Tiempos de regreso

  • Alejandra Fonseca
El tráfico era tal que niñ@s de la colonia podíamos jugar en la calle: bote pateado, béisbol...

Es como volver a mi infancia cuando la vida era tranquila, pausada; el tiempo tenía otra dimensión y los días, así como las horas y minutos, contaban uno por uno, y cada uno de los 60 latidos de diferente calibre, se detallaba. Cuando amanecía con los brillantes rayos de sol que se traslucían por las cortinas de las ventanas de mi cuarto, a lo lejos, escuchaba los pajaritos trinar; ese sonido me despertaba y la persona a mi cargo, abría las ventanas para ventilar mi recámara. Yo estiraba mi cuerpo a todo lo que daba, me levantaba y las aves se acercaban en el espacio abierto a espiar, qué había dentro.

El tráfico era tal que niñ@s de la colonia podíamos jugar en la calle: bote pateado, béisbol, futbol, volibol, quemados, policías y ladrones en bicicleta, andar en patines y avalancha. Al ver un auto acercarse, gritábamos: “¡Coche!”, y nos deteníamos para dejar el auto pasar y después continuar el juego. En vacaciones me despertaba más temprano por la emoción del tiempo libre; el desayuno y la vestida eran rápidos y volaba para ir a nadar, jugar golf o basquetbol.

Nunca pensé que volvería a vivir así en la ciudad en estos tiempos de la inmediatez de la vida donde cada día los nanosegundos se fragmentan más y más, casi alcanzando lo que a mí me parece la velocidad de la luz. Cuando adolescente que empecé a manejar mi propio coche y una dinámica social más rápida comenzó, siempre huía al campo fines de semana y vacaciones; recién añoraba dolorosamente y sobremanera esas luces de la naturaleza, esos sonidos, olores, escenarios y vista de paisajes y animales; ese espacio y tiempo propios del latido de la Tierra sin que nada interfiera; poder escuchar el viento y la respiración del Planeta, disfrutar las noches con los cambios de la luna y el cielo estrellado… Pero también el campo cambió.

Y de pronto el tiempo se detuvo sin que la Tierra dejara de girar por cuestiones que todos conocemos… y llegaron de regreso esos tiempos: poca gente en las calles, tráfico esparcido y hasta lento, días largos y silenciosos y noches calladas que rinden para leer un capítulo del libro en turno o escribir; se pueden ver y escuchar los animales que viven en la Naturaleza, que se habían esparcido en lugares secos y oscuros donde la mano del hombre no los pudiera alcanzar. Y ahora, sobre todo, tengo mi mente sosegada aún al entrar a redes sociales, leer o ver noticias, porque ese latido en mi soledad está en mi interior como huella digital indeleble a la que pertenezco y me pertenece, y ahora regresa a mí como un regalo.

El motivo de estos tiempos de aislamiento y distancia social que llegaron, no lo celebro porque es muy delicado y peligroso, y lo único que puedo hacer para cooperar es quedarme en casa en un ambiente distendido en el tiempo; exactamente el obsequio que significa el regreso de esos tiempos, que añoraba sobremanera sin pensar que algún día los volvería a vivir.

No, no me da la histeria; tampoco me siento culpable por disfrutar estos momentos que no sé cuánto tiempo durarán; pero sí sé que la vida me ha dado esta segunda oportunidad para disfrutar tiempos como aquéllos, y no como cuando en mi imaginación o en sueños suceden por mi gran nostalgia; sino en el día a día y noche a noche, de manera constante sin que por el momento se interrumpan. Recuerdo las últimas escenas de la película de los 70 que tanto impactó y marcó mi adolescencia: “Cuando el destino nos alcance” (Soylent Green) cuando por la sobrepoblación de la Tierra y la hecatombe de la Naturaleza, a quienes les tocaba morir, en una pantalla les pasaban escenas de la Naturaleza virgen, de animales libres en su hábitat. El sentimiento de paz y alegría de los agonizantes por regresar a casa, es lo que yo agradezco hoy, y elijo vivir en cualquier momento cuando la muerte llegue, ojalá, sin ser anunciada.

Gracias por los tiempos de regreso.

alefonse@hotmail.com

 

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes