Política democrática, principal reto del próximo periodo presidencial

  • Guillermo Nares
La debilidad de los partidos opositores. El nuevo gobierno. El reto es de naturaleza democrática.

El triunfo de Andrés Manuel López Obrador ha significado para la actual clase política mexicana espasmo, choque, asombro. No es para menos. Antes, mucho antes, habían recibido mensajes de la derrota posible. Sin embargo, muy pocos tomaron con seriedad la tormenta histórica que se avecinaba en el país. El saldo fue una colección de desechos partidarios.

 

Los avezados de Acción Nacional, del PRI y del PRD velaron armas y se alinearon con el hoy candidato ganador. Apreciaron el entorno social polarizado y en muy temprana hora arriesgaron su poco o mucho capital político orientando su acción hacia Morena. La vieja clase política en la cortedad de su cansada vista prefiguró escenarios inerciales dominados por los ganadores de siempre con la oposición perdedora de siempre. En vez de ser promotores de distención social, continuaron alimentando la crispación social a través de la vieja campaña propagandística de denostación, vituperio, discriminación, marginación e incluso criminalización del polo opositor que ya en los inicios de campaña avanzaba imparable.

 

El resultado es un entorno donde sobrevivirán los actores políticos que tengan capacidad de adaptación. Se inaugura una nueva etapa de desarrollo del sistema político mexicano en la cual lamentablemente el PAN navega entre la pérdida de competitividad y la disputa interior. Su existencia se ve amenazada provocando incertidumbre sobre sus grados de adaptabilidad. El PRI no tiene remedio. Conforme se acerca el final del actual sexenio, avanza su proceso de liquidación. Solo uno que otro optimista, desde el resentimiento de la derrota, apuesta por el regreso vigoroso una vez que la sociedad se desencante de los actuales ganadores. Del PDR, otrora organización que apuntó en sus orígenes impulsos democratizadores no queda ni la sombra.

 

Se quedaron sin feligresía, sin estructura electoral y sin liderazgos autorizados. Su ínfimo porcentaje y la pobre bancada legislativa no sirven para mucho. Aunque tampoco es menor lo que tienen. Aprendieron a dejar atrás el decoro y a postrarse ante el poder en turno. Les servirá para extender un tiempo más su existencia. Lejos, muy lejos incluso de la sombra que proyectó una fuerza política que fue valiosa e importante para la sociedad  y que decidió salir de la historia mexicana por la puerta trasera.

 

Las claves de la participación política en el país cambiaron desde los primeros minutos del dos de julio. El cambio en las formas, anuncia el fondo, como decía Jesús Reyes Heroles, el gran clásico del priísmo.

 

Julio del 2018 condensó el surgimiento de una nueva etapa marcada por el ascenso de un nuevo grupo en el poder presidencial y al mismo tiempo el resurgimiento de una fuerza que intenta coaligar las facciones partidarias opositoras en una sola. Me refiero al salinismo reeditado. A final de cuentas es el intento de formar un polo opositor que permita a viejos actores seguir tendiendo juego en las decisiones políticas y derecho de picaporte con el presidente de la república. No es democrática su intención. En la última fase del  autoritarismo tardío pretenden obstruir las posibilidades definitorias de la democratización mexicana.

 

Al hacerse del PRI, el clan Salinas busca mantener prendida la esperanza del retorno a la presidencia a través de su principal, acaso la única carta con la que cuenta dicho grupo: Claudia Ruiz Massieu. Es ambigua la intención. La re construcción de un nuevo frente es una quimera. ¿Qué tipo de incentivos ofrecerán? ¿Promesas a futuro? ¿Qué puede hacer un partido que dejó de ser competitivo, como el PRI, para convencer a todas las tribus, sectas, fracciones y fracciones que hoy desandan sin el ánimo ni el coraje ideológico para fundar una oposición que por ser variopinta no permite al menos por ahora constituirse en un contrario ideológico? La emergencia del clan Salinas en esta ocasión no es sombría, es ridículamente patética. Su conspiracionismo, nunca abandonado, no acaba de entender que enfrenta otras circunstancias, contrarias incluso a los viejos usos y costumbres del priísmo en su etapa de poder.

 

A diferencia de las fuerzas políticas de Europa y América Latina, que en los procesos de cambio político accedieron a construir y consolidar sus democracias y que en el poder o en la alternancia solos o con frentes de amplio espectro, se distinguen ideológica y políticamente de sus adversarios, en el caso mexicano, desde las ruinas del todavía partido oficial, no atina a ofrecer nada a los segmentos de oposición, acaso solo muestras de ambición de poder.

Después de la derrota, en el cambio de la dirigencia del priísmo aflora únicamente un ajuste rápido de cuentas faccioso que no garantiza en sí mismo cohesión partidaria.  Acaso lo más relevante fue la confesión de la necesidad de la liquidación como Partido Revolucionario Institucional y su refundación, es decir el surgimiento de otro partido político.

 

Es peculiar el momento. Justo la política democrática es el principal reto del próximo gobierno. Desde la década de los ochentas la debilidad de la política democrática provocó la destrucción del tejido social. El saldo una infinidad de problemas que desembocaron en una guerra (no tan soterrada) de incalculables daños humanitarios.

 

El deterioro de la política actual se contrarresta con la puesta en marcha de acciones tendientes a consolidar la democracia mexicana. Los actores opositores al autoritarismo en un principio neciamente democratizadores, acabaron siendo colonizados por la cultura vertical, corrupta, indolente e incapaz, retrasando la puesta en marcha de prácticas democráticas como preámbulo de administraciones eficientes y eficaces. Dominó la democracia tramposa y los gobiernos saqueadores.

 

Al final del túnel el papel que debe jugar el nuevo oficialismo y la oposición debe ser en claves democráticas. Los espacios para las prácticas autoritarias derivadas todas del abuso de recursos públicos, del control faccioso de los órganos electorales, del sometimiento abyecto y escandalosamente pueril de los medios de comunicación se acerca a su fin. El costo por los usos y abusos de dichas prácticas cada vez serán mayores y si la agenda se cumple no se ve lejano el tiempo en que los delitos electorales sean castigados con mayor severidad.

 

El reto de mayor importancia en esta época es de naturaleza democrática. No solo se requiere el ejercicio de un gobierno con una clara agenda democratizadora, se necesita de una oposición con vocación democrática. El riesgo actual es la debilidad de los partidos perdedores. Sus divisiones y las indefiniciones de su actitud política pueden provocar que aparezcan espectralmente actores del viejo régimen con tentaciones de aventureros restauradores.

 

Gnares301@hotmail.com

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Guillermo Nares

Doctor en Derecho/Facultad de Derecho y Ciencias Sociales BUAP. Autor de diversos libros. Profesor e investigador de distintas instituciones de educación superior