Un poema que puede cambiar al mundo

  • Fidencio Aguilar Víquez
La vida misma, es una danza constante y permanente

Contra el silencio y el bullicio

invento la Palabra,

la libertad que se inventa y me inventa

cada día.

Octavio Paz. Obras completas 11. FCE.

El poema Piedra de sol, de Octavio Paz, refleja la vida del poeta, la historia universal, la historia de México -hasta cierto punto- y la historia personal. Como lectores también percibimos que (el poema) nos proyecta a nosotros mismos, nos reconocemos y conocemos la historia que hemos vivido, en lo personal y en el concierto de los demás seres humanos. Forma parte de ese conjunto de poemas denominado por el Nobel mexicano Libertad bajo palabra, incluido en el libro La estación violenta. En palabras del autor, el texto alude a la existencia temporal y al tiempo que nos ha tocado vivir, nuestra propia época, que “es violenta”. En suma, se trata de un “viaje en el tiempo y viaje en el espacio.” (Paz 2003, 19).

Desde el primer verso se plantea una serie de imágenes como figuras de nuestra vida: Un sauce de cristal, un chopo de agua, un árbol bien plantado mas danzante, un río que se curva, avanza, retrocede, da un rodeo y llega siempre. Se puede ver en estas figuras la dinámica de la vida cotidiana de los seres humanos, su dialéctica, por así decirlo: la dureza y fortaleza del sauce y, al mismo tiempo, la fragilidad y delicadeza del cristal. Porque nuestra existencia y nuestros afanes por la vida, en efecto, nos hacen tener y sostener resistencia, fortaleza y dureza, pero somos frágiles en algunos puntos vulnerables como nuestros afectos, sentimientos y sensibilidades. Somos fuertes y frágiles. Estamos bien plantamos como un árbol, pero al mismo tiempo, la vida misma, es una danza constante y permanente. Y no se diga de la imagen del río, nuestra propia existencia que fluye, camina, se curva dice el poema, avanza y retrocede y siempre llega al mar del misterio.

Fluye (nuestra existencia temporal) y, al mismo tiempo, es un “caminar tranquilo”, dice el verso seis, y “un caminar entre las espesuras/ de los días futuros y el aciago/ fulgor de la desdicha” (Paz 2006, 217). Existencia tranquila que todos anhelamos en nuestra vida y la desgracia que nos mira como los zopilotes a los agonizantes. ¿Quién tiene garantizado el futuro?

Desde la primera lectura que hice hace algunos años me llamó la atención el fragmento conformado por los versos del 90 al 97:

busco sin encontrar, escribo a solas,

no hay nadie, cae el día, cae el año,

caigo con el instante, caigo a fondo,

invisible camino sobre espejos

que repiten mi imagen destrozada,

piso días, instantes caminados,

piso los pensamientos de mi sombra,

piso mi sombra en busca de un instante, (Paz 2006, 219).

Por momentos he sentido mi existencia así: sin encontrar, a solas, sin nadie, caigo a fondo, con mi imagen destrozada y pisando mi sombra en busca del “instante”, del momento que dé el giro a mi vida y la cambie y la ilumine y le dé sentido.

oh vida por vivir y ya vivida,

tiempo que vuelve en una marejada

y se retira sin volver el rostro,

lo que pasó no fue pero está siendo

y silenciosamente desemboca

en otro instante que se desvanece (Paz 2006, 222).

Estos otros versos, del 189 al 194, me hacen sentir mi existencia paradójica, como en una suerte de eterno retorno de lo mismo, donde “no hay nadie, no eres nadie” (verso 238). Hasta aquí parece que el reflejo de uno mismo termina en el desvanecimiento existencial, la angustia antropológica y la evanescescia ontológica. Pero en el verso 337 el panorama cambia: “el mundo nace cuando dos se besan”, porque “es la primera noche, el primer día” (Paz 2006, 226). Es el otro mi complemento: ella, la mujer que quiero, que amo, que adoro y que deseo. Pero, ¿acaso no puede ser también el beso de una madre a su hijo? ¿El de un padre a sus hijos? Aunque Paz parece referirse al amor erótico (de todos modos los lectores tenemos la capacidad de añadir nuestras interpretaciones, sabiendo que son nuestras). De esa suerte: “todo se transfigura y es sagrado,” (verso334) el uno, la otra y nuestro beso; incluso el fruto de ese beso.

Entonces caen las máscaras podridas: “vislumbramos/ nuestra unidad perdida, el desamparo/ que es ser hombres, la gloria que es ser hombres/ y compartir el pan, el sol, la muerte,/ el olvidado asombro de estar vivos;” (versos 360-364). El amor, la entrega, el encuentro con el otro, con ella, nos muestra, nos refleja lo que somos, quienes somos: me reconozco en ella. Mejor dicho, me reconozco en ti, mujer, en ti, cariño, en ti, amor. De acuerdo al poeta ello supone compartir el pan, nuestro pan de cada día, las jornadas cotidianas (el sol) y la muerte (hasta que la muerte nos separe). ¿Y por qué no: hasta que la muerte nos una?

amar es combatir, si dos se besan

el mundo cambia, encarnan los deseos,

el pensamiento encarna, brotan alas

en las espaldas del esclavo, el mundo

es real y tangible, el vino es vino,

el pan vuelve a saber, el agua es agua,

amar es combatir, es abrir puertas,

dejar de ser fantasma con un número

a perpetua cadena condenado

por un amo sin rostro;

el mundo cambia

si dos se miran y se reconocen, (versos 365-375. Paz 2006, 227).

Todo cambia porque yo cambio. Yo cambio porque tú me cambias. El amor todo cambia. De esa manera, en los versos del 554 al 557, Paz dibuja una imagen que me conmueve: la de un nuevo renacer, la de un nuevo amanecer. Y le lleva a decir: “puerta del ser, despiértame, amanece,/ déjame ver el rostro de este día,/ déjame ver el rostro de esta noche,/ todo se comunica y transfigura” (Paz 2006, 232).

Esto es lo que dejamos de ver con mucha frecuencia. Y nos acostumbramos a este mundo lleno de locura. No recuerda el lector (la lectora) cuando el Joker le dice a la psicóloga que lo oye: “¿Es mi imaginación o allá afuera todo mundo vive en la locura?”

Referencias:

Paz, Octavio (2003): Obras completas, 15. Miscelánea III. Entrevistas, edición del autor, Círculo de lectores / Fondo de Cultura Económica, 1a. ed. Barcelona, 2002; 2a. ed. México, 754pp.

Paz, Octavio (2006): Obras completas, 11. Obra poética I (1935-1970), edición del autor, Círculo de lectores / Fondo de Cultura Económica, 1a. ed. Barcelona, 1996; 2a. ed. México, 1997, 4a. reimp., 588pp.

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Fidencio Aguilar Víquez

Es Doctor en Filosofía por la Universidad Panamericana. Autor de numerosos artículos especializados y periodísticos, así como de varios libros. Actualmente colabora en el Centro de Investigación Social Avanzada (CISAV).