Avances y retrocesos de la 4T

  • Juan Luis Hernández Avendaño
Ppodemos ubicar cinco grandes cambios con el nuevo gobierno que representan avances

Se cumple un año de gobierno de López Obrador y con él un conjunto de valoraciones y evaluaciones que, siguiendo la polarización política que vivimos en México y el mundo, se concreta en que para unos todo va bien y para otros, todo va mal. Ni una cosa ni otra. El nuevo gobierno ha cambiado muchos aspectos del poder público y eso ha originado apoyos y resistencias. Pero también el gobierno ha continuado con tendencias y hábitos de gobiernos pasados, por lo que cambio y continuidad es el ritmo de este primer año de la autodenominada 4T.

Desde mi perspectiva, podemos ubicar cinco grandes cambios con el nuevo gobierno que representan avances: abandonar el boato presidencial, salir a ofrecer una narrativa de lo que acontece día a día, reorientar el gasto público a necesidades sociales, bajar los salarios de la burocracia dorada, aumentar el salario mínimo.

Pero también podemos ubicar cinco cambios que suponen retrocesos: abandonar el proyecto del aeropuerto de Texcoco y suplirlo por un proyecto que no parece mejorar al anterior; cercenar proyectos sociales (estancias infantiles) por “machetazo” presupuestal y no por revisión exhaustiva; cambiar la estrategia contra el crimen organizado que ha supuesto mayor control territorial de éste frente a la desidia del Estado; sostener una nueva narrativa presidencial que polariza y divide a los mexicanos y recuperar la energía proveniente de combustibles fósiles como motor económico cuando hoy el mundo avanza a las energías limpias y renovables.

Con respecto a las continuidades se aprecian muchas: una relación de sujeción y subordinación al gobierno de Estados Unidos, una política migratoria que ahondó más en la vulneración de los derechos humanos de quienes aún se atreven a pasar por nuestro territorio, la partidización expandida de los órganos autónomos del estado, la tolerancia a fraudes emblemáticos a la ley como la Ley Bonilla en Baja California y una tendencia a negar la realidad que contradice la narrativa presidencial.

Ha sido un año de contrastes. Por un lado, no cabe duda que López Obrador tiene claras las nuevas reglas para la oligarquía mexicana consentida los últimos 30 años por el PRIAN, sea a través de prohibir en adelante que eludan impuestos, o que ya no sean siempre los mismos quienes ganan licitaciones públicas o contratos directos. Pero por otro, un gobierno que no sabe acercarse a una clase empresarial que sí está dispuesta a trabajar con cero corrupción y que detonaría distintas inversiones regionales y locales muy necesarias para impulsar el mercado interno.

Hay avances en este año para dejar claro que no tenemos un gobierno depredador de los recursos públicos para convertirlos en privados, y que las investigaciones sobre varios peces gordos de la corrupción peñista (algunos ya en la cárcel) puede ser la marca del sexenio. Pero también hay preocupación de que el gobierno está improvisando más de la cuenta, tardando demasiado en la curva de aprendizaje y avanzando hacia bolsas de soberbia decisional que no son capaces de escuchar la crítica constructiva.

Muy bien que tengamos a un presidente a ras de tierra, que enfrente día a día en sus vuelos comerciales a quienes le pueden interpelar o felicitar, según el caso. Pero muy mal que tengamos muestras de convicciones democráticas bastante deficitarias tanto en el nombramiento de la nueva ombusperson nacional como en la colonización morenista de órganos del estado que por definición son reguladores horizontales necesarios para que no se abuse del poder.

Bien por el aumento del 8% de la inversión extranjera con respecto al año pasado y muy mal por la casi nula inversión del capital nacional que está retando al gobierno de AMLO con brazos caídos. Bien por quitar a los intermediarios (partidos, organizaciones clientelares, coyotes) para que lleguen los recursos públicos a las personas directamente, pero que mal que sólo la distribución de los recursos siga siendo el principal medio para contener la pobreza.

En suma, ha sido un año trepidante de cambios y continuidades, de claros y oscuros, de avances y retrocesos. AMLO puede presumir que la presidencia escaló al tercer lugar de las instituciones más creíbles según un estudio demoscópico de los últimos días, pero también está bajando consistentemente su apoyo social frente a una violencia común y criminal que se expande por doquier ante la amenaza de que Estados Unidos intervenga en el territorio nacional considerando a los cárteles como organizaciones terroristas.

Se aprecia finalmente que una mayoría de mexicanos siguen esperando resultados, que están dando aún el beneficio de la duda. Hay mucha tolerancia frente a los desafíos heredados pero también la paciencia social se está acabando. El segundo año tiene que ofrecer más y mejores resultados pues las sociedades ya no están cruzadas de brazos. El gobierno tiene que ver la incandescencia en América Latina y verse en el espejo.

*Politólogo, Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Ibero Puebla.

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Juan Luis Hernández Avendaño

Politólogo, director general del Medio Universitario de la Universidad Iberoamericana Puebla y profesor-investigador de Ciencias Políticas por la misma institución.