La liturgia política del “informe de gobierno”

  • Juan Luis Hernández Avendaño
Un rito de comunicación política en el que el presidente informa lo que quiere.

Juan Luis Hernández*

Cada gobierno o cada régimen político crea una “liturgia política” o un conjunto de ritos políticos tanto para comunicar como para legitimar una manera de gobernar. El priato creó el Informe de Gobierno como un rito en el cual había que festejar el ejercicio de gobernar del presidente de la república. Recordemos. De 1929 a 1988, los informes de gobierno convirtieron los 1 de septiembre en el día del Presidente. El ritual incluía que ese día fuera de asueto, que se trasmitiera en cadena nacional por la radio y la televisión y que los reporteros televisivos hicieran una transmisión especial con la familia del Presidente.

El festejado recorría las calles llenas de masas felices arrojando confeti al tlatoani quien en un auto descapotable recorría un itinerario que lo llevaría a la Cámara de Diputados. En el Congreso de la Unión el presidente era interrumpido por carretadas de aplausos, un diputado contestaba el informe con otras loas y finalmente el titular del ejecutivo federal se movía a Palacio Nacional para ser felicitado por filas interminables de saludadores que felicitaban encomiablemente al señor presidente por su informe. En suma, en este periodo, el presidente no rendía cuentas, no hacía un informe de gobierno, hacía una liturgia política para informar lo que quería informar.

Porfirio Muñoz Ledo interrumpiría a Miguel de la Madrid en su último informe de gobierno para inaugurar la etapa de los informes interrumpidos (1988-2005). Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox ahora enfrentaban el 1 de septiembre la creatividad de los legisladores para incomodar y afear el día del presidente. De hecho, el día del presidente pasó a ser el día del diputado. La presencia del presidente en San Lázaro se convirtió en un teatro sin fin, gritos, abucheos, pancartas y porras se entrecruzan en una ceremonia caótica. El presidente sigue informando lo que quiere, los diputados y senadores de oposición tienen la misión de hacerse notar con estridencia. Este desgaste personal e institucional se quiebra en 2005 en el penúltimo informe de Fox. Sigue sin haber rendición de cuentas, la oposición no sabe orquestar una institucionalidad que haga posible el control parlamentario y el presidente no está dispuesto a someterse a dicho control. No hay demócratas, no hay democracia. Ergo, no hay informe como rendición de cuentas.

Finalmente, de 2005 al domingo pasado, tenemos un informe en la que el presidente “se va por la libre”. Cambia la constitución, el presidente ya no está obligado a ir personalmente a la instalación de la sesión ordinaria del Congreso de la Unión. Sólo está obligado a entregar por escrito el informe, mismo que hace el secretario de gobernación de turno. Cumplido el protocolo, se inventa una nueva liturgia política. El presidente organiza un informe a modo en el patio del Palacio Nacional con invitados que le aplaudirán y que no lo pondrán en predicamentos. El informe se transforma en un rito de comunicación política en el que, más que nunca, el presidente informa lo que quiere. Es el modelo que más se aleja de la rendición de cuentas.

López Obrador ha planteado en diferentes momentos ser parte de un proceso que cambiará el régimen político. No obstante, el rito que protagonizó el domingo pasado es hechura ni más ni menos que de su némesis, Vicente Fox, el presidente que estuvo a punto de inhabilitarlo políticamente con el desafuero para que no estuviera en la boleta en las presidenciales de 2006. AMLO siguió la tradición de los últimos tres presidentes de hacer del informe una oportunidad de propaganda política. Por eso llamar al primer informe “tercer informe al pueblo de México” sólo se explica en la lógica que los primeros de septiembre no son los días de los informes de gobierno sino los días para que los presidentes hagan su mejor pieza de comunicación política para fortalecer sus bases y arrinconar a sus críticos.

La oposición a AMLO también aprovechó el 1 de septiembre para organizar una movilización contra la 4T. Es de esperarse que lo siga haciendo cada 1 de septiembre anhelando que los pocos de ahora crezcan en los siguientes años.

Mientras tanto debemos señalar que un cambio de régimen en este terreno implicaría que el presidente fuera a la Cámara de Diputados el 1 de septiembre, escuchara los posicionamientos de los representantes de los partidos con registro y representación parlamentaria, diera su informe, recibiera réplica de los legisladores y el ejecutivo tuviera oportunidad de tener su propia réplica. Parece que estamos muy lejos de esto, pero ello no significa que sea imposible. Eso significaría un verdadero cambio de régimen que supondría relaciones democráticas entre el gobierno y su oposición.

Mientras llega este momento, hoy no nos acostumbremos a llamar a la liturgia política del 1 de septiembre “informe de gobierno”, es, en el caso de López Obrador, una mañanera extendida. Hasta ahora, una victoria narrativa por parte de AMLO.

  • Politólogo, Director del Departamento de Ciencias Sociales de la Ibero Puebla.

 

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Juan Luis Hernández Avendaño

Politólogo, director general del Medio Universitario de la Universidad Iberoamericana Puebla y profesor-investigador de Ciencias Políticas por la misma institución.