El coronoavirus como profesor de economía

  • Arturo Romero Contreras
"Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo".

La naturaleza es una gran democratizadora. La pandemia actual del coronavirus ha logrado una conciencia global y un espíritu de colaboración que no ha logrado nunca el cambio climático. el azar y la contingencia asociada al comportamiento de un virus ha puesto en funcionamiento una organización global y un flujo de información crítica que la economía no se daría el lujo de conceder generalmente se considera que los grandes acontecimientos tienen un origen siempre humano, pero se pasa por alto en qué medida los gérmenes obligan a la humanidad a tomar decisiones cruciales.

No se puede entender el decurso de la Edad Media si se suprime de las explicaciones el papel que tuvo la peste bubónica. Antonin Artaud escribía sobre la manera en que dicha peste cambio la conciencia europea y preparó un conjunto de revoluciones sociales. No es nuevo el hecho de que las catástrofes naturales suspenden muy frecuentemente diferencias sociales haciendo surgir un espíritu de solidaridad. En México lo vimos con motivo de los temblores. desde luego que en el río revuelto de una pandemia hay también mezquindades que buscan sacar provecho como en quienes desesperadamente intentan vincular el virus con una región y una población particulares. sin embargo, fuera de la estupidez y del cálculo perverso de los gobiernos un virus rebasa toda planeación y hace emerger respuestas insólitas de la población mundial. Esto no es una crisis económica ni tampoco una crisis política o social, aunque seguramente veremos mucho de ello en las próximas semanas. Es una crisis biológico-cultural, donde se muestra uno de los tantos goznes entre dos regiones que insistimos en separar.

Pero lo más interesante en este tipo de eventos límite es la manera en que hacen visibles las instituciones y su manera de operar según regímenes políticos. Una de las noticias más sorprendentes ha consistido en ver a Estados Unidos reaccionar lenta y torpemente frente a la emergencia, a diferencia de China. Es obvio que un estado fuerte y con gran control es capaz de reaccionar mucho mejor a una crisis nacional que un país donde la salud está en manos de empresas privadas. En Estados Unidos hemos visto la pobre capacidad de organización y de respuesta frente a una catástrofe, siendo la mayor potencia internacional porque no hay servicios de salud nacionales, ni cobertura universal, ni capacidad de tomar decisiones con la velocidad que se requiere. China, en cambio pudo reaccionar de manera inmediata, distribuyendo mejor los recursos materiales y humanos. El “neoliberalismo” es una filosofía, una ideología, un modelo económico y una palabra comodín (para derechas e izquierdas). Su versión ideológica más estándar nos dice que los Estados no deben intervenir en la economía, porque esta se regula sola. Que se regule “sola” quiere decir que ésta es un fenómeno natural, con sus leyes (como la “ley” del equilibrio). Pues bien, el coronavirus es fenómeno natural. Sí, seguramente se “autoregulará”, así funciona la selección natural. Pero aquí quien tiene razón (pero sólo en esto) es Keynes: en el largo plazo (casi) todos estaremos muertos. En otras palabras, puesto que somos organismos que dependen de condiciones muy particulares de existencia, no podemos confiarnos a cualquier equilibrio, ni a selección natural sin intervención humana. Puede uno ponerse chocante y decir: literalmente, antes muerto que ser ayudado por el Estado. Esta es la línea de Foucault, quien veía en el Estado de bienestar un mecanismo de control, eso que hoy ya no tenemos y que extrañamos como la última de las paupérrimas utopías actuales. Y esta es la misma línea que sigue su alumno, Giorgio Agamben, quien hace unos días dedicó unas delirantes palabras a la pandemia actual del coronavirus, diciendo que la respuesta global era una estrategia de control social. El virus, si existe, es, según él, una gripilla que se cura sola y que la respuesta global es una farsa. Sorprende que alguien crea todavía en un poder centralizado mundial capaz de inventar y controlar los hechos y la información a su antojo. Que las catástrofes ecológicas y biológicas son y serán aprovechadas es algo evidente, pero hoy en día no hay nada que se sustraiga a los intereses políticos o económicos globales. Más sensato fue Jean-Luc Nancy quien, le respondió implicando que, si le hiciéramos caso a Agamben, estaríamos muertos.

