Por fin ¡me reinventé!

  • Alejandra Fonseca
El intento de diálogo con los jóvenes. La tecnología, el medio comunicante. El resultado.

No creo que haya alguno de 30 años; van de 18 a 26, por lo mucho. Sentados e inmersos en sus celulares, llegué y me senté en su mesa. Volteé alrededor y nadie me miraba. Saludé y nadie me contestó. Me dirigí a ellos pero no respondieron. Abrí mi laptop, la prendí y no supe cómo compartir datos desde mi celular.

 

Eran seis en la mesa. Ninguno me veía pero yo los miré de uno en uno y me dirigí a quien parecía ser su líder, sentado en el extremo opuesto, a quien le dije en voz alta: “Disculpa, ¿sabes cómo pasar wifi del celular a la lap?” Sin subir la mirada de su Smartphone ni emitir palabra alguna, movió la cabeza en afirmativo. “¿Me podrías ayudar? Yo no sé.”

 

Se levantó sin dejar de atender su celular y no vio por dónde caminaba pero llegó donde estaba. Sin levantar la mirada me dio las instrucciones para buscar en mi celular una función. No la encontré. Le extendí mi celular en calidad de indefensa, mirándolo fijamente a los ojos para ver si me volteaba a ver, y no. Tomó mi celular como si fuera un imán y lo empezó a teclear con el dedo gordo de su mano derecha; en la izquierda, tenía el suyo. “Ya está”, dijo. “Ahora dale al wifi de la lap”, y se regresó a su lugar sin siquiera verme.

 

“¿Y ahora qué hago?, --pensé--. ¡No sé ni puta madre cómo trabajar por redes sociales!” Me volteé a mirarlos y recordé que: “Si en un bosque, cae un árbol y nadie lo escucha, ¿existe el sonido?” “¡Ni madres!”, me dije. Pero había venido a aprender, ¡e iba yo a aprender aunque no existiera para ellos!

 

“¿Puedo ver cómo trabajan?”, insistí. Nadie me peló. “¿Puedo acercarme para ver qué hacen?” Nadie respondió. Me levanté de mi asiento, jalé una silla y me senté en segunda fila, detrás de dos muditos. Ni se inmutaron. Cuando me acerqué a la muchacha para decirle que si podía ver qué hacía, me dijo que no, ¡por fin habló! Otro muchacho se levantó sin ver. Y entonces quedé, otra vez, con el que parecía su líder y una muchacha con la que hablaba.

 

Me acerqué a ellos. “¿Puedo saber cómo trabajan?”, pregunté. “Es que todos trabajamos distinto”, respondió el líder. “¿Me puedes enseñar? ¡No sé nada! Sólo lo básico”, dije casi en un ruego. “Está bien, sólo lo básico”, accedió y me enseñó lo basiquísimo. 

    

Después de un rato, cuando parecía que tomaría un descanso, se portó más accesible. Le pregunté de dónde era, cuál era su trayectoria… ¡y me enteré que no hay trayectoria, nada se comparte! Viven el momento, se actúa para ahorita. ¡No hay pasado! Cuando me tocó hablar de mí, sentí el vacío, sus miradas huecas, la ausencia de su presencia, el limbo, mi soledad… ¡Mi historia no existe, no cuenta; lo que pude haber sido, ya no es; mi memoria y mis recuerdos son desechables; mi existencia es sólo este momento, sin más! Y me gustó.

 

Me sentí feliz: ¡Llegué al futuro, donde no importa tu edad, tu pasado, tu trayectoria, tu historia, tus triunfos y fracasos, tu extracción social, tu medio ambiente! No importa nada. Por fin, ¡me reinventé!

 

Gracias.     

 

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
Psicóloga, filósofa y luchadora social, egresada de la UDLAP y BUAP. Colaboradora en varias administraciones en el ayuntamiento de Puebla en causas sociales. Autora del espacio Entre panes