De la paz y otros demonios

  • Marcela Cabezas
La capacidad de un partido político en ingresar y permanecer en la esfera electoral

¿En qué va la implementación del acuerdo entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (Farc) en Colombia, y con ella el ímpetu político-electoral de éstas hoy día?.

La elección de múltiples cargos públicos a nivel regional que se aproxima devela una realidad innegable: resulta pobre la participación de la nueva fuerza revolucionaria (Farc) en términos político-electorales y su ínfima aceptación social va a en ascenso.

La capacidad de un partido político en ingresar y permanecer en la esfera electoral es uno de los síntomas del grado de institucionalización de la organización; además, aspectos como el programa ideológico, el arraigo histórico y el efecto social en la dinámica política de un país son muestra del buen o mal estado del sistema partidista en términos generales.

En Colombia el sistema de partidos ha presentado momentos de apertura y de cierre, enraizados estos en el contexto histórico y en la administración del poder por parte de los dirigentes “cuadros” partidistas. Así, el bipartidismo reinante durante buena parte del siglo XIX e inicios del XX vino a ser corregido por la ola pluralista de la constituyente de 1990 misma que, salvo excepciones, permitió en adelante la emergencia de diversas fuerzas politicas que aúnan a grupos sociales diferenciales: indígenas, afrodescendientes, sindicatos, etc.

Dos hechos permitieron tal estadio de democratización: el quiebre institucional de la década del noventa y los acuerdos de desmovilización entre la guerrilla urbana del Movimiento 19 de Abril (M-19), Ejército Popular de Liberación (EPL) y el movimiento indígena Quintín Lame(MAQL). De forma que la presencia de guerrillas en Colombia no es novedosa así como el reajuste de la estructura político-institucional del país toda vez que algunas decidan transitar de la lucha armada a la contienda política.

De hecho, es éste un punto neurálgico en la negociación entre guerrillas y gobierno: participación política a cambio de armas. Esto es racional en tanto que las reivindicaciones sociales demandadas desde la ilegalidad harán parte ahora de un escenario legal donde la concertación se logra mediante argumentos y no constreñimiento violento en la población civil.

Mas, una cosa fue el escenario de posconflicto en la década del noventa, y otro muy distinto el que resultó producto de los acuerdos entre el gobierno del expresidente Juan Manuel Santos y las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (Farc) firmados en la Habana hace unos años.

Un hecho asienta tal bifurcación: los exguerrilleros que se agruparon en diversas fuerzas politicas posterior a la constituyente obtuvieron un apoyo electoral notable haciéndose con cargos en el ámbito nacional como el subnacional. Por su parte, las elecciones legislativas del 2018 dieron nulos escaños a la denominada Fuerza Revolucionaria del Común- nombre con el cual las Farc transitan a la esfera política-; de no ser por los diez escaños reservados, ésta se hubiera quedado sin representación alguna en el país. 

Frente a eso se adjudican varias teorías: una que enfatizan el hecho de que las Farc haya decidido continuar con el mismo apelativo en una nueva esfera de “civilidad” lo que suscita emociones encontradas por parte de los potenciales votantes. Otra que resalta la poca voluntad de arrepentimiento por los hechos cometidos durante el conflicto por parte de las cabezas visibles de la extinta guerrilla frente a las victimas y la sociedad civil en general.

Una y otra abocan a la experiencia atroz e irresoluta del conflicto: la memoria viva en la sociedad colombiana ha obstaculizado el beneficio de la duda a las Farc.

Si bien es cierto, el estadio de transito de la lucha armada a la legal supone una serie de desafíos por parte del gobierno en turno y la sociedad, el hecho de que éste sea el medio para que los cambios necesarios surtan pondrían en pie de igualdad la expresión de la voluntad de la ciudadanía – el fin- frente a la reproducción política de la exguerrilla, en este caso.

En tal sentido vemos que, lejos de lo que suele reproducirse en diversos medios, la ínfima popularidad de la Fuerza Revolucionaria en la esfera político-representativa en Colombia no es causa exclusiva de la inclinación derechista del gobierno en turno y la poca simpatía con las guerrillas -exponenciada tras la posesión de Santrich aun con una investigación de extradición irresoluta- . Lo sustancial, de hecho, es que la sociedad colombiana no ha visto con buenos ojos la presencia de cabecillas de la exguerrilla en el congreso, resultando incipiente la legitimación de las Farc en la relación votante/representante.

Panorama que no ofrece cambio alguno para las elecciones a corporaciones regionales que se avecinan, al contrario, ningún partido político se ha mostrado a favor de hacer coaliciones con la denominada Fuerza del Común (ver nota), ni siquiera los situados en la izquierda-progresista; previéndose entonces unos resultados igualmente ínfimos y pobres.

En términos politológicos, las coaliciones son un buen síntoma de la dinámica partidista, dado que ésta devela la capacidad de chantaje de las organizaciones, y con esto su estadio de institucionalización. Ámbito neurálgico en regímenes democráticos inacabados, caso de Colombia. Adicional a esto, la difusión de un proyecto político programático y el efecto “arraigo” que genera este en la sociedad, dan cuenta del buen o mal estado de la organización partidista.

En este tono, el transito de la ilegalidad a la legalidad, de una participación asistémica a una institucionalizada de las Farc, no solo devela que la cosa esta mal sino que se puede poner peor, amenazando la permanencia de esta fuerza política aun habiendo ingresado a la contienda electoral- otro síntoma de la institucionalización-.

Frente a tal panorama, no basta con señalar las malquerencias del ejecutivo sin reparar en la percepción de la ciudadanía que tal como vemos, ha ejercido su derecho a expresar su inconformismo con el acuerdo de Paz-al menos en cuanto a lo político-electoral refiere-.

De hecho ¡démonos por bien servidos!  dado que, de una u otra forma se ha construido cierta voluntad general desde el civilismo de colombianos mayores de edad – al estilo roussoniano-; logro importante en una democracia aun en pañales.  A la par, la dinámica de cierre y apertura del sistema político colombiano es inmanente, con un ingrediente adicional: participación y expresión política.

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Marcela Cabezas

Magíster en Ciencias Políticas y politóloga colombiana. Catedrática y columnista en prensa independiente.