Pero no hay que hacer una apología torpe del bestial Estado chino. Actualmente la ambición de grandes farmacéuticas las fuerza a buscar vacunas. Pero no lo harán si no les representa una ganancia inmediata y un balance costo-beneficio favorable. Es solamente bajo la presión de los gobiernos y la comunidad internacional que éstas deberán sujetarse a prioridades. Pero quienes mejor han demostrado su capacidad de cooperación son las universidades. Epidemiólogos, médicos e informáticos han trabajado rápidamente para compartir información sobre investigaciones previas y, con ello, generar modelos que permitan predecir el comportamiento del virus (prevalencia, virulencia, rutas de contagio, curvas de crecimiento). Aquí vemos que las universidades financiadas por los grandes Estados son las que verdaderamente tienen algo que aportar a nivel global y que logran operar, en este caso, con un modelo doble: por un lado, mantienen el financiamiento oficial y se ajustan a necesidades nacionales pero, por el otro, mantienen su autonomía en términos de investigación, lo que asegura diversidad e independencia de resultados (condición sine qua non de la ciencia) y que no se basa, sino en la más despiadada competencia. Las universidades son modelos mixtos: con elementos centralizados y descentralizados. En sus libros Taleb Nassim ha abordado de forma interesante el tema del azar y la necesidad, de estabilidad y desorden. En Antifrágil confronta los conceptos de estabilidad, inestabilidad, fragilidad y uno cuarto, el de antifrágil. Este último alude a la condición de aquellos sistemas que resultan fortalecidos tras la exposición a estresores, en vez de perder su estabilidad o simplemente ser indiferentes. Hay, pues, sistemas que necesitan de la novedad y el azar y este sentido positivo o constructivo de tales elementos es lo que el término intenta recoger. Sabemos que el “mercado” es un sistema entre otros, y no tenemos problema en admitir la importancia del azar e incluso de las crisis en el capitalismo para generar innovación. Visto más de cerca, el problema que se plantea no es sobre la naturaleza ordenada o desordenada de los sistemas, sino sus proporciones. Es decir, cuánto se deja al azar, cuánto al control, cuándo se busca el azar y cuándo se le mitiga. Es claro que estas reflexiones tocan el corazón de la discusión capitalismo-socialismo. Los sistemas dinámicos poseen periodicidad estadística (teoría de caos), pero también pueden experimentar singularidades, es decir, novedades radicales que rompen con su comportamiento anterior. Los mercados son así: poseen su regularidad, pero también sus singularidades. Un gobierno centralizado pierde variabilidad en sus soluciones y en la información local de los actores, pero posee información global. Los mercados construyen su información global (indicadores) por sumatoria de informaciones locales (al menos en teoría) y, supuestamente, las decisiones siempre deben ser locales (los individuos, los propietarios, las empresas) y no existe ningún poder que los pueda intervenir directamente, lo cual los blinda (parcialmente) de tentaciones autoritarias. La pregunta no es: control vs libertad, o azar vs necesidad. La pregunta es: ¿qué tanto control y qué tanta libertad y en qué respectos y en qué medida?

El mercado, se nos dice entonces, es algo natural, un sistema entre otros. La expansión de un virus también. Podemos aprender de economía humana solamente al observar otros sistemas naturales. Cuando un sistema (nuestra normalidad) presenta una singularidad (un evento que suspende el funcionamiento usual del sistema), el mercado puede “aprender” y salir fortalecido. Igualmente, el sistema inmunológico aprende a desarrollar anticuerpos a partir de patógenos. Pero todo es una cuestión de umbral. Sin medicamentos, ciertas enfermedades matan, sin dar oportunidad alguna al sistema inmunológico. Cuando comparamos la respuesta de China y de E.U., tenemos dos modos de responder a la singularidad, a la contingencia, al azar. Una por el control, otra por autoorganización. Las mismas variables las vemos en el mercado: control estatal vs libertad de mercado. Pero lo que la crisis nos hace ver, es que una discusión que opone control y libertad no comprende nada de los sistemas reales. Siempre hay elementos de control y de libertad, la pregunta es dónde se coloca la barra. 

Slavoj Žižek también se ha subido a la ola virulenta de las opiniones filosóficas sobre la actual pandemia. Lo que dice es provocador: un atisbo de una sociedad comunista está ya aquí y lo ha logrado el virus. La respuesta mundial que vemos es lo más parecido a un gobierno transnacional, materialista y cooperativo. Žižek hizo suya la frase de Jameson, según la cual es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, haciendo constante referencia a las películas de Hollywood en las cuales la gente es capaz de sobreponerse a sus diferencias solamente ante invasiones alienígenas o meteoritos que amenazan con destruir la tierra. Pues bien, he aquí una catástrofe. Y no solamente hemos visto, como dice Žižek, una enorme cooperación internacional, sino también una sorpresiva detención de la vida que acarrea graves consecuencias económicas. Esta es quizá la primera situación mundial en la que hemos detenido lo que diariamente consideramos imposible de parar: vuelos internacionales, asistencia a sitios de trabajo, cierre de eventos masivos. En condiciones normales (que por cierto no queremos reconocer como excepcionales) todo esto habría sido declarado como imposible. Se trata de una suerte de huelga mundial. Sí, por miedo, pero por primera vez la vida aparece como un bien más valioso que cualquier ganancia posible.  

Todavía sabemos muy poco del virus, pero las lecciones de la pandemia están al alcance de la mano.

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Arturo Romero Contreras

Es doctor en filosofía por la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Actualmente es profesor-investigador de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP.