Sobre la corrupción

  • Víctor Reynoso
La representación es la clave de la corrupción...

El más reciente libro de Gabriel Zaid (El poder corrompe, Debate, 2019, México) abarca dos abanicos. El primero va desde planteamientos teóricos, incluso fenomenológicos, sobre la corrupción, hasta propuestas puntales para combatirla. El segundo es temporal, y abarca de 1978 a 2019, según la publicación original de los textos compilados en el libro. Reviso aquí algo del primer abanico.

Lo primero es definir la corrupción política y distinguirla de otro tipo de corrupciones. No es cambio o degradación, como lo que sucede con una flor que se marchita. La corrupción política es otra cosa.

El texto distingue, pertinentemente, entre la corrupción política y la corruptibilidad. Esta última es personal, inherente a la libertad, dice el autor. Por lo tanto no es posible ni deseable que desaparezca. Para combatir la corrupción no se requieren santos. Se requiere un sistema que asegure, o que haga probable, que los representantes trabajarán en el interés de sus representados, y no en su interés propio.

Esto, la representación es la clave de la corrupción. Hay corrupción política cuando el supuesto representante, el político en el poder, le da la espalda sus representados y actúa en interés propio. Una definición de corrupción bien recuperada en el título de uno de los ensayos del libro: “La propiedad privada de las funciones públicas”. Si no hay representación, no hay posibilidades de corrupción.

Esto no es una peculiaridad mexicana. Ni de ninguna otra cultura. El un proceso común a muchos países, explica Zaid. Común a los sistemas representativos. Abarca tres etapas históricas. En la primera “el poder público es propiedad privada del soberano”. No puede haber corrupción ahí. El soberano se representa a sí mismo. Es el dueño del poder político.

En la segunda etapa “la situación continúa de hecho, pero no de derecho”. Cambiaron las ideas y las leyes, aunque no la realidad. El soberano es visto como representante de los intereses de la sociedad, aunque sigue actuando como propietario de las funciones y los recursos públicos. Ahí está la corrupción. Hay una mentira oficial. Se dice, legal y formalmente, que los políticos son los representantes del pueblo, pero siguen representándose a sí mismos.

En la tercera etapa la existencia de mecanismos de transparencia y rendición de cuentas cambian la situación de hecho. La adecúan al derecho. “la sociedad se apodera de su propia soberanía”, “ejerciendo la facultad de llamar a cuentas, castigar o premiar a sus apoderados”. Desaparece la corrupción como sistema. Aunque la corruptibilidad, la corrupción personal de algunos, sigue siendo una posibilidad.

El presidente Nixon no fue más honesto que los presidentes mexicanos. La diferencia no está en la honestidad personal: está en un sistema que puede llamar a cuentas a quienes han cometido faltas y uno que no lo hace.

De ahí una de las frases que más llaman la atención: “La corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”. Un sistema en la segunda etapa mencionada, donde formalmente los políticos son representantes, pero actúan en la realidad como los dueños del poder.

Otra de las muchas frases que llamarán la atención es cuando se pregunta cómo verán los hijos de policías, funcionarios y políticos corruptos a sus padres. “Hay que ser cabrones”. “El que no es cabrón es puto”. Actitud considerada por Zaid como machismo moral, que explica muchas cosas.

A los interesados en la filosofía les dará gusto leer la parte sobre la fenomenología de la mordida. Pero eso ya es tema de otro artículo.

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Víctor Reynoso

El profesor universitario en la Universidad de las Américas - Puebla. Es licenciado en sociología por la UNAM y doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México.