Padres copiloto. ¿Hasta cuándo estar presentes?

  • Leopoldo Castro Fernández de Lara
La independencia de los hijos se vuelve un tema que no saben resolver.

*Por: Mtro. José Leopoldo Castro Fernández de Lara)

Seguro que si usted tiene hijos pequeños le parece normal llevarlos a la escuela. También recogerlos y llevarlos de vuelta a casa. Además, llevarlos en las tardes a clases de alguna actividad extraescolar que complemente su formación; posiblemente los esperará mientras ellos realizan su deporte o disciplina y hará tiempo mientras tanto revisando su celular. Después los llevará de vuelta a casa y así más o menos todos los días.

Pero ¿qué pasa si sus hijos ya no son pequeños? ¿Hasta qué edad hay que seguir con el ciclo de llevarlos-traerlos-llevarlos-traerlos? Si tienen 18 años ¿ya pueden ir solos a la universidad en combi? O ¿pueden ir a casa de algún amigo o su novio/a sin supervisión de los “adultos”?, ¿pueden salir al cine y volver solos en la noche en taxi u otro transporte? Si tienen 23 ¿pueden irse solos al trabajo? ¿Pueden hacer un viaje sin compañía?

Espero que estas preguntas le escandalicen y su respuesta –al menos va avanzando en ellas- sea un categórico ¡claro que pueden! Pero la realidad es que para la mayoría de los padres la independencia de los hijos se vuelve un tema, un gran tema que no saben resolver. Esta situación es una buena oportunidad para analizar el cómo vivimos a nivel individual-familiar y por otro las condiciones sociales que norman nuestra convivencia y los fallos estructurales que cada vez se vuelven más evidentes, pero no encuentran una respuesta articulada de la sociedad civil.

A nivel familiar se han multiplicado las formas de comunicarnos y estas nuevas posibilidades están creando sufrimiento para todos. Si no me cree pregúntele a su hijo adolescente (la adolescencia no es una etapa del ciclo vital, es una construcción social y en nuestra sociedad abarca desde los 13 hasta los 25 como mínimo) si está conforme con el número de llamadas o mensajes que recibe de parte suya. Y usted mismo pregúntese si estos mensajes o llamadas contribuyen a generar paz o avivan sus miedos y ansiedad.

Los padres hemos extendido nuestros tentáculos de protección hasta los niveles más absurdos y me atrevería a decir que si al nacer no somos capaces de sobrevivir sin ayuda y asistencia las 24 horas –a diferencia del resto de criaturas del planeta-, esta situación se ha extendido hasta la edad adulta.

¡Es injusto echarles la culpa a los padres! Replicaría cualquiera. Y sí, es injusto porque por otro lado nos encontramos con la parte estructural, la parte social que compartimos y que hemos construido como grupo: la sociedad. Este lugar en el que intentamos convivir y en el cual nos sentimos a gusto pues gozamos de ciertos beneficios a cambio de algunas incomodidades. El problema es que nuestra construcción grupal va muy mal. Cuando mi hijo sale solo tengo miedo de si volverá y en mi mente aparece la esperanza de que si lo asaltan los ladrones se conformen con robarle sus pertenencias y no lo lastimen. Si mi hija va a una fiesta no puedo imaginarme que vaya sola pues en este país y en esta ciudad ser mujer es muy peligroso.

El problema es que nos hemos enfocado como en muchas otras áreas en compensar lo que el gobierno y las instituciones hacen mal. Tenemos que garantizar la seguridad de nuestros seres queridos porque quien se supone que debe hacerlo no lo sabe hacer. Y no hablo de la policía, institución que creo se esfuerza en responder a los miles de llamadas y emergencias que suceden en todo momento, sino de la mala planeación en educación, los malos servicios de salud, las políticas raquíticas de salarios y especialmente de la clase política insaciable que cada vez más nos sume en la miseria y nos abandona a las consecuencias de su avaricia y voracidad. Estas personas que tienen nombre y apellido y que son quienes ponen las reglas nos han abandonado cuando se suponía que tenían que protegernos. Del gobierno solo esperábamos que tuviera el monopolio de armas, con eso bastaría… y no pudo. Falló. Y ahora todos sufrimos las consecuencias.

La paradoja está en que tenemos que educar en libertad a nuestras hijas e hijos; rogar por no cruzarnos en el camino con los delincuentes que también son víctimas y victimarios del sistema y al mismo tiempo intentar ir formando a otros seres humanos en la esperanza de la construcción de una sociedad mejor. ¿Cómo hacerlo? Pues como siempre la responsabilidad debe ser compartida ¿Quién es el responsable de que tus hijos estén seguros? Todos lo somos. Cuando voy por la calle acompaño a tus hijos. Utilizo la calle, el transporte y mi presencia son de cuidado para todos y viceversa y no dejo de exigir a las autoridades que cumplan con su trabajo y construyo ciudadanía.

 

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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Leopoldo Castro Fernández de Lara

Psicólogo, Master en Recursos Humanos, Maestría en Modelos y áreas de investigación en ciencias sociales. Sus temas de interés son los movimientos sociales, las representaciones sociales y en general la psicología social