Los que vienen atrás

  • Alejandra Fonseca
De paso en paso, pausa en pausa, lentamente, sin tomar tiempo ni medida.

Entrevistaba de manera indistinta a los jóvenes formados que recién habían sido aceptados en la universidad. El ambiente era de incredulidad e indescriptible alegría. En sus miradas se evidenciaba el pasmo y la sorpresa de estar haciendo fila para inscribirse en esta nueva oportunidad que llegó y corrieron a tomarla sin pensarla dos veces.

Algunos platicaban, otros temblaban discretamente por la incertidumbre de que esto fuera un sueño y cualquier ruido o movimiento los pudiera despertar. No querían hablar y mucho menos que se les hablara, ya que cualquier acto intencional y voluntario podría apelar a la razón y romper el momento mágico y su deseo disiparse con el viento.

A algunos se les notaba el rictus ansioso; a otros en el intenso frotarse las manos una contra la otra, a pesar de sostener entre ellas los documentos que debían presentar; otros no querían ni respirar fuerte para no derrochar su quimera, su fantasía y la ilusión más grande que habían alimentado desde la preparatoria.

Y caminaba la ola del mar de jóvenes; caminaban persiguiendo la utopía de ser universitarios, rebosando el infinito mundo que Fernando Birri, abrió, y Eduardo Galeano eternizó en su cita: ©Ella está en el horizonte. Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.©

Y caminaban; los jóvenes daban dos pasos, y se acercaban dos pasos; daban diez pasos, y se acercaban diez… Era su utopía y la estaban alcanzando, de paso en paso, pausa en pausa, lentamente, sin tomar tiempo ni medida, como se los permitía el océano movible de las utopías alcanzadas por los otros; con ansiedad y quizá angustia; con miedo y quizá pánico; con incertidumbre y quizá escepticismo al saber que lo más deseado, lo más soñado, lo más utópico, estaba ahí entero ante su respirar, sin que el aire mediara para alcanzarlo, y que en la marcha, el sendero se abría inmenso ante su vista.

Pude acercarme a dos, cuatro, seis, diez, quince jóvenes y preguntarles cómo se sienten; hubo quien dijo que no lo podía creer, que era alcanzar el mejor sueño de su vida. Me acerqué a un joven alto, bien vestido, alejando de los murmullos de sus compañeros, pero bien plantado. Solicité permiso para preguntarle, cómo se sentía, y le dije que tenía cara de felicidad. Asintió. “La verdad estoy muy contento por la oportunidad que tenemos todos y que estamos aquí presentes;, iniciar con una buena actitud y echarle todas las ganas del mundo. Estoy emocionado porque entré a la carrera que quiero”. Pregunté qué le habían dicho sus padres de este logro. Abrió muy grandes sus ojos y más grande su boca para decir, sin voz, alejado del micrófono: “No tengo padres”. No la vi venir…

Sin sobresalto, añadió: “Estoy muy orgulloso de mí porque es un gran logro, una oportunidad que no voy a desperdiciar. Estoy muy contento por mí y mi persona y eso me hace estar muy feliz.”

Estos son los que vienen atrás.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes