Después… no hay después.

  • Alejandra Fonseca
Estaba emocionada; tanto tiempo ¡y por fin! iba a probar las mieles...

Tenía una boda. Era sábado. Pensó en arreglarse con vestido de coctel ya que era al medio día. Días antes le había hablado el hombre con quien se traían ganas desde hace algunos años pero en ese entonces no fue posible darse el encontronazo. Hoy sí, ambos son libres y divorciados. Él la buscó vía telefónica y con voz seductora y determinante le preguntó: “¿Qué vas a hacer el sábado?” Ella respondió que tenía una boda pero que se desocupaba a las seis de la tarde. Quedaron que a esa hora se verían en casa de él para tomar una copa, platicar y pasársela lindo, le mandaría la ubicación.

Estaba emocionada; tanto tiempo ¡y por fin! iba a probar las mieles que prometía el tan deseado encuentro. No quiso contar cuántos años habían pasado. Siempre se trataron con cariño y cercanía; había una chispa que encendía y ni las circunstancias la mermaban. Había llegado el momento y ella esperaba una hoguera.

Con gran ilusión se vistió para la boda y salió feliz de su casa. Las ansias se la comían y sin darse cuenta, llegó a barrer la iglesia: no había nadie. Se sonrió, era evidente su avidez de que el tiempo pasara para colisionar con el galán. Su ánimo permitía el fluir alegre de cuanto evento surgiera: la espera, la ceremonia, el encuentro con los amigos, el banquete, la comida, el mariachi, la música para bailar.., todo, todo, todo le parecía hermoso.

Dieron las cinco de la tarde y le comían la excitación. Se disculpó con los amigos y salió corriendo: quería arreglarse de tal manera que el encuentro fuera inolvidable y dejara antojo para uno, y otro y otro y otro más. Había pensado vestirse sensual y fina, maquillarse lo más natural posible. Tenía en mente llegar, saludarlo con un beso húmedo y entregado, beber una copa de vino en la cercanía del varón, y platicar…

Llegó a su casa, le mandó un mensaje al caballero para que le enviara la ubicación del encuentro. Se dio un baño y fue directo a sacar la ropa interior que había decidido llevar; su blanca piel sería contraste de fuego con prendas en color negro. Se embadurnó de la crema que le deja piel de seda y aroma muy atrayente; se puso el corseé. Se miró al espejo: no se gustó; había subido unos kilos de peso y sus carnes rebosaban la prenda pero tenía dos más; se probó otro. Le costó trabajo entrar. Sus carnes se desbordaban y ahorcaban el pecho y no cerraba de talle. Se probó otro más, y ¡menos! En su desesperación pensó en salir corriendo a comprar uno de talla más grande pero no había tiempo. Con la fogosidad de la invitación y la promesa del encuentro, no se le ocurrió que su ropa íntima no le quedaría.

Plan dos: Intentó ponerse un ligero y ¡no, no y no! No le quedó. Otro más y tampoco; otro y otro más, ya no importaba el color, y no le cerraban. Encontró una prenda de corseé con medias integradas. Se la probó, se miró al espejo y en su imagen vio la de la mamá de una actriz y cantante que salió en youtube hace tiempo y que desbordada en carnes, se sentaba y se paraba para bailar y coquetear con su novio con copa en mano, sintiéndose muy muy sexy, pero evidentemente, se veía ridícula.

“¿Y qué hiciste?”, le preguntó alterada su amiga a quien le narraba el episodio entre risas y llanto. “Me miré nuevamente al espejo y dije: ¡¡No voy!!”

Gordura mata calentura.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes