Le pregunté si llora…

  • Alejandra Fonseca
No tiene minuto alguno de descanso.

Su madre cumple 100 años en estos días; come y bebe mucho más sano y mejor que cualquiera en la actualidad; su hijo de 65 años, el menor de tres, la cuida y atiende de cabo a rabo. Sus contados recursos los prefiere gastar en tener la mejor calidad de vida para su familia que poner una cuidadora o ingresarla a un hogar para ancianos. La señora todavía camina, ella misma se da de comer y beber y está atenta a las visitas; es amable, alegre y decente; cuando la auxilias en sus necesidades, con voz dulce, amplia sonrisa desdentada y ojitos soñadores, da gracias celebrando la compañía.

En la misma casa vive el hijo mayor de 70 años que hace cinco tuvo un derrame cerebral; camina, habla y ayuda mucho al estar atento de la mamá cuando el menor tiene que salir a trabajar y atender asuntos de la casa, es una ayuda incalculable; es muy amiguero y cuando el hermano le da permiso, le encanta ir a tomar café a un local de la esquina donde sus cuates le ofrecen cerveza y su hermano se enoja porque le afecta por los medicamentos que toma; sus amigos no se dan cuenta que si le dan ataques, él es el solo es único que atiende las emergencias médicas. 

Conozco a la familia desde niña y últimamente los visito frecuentemente; en ocasiones los tres jugamos dominó y la mamá nos observa y se divierte mucho con las ocurrencias, gritos y celebración de triunfo en cada mano; a veces sólo jugamos el mayor y yo dominó o competencias de sopas de letras llenando hojas y hojas de la manera más loca posible para ver quién gana, mientras mi amigo se toma muy en serio su papel de amo de casa, nos corre de la cocina y se encierra para preparar los sagrados alimentos o limpiar y lavar lo que se acumula.

En alguna ocasión una amiga, enfermera de personas de la tercera y cuarta edad con padecimientos profundos de demencia senil y alzheimer, me comentó que cuando vela a sus pacientes, piensa que para qué tanto prolongar la vida sin calidad y sin posibilidad alguna de gozo, ya que a las familias, lo tomen con alegría y entereza o amargura y quejas, tarde o temprano los cansan.

A veces veo a mi amigo harto, no tiene minuto alguno de descanso; su vida está dedicada a generar dinero para atender a su madre y hermano de tiempo completo, sin posibilidad alguna de tener vida propia ni siquiera dormir una noche entera de sueño, --y eso que todavía ninguno presenta padecimientos graves--.

Un día le pregunté si llora. Me respondió que una vez porque se sentía deprimido, lloró y se desahogó.

Me pregunto si mi amiga tiene razón.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes