Maestría en Ciencias políticas de la BUAP

  • Miguel Ángel Rodríguez
Son tiempos difíciles para la juventud de México

La maestría en ciencias políticas de la BUAP renovó hace unos tres meses y medio (enero 2018) el reconocimiento como posgrado del Padrón Nacional de Posgrados de Calidad del Conacyt, y, lo más relevante, desde mi perspectiva, es el nuevo horizonte de vida, de futuro que se abre para los estudiantes que postulan para obtener una de las quince becas que el organismo autoriza para la maestría anualmente.

Son tiempos difíciles para la juventud de México, los chavos y chavas, entre 18 y 23 años, que logran entrar a la universidad pública son cada vez menos, pues alrededor de 700 mil abandonan el circuito escolar cada año, como triste, pero verídicamente, lo retrató hace un mes Manuel Gil Antón. En ese confuso paisaje siempre será un remanso de paz, para quienes deciden seguir estudiando, encontrarse con una beca de Conacyt para dedicarse a pensar y escribir, durante dos años, sin los amenazantes dilemas económicos, los temas que más despierten su curiosidad y condiciones de posibilidad para escapar del minotauro que de otro modo los convertiría, igual que a muchos de sus padres, en útiles a la mano, sombras y voces en el desierto.   

Por ello celebramos la existencia de la maestría en ciencias políticas. Un proyecto académico que, desde el comienzo, se propuso reflexionar de manera plural en torno al centro epistemológico de la ciencia política; es decir, junto a la propuesta explicativa, causal, científica de las relaciones de poder político, se consideró metodológicamente pertinente pensar también en una interpretación comprensiva o en una comprensión interpretativa del pensamiento politológico. El lado opaco de la razón, el no-ser, los sentimientos, la subjetividad, pues, han sido valorados, desde el romanticismo alemán, Friedrich Nietzsche, Max Weber, Martin Heidegger y Michel Foucault, por citar unos cuantos pensadores clásicos, como sendas fructíferas para pensar la compleja vida institucional  del Estado, los poderes de la unión, los partidos políticos, los empresarios y la sociedad civil, los modos de ejercicio del poder político, los tipos de dominación, que configuran y definen las relaciones del Estado de derecho con la violencia y con la justicia. ¿Cómo se relaciona el poder con la verdad, la violencia y la libertad?

Desde esa perspectiva epistemológica, con clara inclinación hacia la ontología, que necesariamente resumo, decidimos proponer el estudio de los fenómenos, estructuras, y relaciones políticas en clave plural y, con ese horizonte de sentido, sometimos a la aprobación de la maestría en ciencias políticas, con especialidad en sistema político mexicano, al Consejo Universitario.

Escribo esta incipiente historia de la maestría en ciencias políticas porque son parte sustancial de mi experiencia universitaria, en particular el posgrado es una suerte de destino, y, lo hago, para ejercer la memoria contra el olvido, que es, al mismo tiempo, la voluntad de poder, de vida, de autoafirmación.

Y en ese sentido, lo primero que entiendo es que los autores y fundadores del proyecto heredamos, en gran parte, el trabajo realizado por Luis Cervantes Jáuregui y, en consecuencia, pienso, que él puede considerarse como uno de los coautores del programa de la maestría, aunque Jorge Arrazola Cermeño y yo aparezcamos como coautores formales, sin la presencia del pensador guanajuatense nada hubiese sido posible.

Fueron jornadas extensas de diálogo con algunas de las autoridades universitarias. Los co-autores del proyecto pensamos en tres espacios posibles para el nacimiento de la maestría: la Facultad de Filosofía y Letras, la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y el recién inaugurado Instituto de Ciencias Sociales, fundado por Alfonso Vélez Pliego. Eran tiempos de agitación política, el conflicto de 1989 estaba en la memoria de la comunidad universitaria, el odio y la ira habían envenenado el debate ideológico hasta convertir a los universitarios en enemigos.

A mí me correspondió hablar con Alfonso Vélez Pliego, fueron charlas generalmente muy prolongadas y, a menudo, terminaban en la que hoy es la prestigiada biblioteca de la Casa Amarilla. Alfonso amaba la universidad, creo que esa fue la razón de su enraizamiento, de su fijación por Puebla. Un día me mostró muy orgulloso las obras completas de José Ortega y Gasset. Y en esa enorme bóveda semivacía me dijo que encontraba difícil que la maestría en ciencias políticas se fundara en el Instituto de Ciencias Sociales y me dio alguna razones de carácter político que por el momento no resulta relevante recordar.      

Jorge Arrazola Cermeño, co-autor del programa, por su parte, era el responsable de hablar y promover con las autoridades de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y con José Doger, rector de la BUAP, la fundación de la maestría. Y por esa vía, con la reconocida habilidad política de Jorge, se establecieron las bases para la fundación del posgrado en ese espacio, donde hasta la fecha continúa.  

