Cuando se muera...

  • Elmer Ancona Dorantes
El dinero sucio mancha las manos, penetra los poros, contamina el alma.

Mitad poblano, mitad tabasqueño, 83 años de edad. Cuando se muera nadie lo va a recordar. Ni para bien ni para mal. Pasará a la historia como muchos políticos “de altos vuelos”. Quedará en el olvido.

Su nombre quizá se registre en los anales de algunas secretarías de Estado o dependencias de gobierno por las que ha pasado, incluso, que ha dirigido. Un garabato más en la hoja. Ni fu ni fa.

Se dice “austero”, condena la corrupción “de arriba abajo”; asegura haber nacido de la auténtica “revolución” (institucionalizada) y luchar a favor de las clases desprotegidas. Sólo él se traga esa mentira.

Con una fortuna de más de 800 millones de pesos tan sólo en bienes inmuebles (25 propiedades), se convierte en uno de los políticos más ricos de Puebla. Millonario sí, aristocrático no. Un vulgar ladrón, como muchos otros. Un timador profesional.

Cuando muera nadie lo va a registrar en la memoria, nadie lo nombrará para temas serios y honestos, ni por los cargos que ocupó ni por los libros que escribió. Pasará a la historia como un estafador de cuarta.

Nació en una cuna política podrida, colmada de seda, con pétalos de rosa, pero hedionda, insalubre, contagiosa; la categoría no lo da el apellido ni los estudios afrancesados. Su paso por los grandes reinos tampoco suma elegancia. Lo que nace podrido, podrido muere.

El dinero no es malo, perverso es quien lo roba y más quien lo niega; la riqueza es bendición cuando la otorga el destino, la divinidad, la vida misma. Malo cuando es mal habido, producto del engaño, la mentira, la transa, de la política traicionera, de la sumisión, de la rapacería.

El dinero sucio mancha las manos, penetra los poros, contamina el alma ¿Tendrá alma? Si no cree en Dios ni en lo Eterno, si no cree en lo espiritual ¡cómo creer en la bondad! ¡cómo creer en la honestidad!

Cree en la “fraternidad” y en la “igualdad”, en la rapacería fraterna de quienes se mueven en la oscuridad, en los pantanosos espacios del poder.

¡Qué lástima!, diría el poeta León Felipe, qué lástima no tener una Patria, un País, una Nación, una República, un México al cual servir con amor, con honestidad, con entrega desinteresada.

Es mejor saquear las arcas del Estado, es más tentador obtener del erario lo que no pertenece a uno. A fin de cuentas, es mejor pasar a la historia con fama, pero sin prestigio. Mediocre con dinero.

Cuando muera nadie lo va a recordar. Polvo es y en polvo se convertirá. No se arrepentirá porque lo hizo a consciencia, no hay remordimiento. Total, es mejor vivir pregonando falsas banderas que estar pensando en una vida digna.

Triste para Puebla, llena de gente noble y buena, de gente honrada, por haber tenido en entre sus hijos a un paria, a un bandolero de segunda.

Pobre México, haber tenido sus gobiernos –Educación-, a un maleducado, a un ignorante, a un iletrado que sólo lee en renglones torcidos; un “sin luz” que jamás comprendió lo indispensable: leer el alma de la gente. Ni porque tiene poesía en las venas logra entenderlas.

Nació con sistemas caídos, con la honra pisoteada; de nada sirve tanto dinero, de poco sirve tanta riqueza malograda cuando se tiene hijos, nietos y esposa.

Cuando se nace así no se puede heredar cosas buenas; no se puede dar a los críos lo mejor de sí mismo, porque no hay nada bueno dentro de uno. Seres sin alma ni espíritu.

¿Alma? ¿Salvación? ¡Qué carajos es eso! ¿Acaso existe Dios? Son fantasías de perezosos mentales; sólo existe un “Ser Supremo” al que se le debe rendir pleitesía.

Si no hay un Dios que salva, que redime y perdona ¿por qué dejar de robar? ¿por qué dejar de dañar? Nació del polvo y en polvo se convertirá. Cree que la auténtica felicidad está en la tierra y lo demás no importa.

Cree que lo mejor es heredar a los hijos riqueza mal habida, arrebatar a los pobres para saciar a sus nuevos ricos; tomar banderas de “Austeridad Republicana” para engañar a los ingenuos. Ese es él. Ese es su origen.

Pobre funcionario que no funciona. Su vida vale un camote. Nadie lo recordará cuando fallezca, porque a los parias nadie los tiene presente. Quedan en el olvido. Qué pena vivir así. ¡Qué vergüenza tener hijos y nietos, siendo así!

83 años, el final del túnel. Queda poco tiempo, casi nada. No tendrá la compasión del pueblo robado, engañado. Sólo Dios podría perdonarlo, pero lástima… No cree en Dios. No cree en la Salvación.

 

@elmerando

elmerancona@hotmail.com

Opinion para Interiores: 

Anteriores

Elmer Ancona Dorantes

Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y Maestrante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. Catedrático. Escribe en diversos espacios de comunicación. Medios en los que ha colaborado: Reforma, Notimex, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.