Un masón en Palacio

  • Elmer Ancona Dorantes
Haga o deje de hacer, sigue siendo noticia tanto para propios (seguidores) como para extraños

Andrés Manuel López Obrador tiene una peculiaridad convertida en virtud: termina convenciendo a la gente de lo que hace, aunque lo haga mal; por lo pronto, el Grito de Independencia al parecer le salió de maravilla.

Haga o deje de hacer, sigue siendo noticia tanto para propios (seguidores) como para extraños (detractores). Ahora lo que más llamó la atención fue el escándalo que armó en las Redes Sociales al expresar, mediante códigos, que es un auténtico masón.

Efectivamente, se debe destacar el alboroto que generó entre los grupos conservadores por el saludo masónico que emitieron en el Balcón Presidencial de Palacio Nacional tanto él como su esposa Beatriz Gutiérrez Müller.

El famoso “Viva la Fraternidad Universal” y el “abrazo cruzado” que hicieron al despedirse son, por supuesto, símbolos utilizados por las sociedades secretas, entre ellas la masonería.

De inmediato, los grupos conservadores de México saltaron de sus sillas para comenzar a postear las imágenes alusivas a estas “señas” o “señales”, para alertar que el país tiene un presidente masón, algo así como un “anticristo”.

Es curiosa esta bulla o fandango porque casi todos los presidentes de México, voluntaria o involuntariamente, han pertenecido a la Masonería. Y en términos de religiosidad moderna no ha sucedido casi nada. Claro, López Obrador lo gritó a los cuatro vientos.

Es cierto, México ha tenido presidentes que pertenecieron a esta sociedad secreta, que fueron persecutores de la Iglesia Católica. Eran rabiosos a morir. Tal es el caso de Plutarco Elías Calles, quien cerró templos, persiguió y desterró sacerdotes. Así como él, otros tantos.

Quién sabe si López Obrador se comportará de manera radical contra las creencias religiosas, contra las doctrinas y denominaciones de fe. Nadie puede apostar por ello. Si él cree en un Ser Supremo, si a él no le gustan los jerarcas católicos, si no cree en el cielo y en el infierno, es asunto suyo. Ahí los católicos o los cristianos no tendrían de qué preocuparse.

Ahora bien, si como presidente de la República utiliza la Silla Presidencial, las instituciones y el erario para perseguir y acabar con todo lo que huela a santidad, a cristiandad, a catolicidad, entonces otro gallo cantará.

Ahí sí, los auténticos creyentes podrán dar brincos, armar sus estrategias de combate, para frenar todo lo que pudiera afectarles; mientras tanto, para qué dar tanto salto estando el suelo tan parejo.

Por supuesto, aquí cabría recordar que la Iglesia Católica, desde tiempos ancestrales, no sólo ha criticado sino condenado a sus fieles por pertenecer a asociaciones filosóficas o políticas que se declaran ateas o que puedan poner en peligro la fe.

En el Código de Derecho Canónico de 1917 se excomulgó a los católicos que dieran su nombre a la masonería. Por eso tanto temor, por esto tanto miedo. Así que, si López Obrador es masón, que con su pan se lo coma.

Un Grito diferente

Después de ver los últimos tres “Gritos” de Enrique Peña Nieto -ni modo, otra vez las malditas comparaciones-, en el que se podía ver un Zócalo repleto de acarreados, el de ahora no tuvo punto de comparación.

Aclaremos: no me cabe la menor duda de que en estos festejos también hubo acarreados, su marca es inconfundible, sus seguidores son imperdibles, las imágenes de los autobuses estacionados y con las banderas de Morena no mienten.

No obstante, sus múltiples seguidores llegaron con demasiado “ángel”, felices, agraciados, contentos. Bastante estimulados. Diríamos que los convencieron.

El Zócalo estuvo atiborrado de gente emocionada y eso es bueno; me dio la sensación de que el sentimiento de “Patria” volvió a resurgir en las familias mexicanas.

Lo mejor: niños, adolescentes y jóvenes acompañando a sus padres, todos en familia, celebrando uno de los días más representativos de nuestra historia nacional.

Con Peña Nieto la plancha parecía un cementerio lleno de walking dead, de “muertos vivientes”. Puro teatro. Es lamentable describirlo así pero es la realidad.

El sexenio del ex presidente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) terminó hastiando a los mexicanos que dejaron de creer no sólo en su administración, en su persona, sino en las instituciones.

Su gobierno metió en crisis a muchas de las secretarías de Estado de importancia nacional: Seguridad Pública, Gobernación, Defensa Nacional y Marina. La Comisión Nacional de Derechos Humanos no se daba abasto con tanta recomendación ante la inseguridad y corrupción que prevalecía.

Quienes socavaron a las instituciones de este país fueron los mismos que tanto dijeron defenderla, que presumían haberlas creado. El PRI, demasiado institucional incluso en el nombre, terminó destruyendo la columna vertebral de este país.

Lo diferente en 2019

Este año se marcó la diferencia también por otras razones que llamaron la atención: la Austeridad Republicana.

A principio de sexenio, la famosa “Austeridad” puso de mal humor a más de uno porque, en su nombre, se fue minando a la clase media; muchas personas, familias y asociaciones fueron dañadas por una razón de Estado: el ahorro.

Tal parece que esta “Austeridad” también tocó ahora a las Fiestas Patrias en lo que concierne a la parafernalia presidencial; al “pueblo” se le dio lo que quiso sin límite alguno: fuegos artificiales, música y espectáculo.

Pero en lo que concierne al protocolo presidencial se marcó una diferencia abismal en comparación con otros sexenios; ahora no hubo invitados especiales en los pasillos de Palacio Nacional.

Ni en el balcón presidencial López Obrador tuvo la compañía de sus hijos, únicamente estuvo su esposa Beatriz Gutiérrez Müller quien, por cierto, lucía esplendorosa, contenta, sonriente con lo que tenía frente a sus ojos: un pueblo embelesado.

Bien decían los viejos maestros que, si quieres hacer feliz a un auténtico izquierdista, báñalo de pueblo. Eso fue precisamente lo que hizo Andrés Manuel y su compañera de batallas: creó una “masa” aplaudidora -hoy sí, mañana quién sabe-, capaz de endulzar la vista y el oído.

Cero diplomáticos, cero artistas, cero empresarios ataviados, aplaudiendo cada uno de sus pasos, tomándose la tradicional selfie al momento de transitar por los pasillos de Palacio Nacional. Adiós a lo rimbombante.

@elmerando

elmerancona@hotmail.com

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Elmer Ancona Dorantes

Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y Maestrante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. Catedrático. Escribe en diversos espacios de comunicación. Medios en los que ha colaborado: Reforma, Notimex, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.