El posgrado fue aprobado el 3 de octubre de 1994. Es decir, el próximo año cumple los primeros 25 años de existencia y, durante ese tiempo, se ha consolidado como un muy serio programa de estudios políticos, con una planta académica de investigadores, la inmensa mayoría miembros del Sistema Nacional de Investigadores, que se reúne a dialogar en nuestro espacio, a participar apasionadamente en el variado banquete que es el pensamiento político.          

¿Cómo comenzó la historia?

Corrían los tempranos años ochenta del siglo pasado cuando llegó a la BUAP, durante el periodo rectoral y con el apoyo decidido de Alfonso Vélez Pliego, un grupo de profesores de la Universidad Autónoma Metropolitana que cultivaba el estudio de la sociología weberiana, la teoría crítica, la filosofía alemana, la ciencia política y la historia de México. Conviene no olvidar que prevalecía en las aulas, por entonces, la enseñanza del marxismo en las escuelas de ciencias sociales y no era fácil enseñar a Max Weber sin ser caracterizado de manera casi automática, por el dogmatismo acrítico, como profesor reaccionario y aliado de la burguesía.

Entre los profesores que arribaron a la centenaria institución recuerdo con afecto y gratitud a Francisco Galván Díaz y a Luis Cervantes Jáuregui. Francisco fue fundador, con al apoyo de Carlos Monsiváis, de la “Letra S”, el primer suplemento sobre el sida en México; el segundo, se convirtió, a juicio de Francisco Gil Villegas, en un riguroso pensador de la sociología weberiana en México. Luis permaneció, hasta el día de su muerte, ocurrida en septiembre de 1992, como coordinador del seminario de pensamiento político que derivó con el tiempo, ya a principios de los años noventa, hacia el estudio de pensadores como Octavio Paz, Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger.

Otros profesores de la Universidad Autónoma de Puebla que participaron de aquel esfuerzo por inaugurar el estudio del pensamiento político, proponiendo seminarios vinculados con la reflexión sobre las relaciones de poder y el Estado, fueron la pareja de gramscianos Dora Kanoussi y Javier Mena ( de quien fui profesor adjunto), la foucaultiana y novelista María Teresa Martínez Terán y, en los cursos de filosofía jurídica, recuerdo al director de la revista Crítica Jurídica, Oscar Correas.

Por fortuna para nosotros y para la vida académica universitaria Luis Cervantes Jáuregui y Francisco Galván Díaz mantenían relaciones de trabajo e intercambio intelectual sistemático, entre otros, con Carlos Monsiváis, Luis Aguilar Villanueva, José María Pérez Gay, Lourdes Quintanilla, Gina Zabludovsky y Francisco Gil Villegas. No sería exagerado decir que fue la escuela weberiana de México la que mayor influencia tuvo sobre la perspectiva teórica y metodológica del programa de la maestría en ciencias políticas de la BUAP, la misma mirada que años después, en el 2000, me correspondió proponer para el programa de licenciatura en ciencias políticas.  

La presencia de ellos, su influencia intelectual, se encuentra vinculada, de diferentes maneras, a los orígenes del programa de la maestría en ciencias políticas. No es extraño que fuese el posgrado el que propusiera el doctorado honoris causa para la voluntad de estilo que era Carlos Monsiváis ni tampoco que el Consejo de Unidad de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales haya aprobado, en lo general, la cátedra Francisco Gil Villegas, un proyecto en marcha que Luis Ocho Bilbao, nuevo director de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, puede  consolidar y llevar a buen puerto en los próximos meses.

De esa red de colaboración se entiende el aval académico de Luis Aguilar Villanueva para la aprobación, por el Consejo Universitario, de la licenciatura en ciencias políticas (18/05/2000) y que Gina Zabludovsky haya prologado, con una calidez poco usual en la selva académica, mi libro Génesis del patrimonialismo mexicano.

 Lourdes Quintanilla, traductora de Benjamin Constant y estudiosa de Edmund Burke, nos llevó, a Luis, a Medardo, a Jorge y a mí, como sus alumnos del doctorado en la UNAM, al estudio de los clásicos de la historia política de México durante la Colonia y el siglo XIX. Luego se convirtió, y nosotros junto a ella, en una ávida lectora de Martin Heidegger. El filósofo alemán, vale la pena recordarlo, tuvo una gran difusión en la BUAP por la presencia de Oscar del Barco y Jorge Juanes como animadores de la revista Espacios. Donde participaban, entre otros, Julio Glockner, Hugo Diego Blanco, Marcelo Gauchat, Armando Pinto, Jorge del Olmo y Anamaria Ashwell -cito ahora de memoria.

Lourdes Quintanilla me pedía que le llevara los números que aparecieran de la desaparecida revista universitaria.

