Despertar la malicia

  • Alejandra Fonseca
¿Cómo sucedió que su esquema mental no pudo percibir ni alcanzar el cambio tan abrupto del mundo?

Alejandra Fonseca

 

Es la primera vez que no tiene para dónde voltear al sentir terror; por primera ocasión la hostilidad del mundo le hizo sentir que sería mejor desaparecer. Cuando niña alguna vez sintió pánico pero estaba papá para calmarla, consolarla y explicarle que “no pasaba nada”. Pero hoy no está papá, ni mamá, ni las nanas, ni nadie más para acurrucarse en su regazo y esconder el rostro para eclipsar el peligro y encontrar alivio sabiendo que “no pasa nada”, pero hoy sí pasa…

¿Cuándo fue que la realidad la rebasó? ¿Cómo sucedió que su esquema mental no pudo percibir ni alcanzar el cambio tan abrupto del mundo? ¿Dónde se esfumaron los valores por los que se guiaba y ahora se vive como si nunca hubieran existido? Aconteció como cuando el mago desaparece la moneda frente a tus ojos y no imaginas dónde está el truco.

A pesar de su vida intensa nunca se había sentido tan vulnerable, tan desprotegida, tan indefensa y tan sola. Era una mujer fuerte con su mirada puesta en soluciones y no en problemas; todo se le hacía fácil, con inagotables palabras de aliento daba perspectiva y alternativas a quien la escuchaba. Pero hoy ni ella misma se alcanzaba.

¿Cómo perdió la valentía? ¿Cómo empezó el miedo? ¿Cómo se derramó la esperanza? ¿Cuándo comenzó este caos de inminente destrucción? ¿Inició espontáneamente, “como  punto de partida o de arranque de todo universo y que al menor descuido, o con una cierta probabilidad, se vuelve”? (1)

Nunca el mundo, al que amaba desde pequeña, había sido tan árido; nunca el aire había sido tan denso y asfixiante que no pudiera respirar; nunca en un instante había sentido perder el conocimiento, sin perderlo. Nunca se había quedado electrizada e inmóvil entre tanta gente que pasó indiferente a su lado ante su palidez, temblor y falta de oxígeno.

Una sola llamada vía celular de un supuesto banco de un número de sólo tres dígitos, confirmaba sus datos de una supuesta transferencia con la que intentaron jaquear su aplicación y saquear su saldo. Dudar escinde las energías, y la escisión, paraliza. Desde el inicio dudó de la veracidad de las voces y los sonidos tan iguales a los del banco, pero no supo aferrarse a su intuición y colgar, cosa que realizó a destiempo pero todavía a tiempo para llamar y bloquear su tarjeta de débito.

Como pudo, ahora sin recordarlo, llegó al banco, se estacionó de manera irregular y corrió para checar su saldo, pero antes tuvo que tramitar una nueva tarjeta de débito. Un cajero la atendió tan lento que sospechó era un zombie bajo los efectos de “la respiración del diablo”; ¿o era ella la drogada por el ácido recién bebido del mundo? Tiranizó al joven a apurarse, y él, a quien no le corría a vida, aseguró estar realizando el trámite.

Temblaba, quería vomitar, no podía respirar; su percepción se alteraba cada vez más, con gritos ahogados indescifrables quiso pedir ayuda al llegar el momento crucial de solicitar su saldo, esperando lo peor: “Sólo en el cajero lo obtiene”, respondió el zombie con sonrisa.

Fueron once pasos en cámara lenta, los más largos de su vida, para llegar al cajero. La erupción violenta de su interior le hizo temer por su vida y su salud mental. Respiró profundo con la boca entreabierta y metió la tarjeta. Tecleó el nip con dedos temblorosos y movimientos torpes. Cerró los ojos y volteó el rostro al techo. Bajó la vista a la pantalla con el corazón latiéndole en la garganta: “¡No les dio tiempo de vaciar mi cuenta!”

Se derrumbó y cayó hincada ante el cajero automático a la vista de otros usuarios que no hicieron nada por ayudarla. Sus dedos se aferraron como garras sobre el teclado para no caerse. Cerró los ojos sin poder creer lo que estaba viendo. Se levantó y volvió a mirar la cantidad en la pantalla, confirmando que no veía lo que quería ver; que esa de su mente era la misma de la pantalla, y no un autoengaño al desprenderse de la realidad. Corroboró que, a pesar de su destiempo, fue a tiempo.

Cuando lo platicó, afirmó: “Tenemos que despertar la malicia. Tenemos que aprender a desconfiar y pensar mal de todo lo que venga por internet o celular. Cuidarnos porque ya nada es seguro; muchos pueden acceder a tus datos y aunque no se los des, los tienen.”         

alefonse@hotmail.com

(1)Hesíodo

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes