El debate presidencial: un circo, un insulto

  • Oscar Barrera Sánchez
El propósito, arañar al puntero en las encuestas. En juego dos visiones del rumbo político.

A nadie sorprendería la dinámica del primer debate rumbo a la elección presidencial del 1º de julio de 2018. Cualquier neófito de la política mexicana podía suponer que el puntero en las encuestas tenía dos objetivos: no caer en las provocaciones que le lanzarían sus contrincantes y dirigirse, de manera congruente con sus planteamientos, al 48% de los votantes que han manifestado su apoyo a Andrés Manuel López Obrador. Ricardo Anaya, José Antonio Meade y Jaime Rodríguez Calderón, principalmente, convirtieron su ofensiva en un espectáculo circense en la forma, pero autoritario y falso en el contenido.

Indiscutiblemente, lo que estaba en juego eran dos visiones de rumbo político (lo cual no quiere decir que alguna de las dos sea la óptima) y se dejó ver claramente. La postura neoliberal, privatizadora, fue encarnada ferozmente por los dos candidatos independientes, Margarita Zavala y Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, así como por la coalición Por México al Frente, Ricardo Anaya, y el representante de la coalición Todos por México, José Antonio Meade. Todos, en conjunto, son lo mismo. La economía de mercado que ha dejado al país en la ruina sigue siendo su principal bandera. Sin embargo, no perdieron la ocasión para tomar una postura aún más peligrosa: el ejercicio autoritario y represivo como estrategia de seguridad.

Gansadas como el corte de manos o las preparatorias militarizadas fueron la muestra más vulgar de lo que de forma legaloide mencionaban los demás candidatos de la derecha mexicana. Basta recordar que todos ellos se sumaron a una política de profesionalización de la represión y la militarización del país, además de avalar la violación de los derechos humanos, auspiciando la Ley de Seguridad Interior. La figura del Estado de derecho (o, según el análisis del discurso, de derecha) fue la forma de amenazar a la ciudadanía con usar la fuerza para proteger a los dueños del capital.

Llaman al uso de la fuerza, cuando los militares han cometido atrocidades durante el último sexenio, basta recordar Tlatlaya y Ayotzinapa. Profesionalizar la policía no será más que perfeccionar a los nuevos integrantes de los cárteles del narcotráfico.

Zavala, Anaya y Meade hablan de prevenir con educación, deporte y cultura, cuando el modelo económico que ellos representan ha expulsado de las escuelas a jóvenes y han disminuido los presupuestos a la cultura y la ciencia. Además, han favorecido una reforma educativa que no ha servido para nada, más que para producir obreros calificados y evaluados útiles a las grandes corporaciones transnacionales.

Sólo hay que recordar las experiencias dictatoriales en Latinoamérica o los gobiernos totalitarios y autoritarios en Europa, durante el siglo XX, los cuales siempre utilizaban el discurso del Estado de derecho, el imperio de la ley y la cultura de la legalidad para legalizar las atrocidades cometidas en sus gobiernos. Eso fue lo que avalaron los candidatos del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Nueva Alianza (NA), Partido Verde Ecologista de México (PVEM), Partido Acción Nacional (PAN), Partido de la Revolución Democrática (PRD), Movimiento Ciudadano (MC) y los dos candidatos independientes.

En el caso de corrupción, dentro de la Política y el gobierno, todos tienen cola que les pisen. Meade, aun con su obstinada e insulsa demanda del 7 de 7, no se aleja de la ola de corrupción ligada a su gestión en la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) y a la protección de Rosario Robles como lideresa de la misma secretaría, cuando él fue secretario de Hacienda. De Anaya, no ha quedado clara la transacción con Manuel Barreiro Castañeda de la nave industrial en Querétaro, lo cual sigue presumiéndose como lavado de dinero. No es la primera vez que Ricardo Anaya miente, bajo un discurso legaloide. Lo mismo ocurrió cuando falseo información de su declaración de bienes a la Secretaría de la Función Pública, en 2011; además de ser señalado por miembros de su partido político de haber incurrió en actos ilícitos al manejar un presupuesto cercano a los mil millones de pesos; el intercambio de “porcentajes” de dinero con Miguel Ángel Yunes Linares, son sólo algunos indicios de corrupción de quien se jacta de honestidad, aun cuando es el señor y amo de “los moches”.

