La hora de los jóvenes

  • Fidencio Aguilar Víquez
El espíritu juvenil pide razones para entregar la existencia a una causa

Los jóvenes universitarios poblanos -los que se están preparando para la vida profesional- marcharán el día jueves 5 de marzo para presentar diversas exigencias al gobernador del estado de Puebla. Tales reclamos tienen que ver con la inseguridad que padecen, como muchos ciudadanos más, y que trajo como consecuencia la muerte de tres de sus compañeros -estudiantes de medicina- y del chofer que los transportaba de Huejotzingo a Puebla capital hace poco más de una semana. Dos de ellos estaban de intercambio de estudios en la UPAEP y eran colombianos, el otro estudiaba en la BUAP y, al decir de sus amigos, no tenía otro propósito que formarse profesionalmente para servir como médico. A la marcha se sumarán alumnos de otras universidades. La hora de los jóvenes ha llegado.

El espíritu juvenil pide razones para entregar la existencia a una causa, motivo o ideal, de ahí sus increpaciones cuando hay injusticias, incongruencias o deshonestidades. De ahí brota, pienso, la natural rebeldía. En este horizonte los amigos son importantísimos, son los compañeros de camino, tanto los mayores que van abriéndolo, como los menores a quienes hay que impulsar. Los amigos son el rostro concreto del ideal, si no los hay, es fácil caer en abstracciones, ideologías y en manipulaciones. Éstas son posibles -y se dan de hecho- cuando en vez de amistad se suscita el pragmatismo, el interés por la vida fácil, de confort o de placer; o bien, cuando se promueven más las ideas, las lecturas y las prácticas esotéricas de los “seleccionados” por los iniciados en artes y secretos “revelados” a los espíritus selectos.

No es fácil la vida juvenil, más en un periodo de desesperanza, de desinterés y hasta de indolencia; quizá por ello estudiar a las generaciones ayude mucho para comprender la dinámica social en la que estamos inmersos. Si habremos de hacer caso a Ortega y su planteamiento sobre las generaciones, los jóvenes -de los 15 a los 30 años de edad- se encuentran en un periodo de formación: todavía no toman las decisiones en la sociedad pero se preparan para hacerlo. Es la generación de los 30 a los 45 años de edad la que, siempre según el autor madrileño, toma las decisiones en una sociedad. En ese sentido, los jóvenes universitarios poblanos que convocan a la marcha y se preparan para participar en ella no decidan, sin embargo, sin duda, su postura tendrá un efecto en quienes sí tomen esas decisiones. Se prevé una manifestación de gran calado. ¿Qué efectos tendrá?

Se dice que, por la magnitud de las manifestaciones previas, esta marcha podría ser similar a las de los años cincuenta -donde los jóvenes pedían la autonomía universitaria-, o de los sesenta y setenta, donde buscaban salir de las luchas ideológicas. Me pregunto si entre ellos hay algunos que estén a la altura de este tiempo y si podemos ver liderazgos, vocaciones y personalidades como las de Manuel Díaz Cid, Alfonso Vélez, en fin, alguien que encabece las inquietudes juveniles y les dé cuerpo, dirección y sentido. Sin duda, habrá esos liderazgos y esas personalidades, ya que cada generación tiene sus garbanzos de a libra. ¿Se permitirán estos jóvenes abrirse y mostrar sus cartas para decirnos a los adultos: «Aquí estamos y vamos a transformar esta sociedad que recibimos en algo un poco mejor»? Tengo la impresión que los escépticos no son ellos, sino nosotros, los adultos, quienes lo somos con respecto a ellos.

La etapa de formación de los jóvenes también es etapa de transformación. Se están formando pero al mismo tiempo se están «transformando», dejando una forma y adquiriendo una nueva. Están saliendo de la crisis que supone la apropiación de su yo, de su responsabilidad y de su personalidad. Esto implica tomar en sus manos su propia vida, sus propias decisiones. Se trata de una suerte de «empoderamiento». Pero hay una circunstancia que vuelve a poner en riesgo su horizonte: la falta de experiencia de la vida y de la realidad. El riesgo nuevamente es la factibilidad de la manipulación por parte de quienes hacen el juego del poder.

La energía del espíritu juvenil inyecta a los jóvenes la convicción de que el mundo y las cosas pueden transformarse por el solo hecho de quererlo; es una confianza en que bastan las propias fuerzas para hacerlo. Tales actitudes se orientan a una suerte de infinito: el infinito que no se ha puesto a prueba aún, y por eso se cree que, en automático, las cosas ocurrirán por el solo hecho de desearlas. La terca realidad está a la vuelta de la esquina, pero los jóvenes no la ven de cerca ni en sus formas crudas y a veces crueles. Es una suerte de «apresuramiento» que, en realidad, muestra una ausencia: la paciencia. Esta virtud, bien lo sabemos, se logra más bien en la madurez, si es que nos dejamos conducir. Los jóvenes se rigen por otra dinámica: querer todo aquí y ahora.

Es un periodo, la juventud, también de elecciones importantes: tienen éstas que ver con el trabajo y con la vocación personal. Trabajo y amor son dos temas que se encuentran en el horizonte juvenil, tan necesarios y vitales pero, al mismo tiempo, tan complicados y difíciles en estos tiempos que corren. Sería muy largo hacer una reflexión sobre el espíritu juvenil sin tomar en cuenta varios contextos antropológicos, sociológicos, pedagógicos, éticos, etcétera. Todo esto que brota de estas líneas es para tratar de leer lo que se avecina con estos ejercicios de protesta en donde los jóvenes reclaman lo básico de la seguridad: ir a la universidad, a la casa y a la calle sin el riesgo de morir en el intento, sin la amenaza de la violencia y sin el silencio de las autoridades responsables de esa seguridad.

Hay que exigir eso, sin lugar a dudas. Y el gobernador ha de responder puntualmente, pues tiene esa obligación legal, política y moralmente. La pregunta que sigue es esta: ¿qué actitud ética es la que deben o podrían asumir los jóvenes a raíz de todo esto? En el fondo, ¿qué significa ser joven en estos tiempos violentos de incertidumbre y de horizonte líquido? Romano Guardini sostiene que los jóvenes deben aprender a pensar por sí mismos, a enjuiciar las cosas por ellos mismos y a tener una sana desconfianza por las recetas previas. De este modo, serán capaces de no caer en las opiniones anónimas, sin rostro, sin referencias. Con ello evitarán los asaltos violentos del Estado que, de forma inercial, busca su captura y su manipulación. La libertad y la personalidad de los jóvenes son bienes siempre apetecibles para aquél. La libertad, le dice el de la triste figura a su fiel escudero, es uno de los bienes que los cielos de concedieron a los seres humanos. Es el tesoro que hay que seguir descubriendo. La marcha de este jueves será muy elocuente en todo esto.

Finalmente, así como los jóvenes universitarios se manifestarán, las mujeres harán lo propio el 8 y el 9. Ambos sectores, jóvenes y mujeres, tienen mucho que decir, social, política y culturalmente. No podemos dejar todo en manos del estado. La sociedad también tiene vida propia. Este país no lo hace un solo sector ni una sola persona. Lo formamos muchos sectores sociales y una pluralidad de personas que tenemos algo que decir y algo que aportar. Dependerá de nosotros caminar o dejar de hacerlo.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).