Revolución y realidad

  • Víctor Reynoso
La democracia que buscaba Madero tuvo que esperar más de noventa años.

Víctor Reynoso

Profesor de la UDLAP

 

Durante el ciclo de las revoluciones (1789-1989) éstas eran vistas por muchos como movimientos para destruir órdenes sociales irracionales e injustos, con el objetivo de sustituirlos por otro orden, justo y racional. Después de ese ciclo, es más razonable verlas como algo similar a las aventuras (amorosas o de cualquier tipo): se sabe cómo comienzan, pero no cómo van a terminar.

Quizá por eso, y por otras razones, el festejo de la revolución mexicana había bajado de tono en las últimas décadas. Los otros motivos son un conocimiento más objetivo de lo que fue esa revolución. Prácticamente todos los héroes de la historia oficial revolucionaria fracasaron y acabaron asesinados. Si Madero, Aquiles Serdán, Ángeles, Zapata, Carranza, Villa, Obregón y muchos otros hubieran sabido cómo iba a terminar la aventura que iniciaron, seguramente no se meten en eso.

Y no solo por su muerte física, sino por el fracaso de sus proyectos políticos. La democracia que buscaba Madero tuvo que esperar más de noventa años para hacerse realidad. El discurso del antiguo régimen, del priismo hegemónico, resaltó su carácter popular. Pero dejó un país notablemente desigual. A pesar de notables logros en educación pública e infraestructura, estuvo lejos de resolver la pobreza y la desigualdad.

La historiografía contemporánea fue comprobando que las revoluciones no transformaron radicalmente a sus sociedades. Cambiaron a los grupos en el poder, pero no las estructuras sociales.

Y la revolución mexicana, a diferencia de otras, fue más un conjunto de revueltas y rebeliones que una revolución. No se propuso a partir de principios filosóficos e históricos transformar el orden social. Todos nuestros revolucionarios tenían motivos y objetivos más específicos. A veces no del todo claros.

Por eso, con todos los problemas que hay en México, prácticamente nadie ha planteado la necesidad de una revolución. Algunos sugirieron que habría alguna en 2010 (como algo hubo en 1810 y 1910). Pero no pasó nada. La violencia no estuvo entonces, igual que ahora, en manos de revolucionarios, sino de criminales.

Por eso llama la atención que el gobierno actual trate de revivir el simbolismo de la revolución mexicana. No es un hecho aislado. Ha intentado como pocos gobiernos recientes de rescatar la historia oficial, la historia patria para niños, que poco a poco estaba siendo sustituida por una historia más seria y objetiva.

En parte no hay novedad: el presidente de la República ha mostrado varias veces su simpatía por el régimen priista anterior a 1982. Pero preocupa el alejamiento de la realidad. Sé que la objetividad es una cuestión compleja. Pero no creo en el solipsismo, no creo que cada quien tenga su verdad y que todas sean igualmente válidas.

No reconocer que el régimen que surgió de la revolución mexicana fue la negación del ideal maderista de sufragio efectivo es asunto serio. No reconocer que de una de las características de ese régimen fue la corrupción, y que las causas de ello tienen relación con la violencia revolucionaria, es riesgoso. Idealizar una realidad que nada tiene de ideal puede tener consecuencias. Como negar nuestros problemas actuales, considerando que vamos requetebién.

 

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Víctor Reynoso

El profesor universitario en la Universidad de las Américas - Puebla. Es licenciado en sociología por la UNAM y doctor en Ciencia Social con especialidad en Sociología por El Colegio de México.