Cuando el momento crítico de salud pública exige usar guantes sanitarios, el gobernador Barbosa y la presidenta municipal Rivera, se ponen los de box. Nada resulta más contrastante con la situación que un round de púgiles.

Así les decían en la antigua Roma a los boxeadores. De Roma, nuestros personajes, debieran traer para aplicar el fino ejercicio de la política, que tanta falta hace.

El caso es que se da una confrontación de altos vuelos. El punto es la disputa por la Secretaría de Seguridad Pública municipal, eso es lo visible al menos. En el trasfondo hay otras cosas.

Como referente habría que decir que casi nunca las relaciones del presidente municipal de la capital con el gobernador han sido tersas. La historia registra frecuentes roces entre ambos niveles de autoridad.

El gobernador en turno, por lo común, ha querido someter al alcalde y este, con buenas o malas maneras ha tratado de escapar de esa hegemonía dominante. Se recuerda, por ejemplo, el caso de Moreno Valle y Eduardo Rivera.

Rafael, con modos apabullantes y dictatoriales, arrinconó un 15 de septiembre a Rivera y su esposa a la hora de dar el Grito. Abiertamente los hizo a un lado pisoteando su dignidad y el cargo.

 Lo triste es que Rivera no sólo no defendió su decoro y jerarquía, sino que tiempo después volvió, en actitud cortesana, a servir a los intereses políticos de la poderosa pareja que habría de morir en el helicopterazo.

Esto parece no ocurrir ahora. Frente a la designación que el gobernador hace de una delegada de seguridad estatal en el puesto de  mando de la seguridad municipal, se da un duelo de fuerzas porque la presidenta se resiste.

El gobernante la conmina a “acatar voluntariamente la designación”. El tono suena a advertencia. Frente a esto, la presidenta sale a los medios con una posición retórica que nunca se le había conocido: firme, precisa, enfática y lúcida.

Uno y otro arguyen actuar con la ley en la mano. Parece que la clave está en la interpretación. “Definid y no discutiréis”, decían, otra vez, los romanos.

 Pero lo que aparece como telón de fondo es la presencia de Ardelio Vargas, una de las figuras clave del morenovallismo, como asesor de seguridad del estado y en apariencia patrocinador de Carla Morales, la dama designada por el gobernador para la cartera de seguridad municipal.

De ser cierto todo esto, que es la esencia de la argumentación de Claudia
Rivera, parecería que en efecto la sombra de Vargas destruye el discurso antimorenovallista que fue la bandera del gobernador Barbosa todo el tiempo.

En ese punto esta el conflicto, que ha escalado en una proporción mayor que el avance del corona virus en el estado.

El momento en que se presenta este desencuentro frontal es el peor. 

Por un lado, la sociedad espera prudencia, compromiso y liderazgo. Un modelo de confianza debieran tener como escudo los gobernantes para encabezar el momento duro que vive la gente ahora mismo.

Y eso es precisamente lo que pareciera no haber.

La capital y zona conurbada han sido presa de la delincuencia a niveles de escándalo en los últimos tiempos. Y el Estado todo. Hay focos realmente alarmantes en la ruta Puebla-Veracruz, en el círculo rojo del centro y en la región Puebla-Huejotzingo-Texmelucan-CDMX.

Ni el municipio ni el estado ofrecen buenas cuentas. Hay además falta de liderazgo grave. Una reciente encuesta mostró un muy modesto 3 por ciento de confianza en el gobernador, al fondo de la tabla de todos los gobernadores.

Este es el preocupante panorama….y con la pandemia encima.

Lo deseable es que la disputa se encauce por niveles de negociación prudente, respeto y madurez. De no ocurrir esto, es claro que habrá un claro ganador y un perdedor. 

El ganador: la delincuencia. El perdedor: la sociedad.

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