Los centroamericanos que se nos quedan

  • Norma Angélica Cuéllar
Ya no es ninguna novedad que muchos están optando por buscar la vida aquí

Le voy a contar que esta semana hice un viaje a Monterrey, Nuevo León, para ir a buscar a los migrantes centroamericanos que ya se están quedando en México. En los últimos meses he trabajado con algunas familias en Puebla y otras, en esa ciudad del norte de nuestro país.

Ya no es ninguna novedad que muchos están optando por buscar la vida aquí, ante la enorme xenofobia y el reforzamiento de las medidas de seguridad en la frontera con Estados Unidos.

No tenemos los instrumentos estadísticos suficientes para saber cuántos oriundos del Triángulo Norte de Centroamérica (TNCA) radican ya en alguna ciudad de la geografía mexicana. La propia configuración de los censos de población y vivienda que levanta el INEGI no permiten registrar con debido rigor a esta población. Quizás el año que entra tendremos más datos sobre el número de migrantes que están decidiendo quedarse en nuestro país.

Mire, tradicionalmente ha habido una migración de centroamericanos a Chiapas, Tabasco, Oaxaca y Quintana Roo. Desde hace décadas, miles de trabajadores agrícolas guatemaltecos han venido a laborar a las fincas cafetaleras de Chiapas. Se trata de una migración cíclica, muy conocida y estudiada. Esto porque además, la zona del Soconusco tiene mejores vías terrestres de comunicación con los departamentos colindantes de San Marcos y Quetzaltenango que ellos con el resto de Guatemala.

También hay una gran migración de hondureñas y guatemaltecas a Chiapas, para trabajar en casas y por qué no decirlo, en los centros nocturnos de la zona. Esta migración también ha sido estudiada y analizada por mis colegas investigadores, quienes han derramado mucha tinta tratando de caracterizar sus estudios etnográficos sobre estos fenómenos.

Pero ahora estamos ante una migración centroamericana que busca llegar más allá de las fronteras del sureste mexicano. Que se han quedado en Puebla, Puebla; Apizaco, Tlaxcala y que llegan incluso a Saltillo, Coahuilla; Monterrey, Nuevo León y Tijuana, Baja California, con la ilusión de obtener un mejor empleo en esas enormes urbes que desde décadas atrás han llamado oleadas de migrantes internos.

Hoy, los centroamericanos se reúnen con guanajuatenses, potosinos, veracruzanos, en los puntos donde llegan empleadores a contratar personal para jornadas, por día, en la construcción, tramoyistas, guardias de seguridad y el campo. Y le digo la verdad, es muy difícil distinguirlos. Se parecen mucho a nuestra gente.

Y sinceramente no veo por qué vemos con tanta discriminación al migrante pobre. Son familias como la suya o la mía, con hijitos que quieren enviar a la escuela. Lo único que quieren es un empleo y un lugar para hacer la vida.

Yo sé que es problema de sus países, cuyos gobiernos acarrean vicios y corrupción peor que los nuestros, que han vendido el país a pedazos a mineras y empresas trasnacionales que lo único que buscan es despojar a las personas de sus tierras.

Sí todo eso es cierto, pero estamos ante miles de personas que en realidad son migrantes forzados. Es decir, personas que no salieron de su país con el anhelado American Dream. Son personas que de la noche a la mañana se vieron en la necesidad de huir y hoy están viendo a México como una opción de vida.

La Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados (Acnur) reveló que en los últimos años 95 mil hondureños han solicitado asilo en otras naciones tras huir de su país por la inseguridad y pobreza. Tan sólo en 2018, se registraron 42 mil peticiones de refugio, principalmente en Estados Unidos (EEUU) y México.

En tanto que el Índice de Pobreza Multidimensional de Guatemala aseguró que un 61% de los guatemaltecos son pobres en distintas dimensiones, según un estudio elaborado por la Universidad de Oxford, Estados Unidos. Y el panorama de El Salvador no es nada halagüeño tampoco.

México es un país diverso, con muchos problemas sí, pero también generador de grandes oportunidades. Créame que esas familias no nos vienen a quitar nada, al contrario. Nos pueden aportar mucho de su cultura, de sus experiencias. Los conozco, los he tratado y le puedo asegurar que muchos sí se nos van a quedar.

Si tiene algo qué contarme, póngase en contacto conmigo norcudi@gmail.com

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Norma Angélica Cuéllar

Periodista egresada de la UNAM, especializada en política, derechos humanos, religión y migración, con artículos publicados en revistas y diversos medios nacionales. Doctora en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la BUAP.

 
 

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