En fin, cada seminario merecería una atención específica, por la influencia sobre nuestra formación académica; no obstante, me concentro, por ahora, en el más tenaz de ellos, por la voluntad de permanencia y porque ahí están las raíces, la genealogía de la maestría en ciencias políticas. Me refiero, como ya dije, al seminario coordinado por Luis Cervantes Jáuregui. Entre los contertulios de los diferentes seminarios, organizados por más de seis años, vienen a mis recuerdos Julio César del Ángel, Jorge Arrazola, Israel Arroyo, Luis Ortega Morales, Medardo Maldonado, Alejandro Fonseca, Santiago Góngora, Anastacio Cabrera, Noé Castillo, Juan Carlos Canales, Denisse de Santiago y Héctor Hernández Sosa. 

Cada uno, como es natural, podría escribir una interpretación alrededor de ese periodo de la vida universitaria yo voy a intentar una primera versión, con la esperanza de que me ayuden los actores, la mayoría muy vivos aún, a recuperar y reunir los fragmentos de esa historia que, para empezar mal y al revés, hablan de la amarga experiencia de la muerte de un amigo.   

Luis Cervantes Jáuregui era, hacia 1992, asesor de mi tesis de maestría en ciencia política de la UNAM, una reflexión dedicada al estudio del patrimonialismo semi-burocrático como forma de dominación en el México colonial e independiente. Por ese tiempo, como quedó claro, Luis estaba emboscado, salía poco de la emboscadura y, por momentos, se perdía y se encontraba en la metafísica dionisiaca de la música wagneriana. Trabajaba en su tesis de   recepción doctoral en la que debatía sobre la modernidad y el nihilismo, pero con el disfraz de los valores políticos.

El último día que lo vi fue en su casa de la calle Benjamin Hill y debió ser el mes de julio de 1992. Desde hacía semanas presentaba dolores y molestias intestinales que él asociaba con la gastritis, por teléfono me sugería algunas correcciones para la tesis y charlábamos  un poco de su investigación doctoral ya terminada, sobre los valores políticos, que eran un pretexto para adentrarse en la ontología.

Esa tarde lluviosa me hizo entrar al siempre ordenado estudio y, con sonrisa cómplice, apuntó al escritorio con gesto de falsa presunción para hacerme ver los dos tomos azules de Martin Heidegger sobre Nietzsche -de la editorial Destino- que estaba leyendo y que, eso me dijo, reanudaría en cuanto se recuperara del todo. Luis lucía pálido y con visibles estragos del dolor sobre su estómago. No duré mucho tiempo en su casa, como era usual, el malestar lo doblaba, así que nos abrazamos y nos despedimos con un sencillo hasta luego.

Nada pudo la medicina contra el mal de Luis, pues el cáncer se anidó en el páncreas y el descubrimiento del mismo fue, como ocurre tantas veces, muy tardío. En un frío septiembre se fue nuestro amigo y maestro, en la cúspide de la vida y de su pensamiento, a los 43 años de edad, apareció, para llevárselo, la putilla de rubor helado. Nos heredó la tarea de fundar el estudio de la ciencias políticas en la Universidad Autónoma de Puebla.

Días después de su muerte su esposa Martha me dijo que Luis había dispuesto, durante su agonía, que algunos de sus mejores amigos y discípulos eligieran, con toda libertad, un libro de su preferencia. Elegí Eumeswil, de Ernst Jünger, un libro que el pensador guanajuatense estimaba muy alto y del cual había hecho una profunda y brillante interpretación en varias de las sesiones del seminario de los miércoles que se realizaba, puntualmente, a partir de las cuatro de la tarde, en el tercer piso del hermoso edificio Arronte.

Lo más impresionante de la experiencia con la muerte de Luis fue recibir aquella tarde, de manos de su mujer, alrededor de 50 fichas con anotaciones, comentarios y sugerencias para mi tesis de maestría, que Luis terminó de leer antes de que el terrible mal le ganara la partida. Con inmensa tristeza me dediqué a leer la generosa crítica de Luis y a incorporar sus observaciones a mi trabajo de tesis, por algún tiempo viví una experiencia en la que el yo de Luis, su poder de influencia, se continuó en mi trabajo. Una presencia de la que no he querido ni he podido olvidarme.

Y todavía, a veces, me imagino verlo caminar, espirifláutico, por las coloniales calles del centro histórico de Puebla, con el portafolio de cuero en la mano, a la espera de sus estudiantes para reanudar el seminario cruelmente suspendido por la inoportuna sombra, a la que, supongo, estará atormentando con preguntas profanas, como las de la amistad más allá de la muerte.    

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Miguel Ángel Rodríguez

Doctor en Ciencia Política y fundador de la Maestría en Ciencias Políticas de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Investigador y filósofo político. Organizador del Foro Latinoamericano de Educación Intercultural, Migración y Vida Escolar, espacio de intercambio y revisión del fenómeno migratorio.