Políticos: Colchones Podridos

  • Elmer Ancona Dorantes
En Puebla los ciudadanos deben “palpar” a sus gobernantes, “sentir” su consistencia

Después de la tragedia que vivieron los sinaloenses por las fuertes tormentas e inundaciones, los medios de comunicación dieron a conocer un caso insultante, indignante: los damnificados recibieron como apoyo de sus autoridades colchones podridos.

Por fuera lucían de calidad –parecían buenos, narraba la gente-, pero por dentro estaban en estado putrefacto. “De pronto, no logramos soportar tanta pestilencia”.

Los fabricantes, contratados por el gobierno estatal, utilizaron viejos colchones que reconstruyeron y llenaron con cubiertas enmohecidas, trapos viejos, pañales usados y resortes oxidados. 2 mil camastros arrojados a la basura. Dos mil familias o personas agraviadas.

Aún sumida en la tragedia, la gente no tardó en percibir lo hediondo que emanaba de los colchones; al abrirlos descubrieron que el hedor provenía de aquello que les habían obsequiado sus autoridades.

Burlados y humillados, los damnificados arrojaron los colchones a las puertas del Palacio Municipal; no daban crédito a lo hecho por sus políticos (emanados de la alianza PRI-PVEM-Nueva Alianza) pese al dolor que padecían.

Hacemos énfasis de esta reciente historia porque no dejamos de llevarnos desagradables sorpresas de los políticos que nos conducen, nos dirigen, nos lideran, nos gobiernan en todo el país.

¿Qué mensaje manda a la sociedad un diputado federal del Movimiento Regeneración Nacional–Morena que, en presunto estado de ebriedad, impacta su vehículo contra un taxi, incendiándolo, dejando al joven conductor ardiendo en llamas, abandonándolo, pese a los lamentos de dolor y solicitud de auxilio?

¿Qué debemos aprender del dirigente juvenil del PRI de Oaxaca que presuntamente alcoholizado y por ir a exceso de velocidad, impacta su vehículo contra un árbol y abandona a su novia, herida de muerte, en la puerta de un hospital?

¿Cómo demonios puede la sociedad interpretar la actitud del senador del Partido Acción Nacional (PAN), que en horas de trabajo y en plena sesión se la pasa jugando (“padroteando”, dicen otros) con sus amigos, ensalzando placeres con jovencitas?

Y así como estos, hay decenas de casos de funcionarios públicos, diputados, senadores, que gustan violentar (madrear) frecuentemente a sus esposas, porque saben que no van a ser tocados ni con el pétalo de una rosa.

Son caciques, son millonarios, son personas con exceso de poder y eso los hace sentir “intocables”; ni por tantita dignidad, después de ser descubiertos pública y masivamente, intentan dejar sus puestos “ganados democráticamente”.

Ya comenté el caso de un ex Oficial Mayor de una importantísima Secretaría de Estado, en tiempos de Felipe Calderón, que llegaba a Mérida, Yucatán, casi exclusivamente a golpear a su joven y silenciosa esposa. Asco de político.

¿Qué gana la sociedad dejando en los puestos públicos a decenas de políticos que no son más que colchones podridos, quizá bonitos por fuera (bien vestidos, bien trajeados, bien perfumados), pero putrefactos por dentro?

Los ciudadanos debemos entender, de una vez por todas, que mientras sigamos manteniendo en el poder a esa casta de ladrones, de proxenetas, de golpeadores, de mantenidos (por nosotros), sufriremos las consecuencias de sus actos.

Tan culpable es el gobernante pernicioso y homicida como el pueblo que lo sostiene; un país no podrá jactarse de digno y honesto en la medida que siga coludido con los hampones que lo gobiernan. Tanto peca el que mata a la vaca como el que le jala la pata, así de simple.

Lo que podemos hacer, en primer lugar, es dejar de seguir votando, impulsando y sosteniendo a políticos de mala hechura; el líder o dirigente con espíritu delincuencial por lo general se viene corrompiendo años atrás; incluso viene así desde la cuna.

La sociedad no puede decir “no conocía su trayectoria”, “no sabía quién era”, cuando los orígenes de estos políticos son elocuentes; heredan los mismos vicios de sus padres. Ejemplos abundan. Hijos de tigre, pintitos.

En Puebla, por ejemplo, insistimos en defender lo indefendible; aun conociendo las trampas, las transas, las ofensas, las traiciones, la corrupción de algunos políticos, los ciudadanos seguimos eligiendo –o no dejamos caer- a los sucesores. Es una vergüenza.

¿Cuándo vamos a dejar de entender que éste no es un asunto de siglas, de partidos? Es un asunto de alta política, de gobernanza, de democracia, de participación ciudadana, que nos obliga a dejar de ser pasivos e inertes para asumir un compromiso más trascendente.

Yo, como ciudadano, no quiero ser un colchón podrido ni quiero que mis hijos o amigos vivan de la simulación, de la apariencia, de una hermosura externa, pero con podredumbre interna.

México ya está agobiado de tanta simulación. Esperemos que las nuevas siglas partidistas que ahora nos gobiernan no sigan el perverso juego de algunos de sus antecesores. Ni Puebla ni las demás ciudades o estados lo merecen.

En el caso específico de Puebla, debemos “palpar” a nuestros gobernantes, “sentir” su consistencia, “percibir” su aroma y sobre todo, “confirmar” de qué están hechos. Nadie necesita colchones podridos.

En caso de no dar buenos resultados, de resultar pestilentes y podridos por dentro –por hermosos y divinos que parezcan-, debemos tener la fuerza y la inteligencia suficientes para arrojarlos a la basura, porque es ahí donde deben estar. A fin de cuentas, damnificados políticos somos casi todos.

@elmerando

elmerancona@hotmail.com

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Elmer Ancona Dorantes

Periodista y analista político. Licenciado en Periodismo por la Carlos Septién y Maestrante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNAM. Catedrático. Escribe en diversos espacios de comunicación. Medios en los que ha colaborado: Reforma, Notimex, Milenio, Grupo Editorial Expansión y Radio Fórmula.