En esta semana se publicó un suceso que indignó a la opinión pública a nivel mundial relacionada con las familias migrantes en Estados Unidos, en donde se separan a los niños mientras sus padres son juzgados por ingresar ilegalmente a ese país. Dos días después de la tormenta el presidente Trump, presionado internacionalmente, firma un decreto para mantener a las familias de migrantes juntas.  No puedo dejar de pensar que la difusión masiva de estos hechos que indignaron mundialmente a las personas y su posterior decreto, no es más que un ardid estratégico de este presidente para manipular y lograr los acuerdos necesarios para sus fines políticos.

Aun así, esta noticia visibiliza un problema que cada día crece más, puesto que esta situación no es nueva. Al no existir la legislación necesaria para atender el fenómeno de la migración en el vecino país del norte, muchas de las situaciones y acciones que se han presentado y se siguen presentando son complejas e inhumanas en donde México y Estados Unidos comparten responsabilidades. Nosotros somos expulsores de una gran cantidad de mexicanos producto de la desigualdad e inequidad que existe en el país, entrelazada ahora con las situaciones de inseguridad y violencia que existen en muchas de nuestras comunidades.

No hemos puesto atención en nuestros niños que migran sin documentos y que muchas veces viajan también sin ser acompañados. Sabemos que cuando las familias migrantes sin documentación quieren reunirse con sus hijos, pagan para que los “crucen” personas que cobran por ello, o bien, cuando las familias deciden migrar, en el cruce de la frontera son separados los menores de sus padres, periodo en el cual la incertidumbre y la vulnerabilidad están presentes ya que nadie ni nada garantiza que llegan los niños sanos y salvos al lugar de destino. El año pasado según datos de la Unicef, nueve mil niños mexicanos y adolescentes que migraron a los Estados Unidos sin documentos fueron retornados, la mayoría viajaba sin la compañía de un adulto.

Otra situación se presenta con los niños centroamericanos que atraviesan nuestro país, dado que México también es un país de tránsito. Según Unicef, dieciocho mil trescientos niños y adolescentes migrantes extranjeros estuvieron en México en su paso hacia los Estados Unidos, de los cuales dieciséis mil ciento sesenta y dos fueron regresados a su lugar de origen y no sabemos, porque no se han visibilizado, las condiciones en las que se realiza este regreso y en donde también, los niños son separados de sus familias.  

Estas cifras, tanto de menores nacionales como de extranjeros nos indican que la cantidad de niños que migran sin la compañía de un adulto ha llegado a niveles nunca antes vistos y todo parece indicar que el problema seguirá creciendo.  No basta pronunciar discursos de indignación, hay que buscar soluciones efectivas.

Esta situación debe preocuparnos porque está rebasando a nuestra sociedad y también a las instituciones, especialmente cuando se ha incrementado la trata de personas en contextos en donde prevalece la explotación, la violencia, el abuso y en donde la salud y la seguridad son escasas o prácticamente nulas.

Así las cosas, todo lo relacionado con el fenómeno migratorio merece una especial atención dentro de la agenda de las políticas públicas en México, si bien los niños son la parte más vulnerable en este proceso, también hay una gran cantidad de hombres, mujeres, jóvenes y adolescentes que merecen ser vistos como ciudadanos que merecen las mejores oportunidades para una vida mejor.