Desapareció el bailarín pero se quedó la danza

  • Alejandra Fonseca
Enrique Montero Ponce enfrentó una cara de Dios, la vida, con una sola decisión...

Osho dice que Dios tiene dos caras: una, es la vida, que sucede a diario; la otra, la muerte, que sólo ocurre una vez; ambas están presentes en cada momento y cada una es un milagro y un misterio.

Enrique Montero Ponce enfrentó una cara de Dios, la vida, con una sola decisión y se la bebió toda de un solo sorbo. Cuando la muerte llegó, la centró y se estrelló con todas sus fuerzas y su intención contra ella, para volverse polvo de estrellas y conocer el otro rostro de Dios, y así, reclamar su inmortalidad.

La muerte es un acto personalísimo y único, una transición de un estado de energía densa a otra más grácil, impalpable; es mudanza de una dimensión a otra, que sólo el que la experimenta, sabe el curso y costo de su transfiguración; y para quienes impávidos la presenciamos, nos sacude sin piedad la consciencia y nos cimbra sin control el impacto y el dolor porque morimos en la muerte de “otro”.

Una madrugada en Nueva York, Enrique prendió la radio y escuchó una emisión donde el conductor hablaba directamente con el público. Dijo: “¡Esto es lo que tengo que hacer en Puebla!”. Él tenía el don de ver en el aire lo que nadie más veía pero estaba ahí; así nació Tribuna Radiofónica que cumplió bajo su conducción 50 años de transmisiones ininterrumpidas, que nadie alcanzará, convirtiendo su hazaña para las nuevas generaciones del mundo digital, en la utopía de Eduardo Galeano, la que sirve para seguir caminando, aunque no lo alcancemos.

Quienes intentamos seguir los pasos y el ejemplo de Enrique de constancia y tenacidad, de garra y pasión, de no querer otra cosa más que “eso” que nos incendia por dentro y nos inquieta la vida cada instante porque es “eso” o “nada”; no sólo en un permanente seguir caminando; es tener la musa y el hechizo, y más que ser seducidos por ellos, hay que seducirlos cada vez, para que cada segundo permanezcan vivos y vibrantes en una danza interminable en nuestro interior.

Dice Osho que sólo tiene miedo a la muerte quien no ha vivido; Enrique vivió sin miedo cantando a todo pulmón y a los cuatro vientos: “No desperdiciemos ni un minuto la excitante aventura de vivir”, frase que ahora tienen un peso y significado más hondos.

Puede ser que hablar de alegría en estos momentos de desconcierto por la ausencia física de Enrique, por el miedo a lo desconocido al enfrentarnos a su muerte, sea paradójico; pero me atrevo a compartir con ustedes mi alegría porque aunque él regresó a casa, sigue aquí; su muerte es una ilusión, ya que “desapareció el bailarín pero se quedó la danza”.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes