Estoy agradecida

  • Alejandra Fonseca
La respuesta no es que las mujeres copiemos la manera masculina de ejercer el poder

Confieso que he tenido un gran prejuicio contra el rol de las mujeres desde niña: no me gustaba jugar a lo que ellas jugaban, no me gustaba vestirme como ellas se vestían, no me gustaba actuar como ellas actuaban, no me gustaba hablar de lo que ellas hablaban, no me gustaba hacer lo que ellas hacían, no me gustaba decir lo que ellas decían, no me gustaba comparar como ellas se comparaban, no me gustaba envidiar como ellas se envidiaban. No me gustaba que alejaran a los hombres con sus episodios y modos caprichosos porque yo amaba a los hombres desde chiquita: Jugaba lo que ellos jugaban, hablaba lo que ellos hablaban, reía de lo que ellos reían, pensaba como ellos pensaban, me gustaba lo que a ellos les gustaba… y nunca comparaban ni envidiaban a los demás y mucho menos a mí.

Mis días más felices fueron jugando béisbol, volibol, policías y ladrones, trompo, balero, canicas, yoyo, bote pateado, cebollitas, encantados, la rueda de San Miguel, tiro con arco y flecha, patinar, andar en bici, avalancha, nadar, echarme clavados, andar en caballo, jugar carreritas y a las escondidillas, en fin… todo lo que los hombres podían jugar libremente y la mayoría de mujeres no se permitían. Además los niños me confiaban sus secretos, sus deseos, sus dolores y se permitían ser frágiles junto a mí: nos apoyábamos y supimos  guardar nuestras confidencias y ellos siempre supieron que podían contar conmigo.

Más tarde no pude embonar en el mundo de las mujeres; no me interesaban sus pláticas, no tenía la pericia para comentar sus temas, no me gustaba perder tiempo con el maquillaje o peinado para después posar cual vil estatua sin espíritu para no despeinarme.   

Después llegaron las feministas copiando la forma de ejercer el poder de los hombres. Y no me gustó. Me gustaba el mundo de los hombres para compartir con ellos pero no para ser como ellos. Me gustaban ellos como ellos, no para yo ser como ellos copiando sus modos masculinos. Me gustaba el contraste que formábamos, yo con mi ser femenino en su presencia. Sentía que a las feministas –con roles masculinos-- y a las mujeres --con roles establecidos--, les faltaba “algo más femenino” a lo que, entonces, no puse atención, no podía explicar, ni tampoco me importaba pero sí me preguntaba hacia dónde íbamos con la expansión en la que todos estamos inmersos.

La respuesta me llegó al ser invitada a formar parte de las 100 Mujeres por la Paz en México. Me pregunté si podría, ¡por fin!, identificarme. Y me importó sobremanera tener claridad de ese algo “más femenino” que a mis ojos “faltaba” que se manifestó sin complejos: “Es por la oxitocina: auténtica hormona facilitadora de la vida; la que nos cambia el cerebro a las mujeres para poder cuidar de nuestros bebés con sentimientos amorosos cuando somos madres; la que nos ayuda a cohesionarnos solidariamente entre nosotras para formar comunidades y proteger a nuestras familias porque las mujeres llevamos, damos y protegemos la vida; es el principio biológico que en muchas partes del mundo se está aprovechando en favor de la paz. Esta es la manera “femenina”: la voluntad de paz que las mujeres llevamos en nosotras mismas.”

Me gustó. Me identifiqué sin más con la hormona del amor: di un salto cuántico y me convencí que lo que me dio mi mundo infantil compartiendo con niños, no está obsoleto para dar la batalla por un mundo mejor. La respuesta no es que las mujeres copiemos la manera masculina de ejercer el poder; es a la inversa: es procurar que los hombres consientan que la oxitocina les permita manifestar abierta y libremente sus sentimientos, de la misma manera que esa hormona nos unió y nos hizo cómplices cuando éramos niños y jugábamos juntos sin juzgarnos.

Ahora mi vida incluye mi identificación con las mujeres. Estoy agradecida.

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes