía política en la que el Estado se convierta en el primer estimulador del empleo, las inversiones, la estabilidad salarial y la creación de nuevos ámbitos laborales. Es una buena oportunidad para rehacer nuestro alicaído estado como entidad generadora de bienes públicos, y también es una buena oportunidad para robustecer el sistema de salud público del país, hoy, lo estamos viendo, es mucho más importante que apostar por una refinería.

*Politólogo, Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Ibero Puebla.

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Juan Luis Hernández Avendaño

Politólogo, director general del Medio Universitario de la Universidad Iberoamericana Puebla y profesor-investigador de Ciencias Políticas por la misma institución.