A Andrés Manuel López Obrador se le señaló de usar a Morena como el partido familiar, no desligarse de personajes probadamente corruptos y tres departamentos no declarados, aunque al final del debate quedó sólo en dos.

De Rodríguez Calderón, sólo basta leer los mensajes que publicó en su cuenta de Facebook, su hermano menor, Adex Rodríguez Calderón, quien da ejemplos del cobró ilegal a establecimientos en Nuevo León, uso indebido de funciones de servidores públicos. Cabe señalar que, tanto El Bronco como Margarita Zavala llegan a la contienda electoral de forma legal, pero no legítima, al haber violado el procedimiento de participación de candidaturas independientes.

Pero todavía más obsceno fue escuchar a Anaya mencionar acontecimientos, como 1968 y 1971, para cuestionar a López Obrador de haberse afiliado al PRI, cuando Diego Fernández, uno de sus padrinos, pertenecía a grupos porriles en la Facultad de Derecho de la UNAM en esas décadas.

Pero igualmente mentecato fue mencionar que la revocación de mandato llevaría a la reelección, cuando es una de las formas de democracia directa de las sociedades y regímenes políticos más avanzados en el mundo. La simpleza y vulgaridad de Anaya y Meade de evocar a Venezuela y el gobierno de Hugo Chávez, que ante sus ojos es una dictadura, les ciega el propio respeto a la Constitución, además de olvidar que México sí vivió una dictadura de partido por parte del PRI y avalada por el PAN. Los candidatos de la derecha actualizan el espanto diazordacista del comunismo de los años 60, ahora con la falta de respeto al pueblo venezolano.

Este primer debate deja claro que este tipo de ejercicios “democráticos” no es más que un espectáculo mediático, caro y de mal gusto. No hace falta tener debates, cuando lo que se discute en ellos no es lo que podría interesar a quienes lo ven o escuchan. Lo del domingo 22 de abril fue vulgar, bajo, ramplón; no fue más que arañar al puntero de las encuestas en una acción desesperada.

Queda evidenciada la democracia mexicana como política de la vecindad del Chavo del 8: un Instituto Nacional Electoral (INE) parco y servil; los partidos políticos rebasados, anacrónicos y ruines; los medios de comunicación como jueces, buscando ganadores del debate, cuando los mejores oradores han sido muy peligrosos para el mundo (Hitler, Mussolini, Videla y hasta Carlos Salinas de Gortari).

Faltan dos debates más y se espera más de lo mismos: circo, maroma y teatro. Un circo de la vulgaridad, de la mentira. Mientras no haya una redistribución de las riquezas del país, justicia, respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, la sociedad civil no tenemos por qué creer a manada de mentirosos.

 

Picaporte

Nicaragua se levanta ante una reforma que atenta contra el pueblo y la respuesta del traidor al sandinismo, Daniel Ortega, fue la brutalidad, la represión y el atropello. Desde hace algunos años, la represión contra quienes lucharon en la revolución sandinista y ahora denuncia la perversidad del régimen de Ortega, es el pan de cada día. El sacerdote y poeta, Ernesto Cardenal, lo ha vivido desde ya varios años. Ahora, los resabios de la revolución sandinista reprimen a estudiantes, trabajadores, ancianos y religiosos. Lástima por el sandinismo; dignidad para el pueblo nicaragüense. 

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Oscar Barrera Sánchez

Doctor en Ciencias Sociales y Políticas por la UIA. Comunicador y filósofo por la UNAM y teólogo por la UCLG.