Tïtulos sin licenciado

  • Juan Martín López Calva
A los universitarios de hoy parece no interesarles aprender a construir puentes.

“Mis alumnos, por lo general, no quieren escribir bien, quieren ser escritores”.

Juan José Millás. La vida a ratos, p. 22.

El viernes pasado salí de Puebla y estaré toda la semana en dos actividades académicas muy interesantes. En primer lugar, del 10 al 13 de septiembre en la Universidad de Sevilla, participando –todo un honor- con una conferencia plenaria en el IX Congreso Internacional de Filosofía de la Educación, titulada: La educación de la libertad como desarrollo de la inteligencia. Una visión humanista compleja. En segunda instancia , el viernes 13 por la tarde presentaré una ponencia en la Jornada Internacional 2019 sobre Violencia y diversidad cultural que organiza el Grupo de Investigación Compluense sobre Psicosociobiología de la violencia: educación y prevención, junto con otros tres colegas de la Facultad de Educación de la UPAEP.

Escribo estas líneas desde el tren Madrid-Girona porque voy a pasar el fin de semana visitando a una amiga profesora de la Facultad de Filosofia de esa universidad catalana cuya familia generosamente me recibirá.

Esperando la salida del tren me encontré en una librería, el libro más reciente del gran escritor español Juan José Millás, titulado La vida a ratos, que voy empezando a leer y me ha atrapado desde el principio. Se trata de una “novela en forma de diario o un diario en forma de novela” según lo describe la cuarta de forros, que se lee con aparente facilidad porque se disfruta su forma y su fluidez narrativa, pero tiene al mismo tiempo un fondo muy humano que deja muchas cuestiones para la reflexión.

Independientemente de aprovechar este espacio para recomendar ampliamente la lectura de este libro, relato mi encuentro con él porque me llamó poderosamente la atención la cita que tomo como epígrafe del artículo de esta semana. En ella, refiriéndose a sus alumnos del taller de escritura creativa, Millás hace esta demoledora afirmación respecto a su nulo interés por aprender a escribir bien y su manifiesta finalidad de ser escritores.

La frase me resultó muy significativa porque además de ser muy cierta en el caso de los escritores y de muchos artistas de distintos ramos a quienes no les importa tanto aprender adecuadamente las técnicas y conceptos necesarios para realizar con calidad su trabajo creativo, me parece que es también característica de muchos estudiantes de todas las ramas de la educación superior.

En efecto, a los universitarios de hoy parece no interesarles aprender a construir puentes o carreteras o a calcular estructuras sino ser ingenieros; no les importa tanto conocer a fondo la finalidad, el método y los contenidos del Derecho sino ser abogados; no les llama la atención aprender los saberes necesarios para procurar la salud de la gente sino ser médicos. En fin, parece importarles mucho más el título que los conocimientos que lo sustentan.

Esta distorsión tiene mucho que ver con la crisis de ética profesional que se vive hoy en el mundo centrado en los ingresos económicos, puesto que el primer principio de todo profesional ético es el de Beneficencia, que precisamente consiste en hacer bien la profesión, haciendo el bien con la profesión.

Ya he citado aquí en otro artículo hace tiempo, la famosa anécdota del liberal mexicano Ignacio Manuel Altamirano que dice que una vez uno de sus detractores le saludó diciendo: “Adiós, abogado sin título”, a lo que el maestro respondió: “adiós, título sin abogado” que se puede leer en esta liga: http://www.mexicodiplomatico.org/art_diplomatico_especial/ignacio_manuel_altamirano.pdf

En una sociedad credencialista, termina siendo mucho más importante ostentar un documento que saber de lo que se trata una profesión o actividad. En una sociedad centrada en el prestigio, resulta mucho más importante un título que anteponer al nombre propio que la solvencia para ejercer un trabajo.

Este trastocamiento de finalidades va siendo introyectado por los niños y jóvenes desde sus primeros años en la escuela en los que se prioriza casi siempre el producto por encima del proceso, la calificación o la medalla sobre lo que se aprende, el reconocimiento como más importante que el conocimiento.

Pero lo más grave de todo es que esta visión no está solamente ubicada en la mirada de los estudiantes en particular sino en las estructuras bajo las que funciona el sistema de educación superior en nuestro país.

Esta situación se hace evidente en la proliferación de pequeñas instituciones que se hacen llamar universidades sin cumplir con los mínimos requisitos de infraestructura, organización, profesorado y calidad académica. Se trata de instituciones que engañan a las familias ofreciendo títulos universitarios en los que no se aprende a escribir, a construir, a sanar a la gente, a administrar empresas o a realizar análisis químicos o financieros pero se llega a ser escritor, arquitecto, médico o enfermera, Químico o administrador.

El planteamiento y los primeros resultados del proyecto del gobierno federal actual en el llamado Sistema de Universidades Públicas Benito Juárez en el que se planteaba crear cien nuevas universidades en todo el país, de las cuales están ya operando alrededor de ochenta y tres, me lleva a preguntarme si no se trata –detrás de una buena intención por brindar educación superior a quienes tienen menos oportunidades- de una injusta reproducción del modelo de instituciones que generan títulos sin licenciados. El tiempo lo dirá.

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Juan Martín López Calva

Doctor en Educación UAT. Tuvo estancias postdoctorales en Lonergan Institute de Boston College. Miembro de SNI, Consejo de Investigación Educativa, Red de Investigadores en Educación y Valores, y ALFE. Profesor-investigador de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).