Tremenda oralidad

  • Abelardo Fernández
Comer por cultura. La función de la oralidad.

Alguna de las maneras en que nos agredimos es a través de la comida, es curioso, pero esto termina siendo algo que te puedes dar cuenta de inmediato que está instalado en la cultura, en nuestra cultura. Miraba en el Netflix una serie Sueca que puedo traducir como “familias ensambladas”, el drama de la construcción de una familia propia juntando dos familias destruidas, quizá una manera más de agredirnos en el nombre de lograr la “familia soñada” otra idea llena de masoquismo y autodestrucción que lleva siempre la plusvalía de pensar que no estamos solos y que construimos un proyecto compartido.

La reflexión en torno a la comida es que los actores de esta serie son todos delgados, de hecho, muy delgados, sus cuerpos parecen estables y llenos de paz y tranquilidad: todo parece indicar que ellos solo comen lo que necesitan, de hecho, son muy cuidadosos con sus cuerpos y se cuidan mucho de la gordura y el exceso de peso, son disciplinados en ese sentido. Puedo hablar en el nombre de todos los mexicanos pero eso me parece irresponsable, de hecho, es una irresponsabilidad muy nacional el pensar que todos los mexicanos somos iguales, clásico justificarse con este tipo de generalizaciones mentales, pero esto, narraré en primera persona mi reflexión y quien se sume a ella, no importa si son muchos o son pocos, de todos modos lo que importa es la reflexión y no la estadística que esta implica, haremos que este pequeño ensayo valga la pena.

Mi primer reconocimiento es que hace mucho años comía por complacer a los demás, particularmente a mamá que me pedía que comiera para que ella se sintiera bien por la comida que había preparado, en mucho me acostumbré a comer por complacer al otro, en ese sentido no solo no registraba mi sensación de satisfacción personal sino que más bien esperaba la satisfacción de mamá de saber que su comida me había gustado mucho, y además, su satisfacción no solo tenía que ver con que me gustara la comida que preparaba sino que, además, tenía que ver con la cantidad de comida que me comiera, recuerdo el plato rebosante de comida que me servía “para su satisfacción”.

Por si fuera poco, la cantidad de condimentos que llevaba la comida tampoco era algo que pasase por mi conciencia y mucho menos por mi decisión. Si llevaba carne, grasa, pastas, harinas, verduras de todo tipo o lo que fuera, era algo de lo que yo no tenía conciencia alguna, muchísimo menos la conciencia de que yo pudiera llegar a ser la persona que decidiera qué comer, cómo comérsela y la cantidad que estuviera listo mi estómago para digerirlo. Mi panzota entonces fue una feliz contribución a la felicidad materna y a la estabilidad de la familia, claro, este es uno más de las condiciones, comer de esta manera también te da el gran sentido de la pertenencia a la familia, ¿cómo te podrías atrever a negarte comer o comer menos que los demás o no limpiar el plato con pan y tortillas para que todos notaran tu alegría y tu cariño materno?

En estos dos últimos años he venido haciendo conciencia de qué es lo que me como e incluso he venido advirtiendo lo que puede pasar dentro de mi estómago a la hora que me lo coma y cómo me sentiré durante todo el día: es increíble la sensación de relajación que tienes todo el día cuando tu estómago no tiene que estar digiriendo las ilusiones de mamá todos los días, necesitaba muchísimo menos comida de la que me servían por supuesto. Después comencé a reflexionar que toda esta oralidad cultural adquirida me había llevado también a comprar muchas cosas, muchas y en cantidades excesivas que no necesito realmente, comencé a darme cuenta que la voracidad social de comprar más casas, más terrenos, más todo tiene mucho que ver con esta oralidad desmedida de seguir satisfaciendo las ilusiones interminables de mamá de seguirnos alimentando; fue mucho mayor la lucidez de mi reflexión de lo que imaginaba.

¿Cómo serán las mamás de la mayoría de los políticos?, pensé. En fin, ahora solo me queda rematar este artículo diciendo que nos sentiríamos tan bien, tan saludables, tan confortados, tan tremebundamente sanos si solamente consumiéramos lo que necesitamos, lo que nuestro cuerpo y nuestra mente puede digerir, y no más. El exceso de todo está creando estas terribles enfermedades sociales que no terminamos de combatir y de entender. Quizá aparezca por ahí alguna que otra persona que entienda todo esto de lo que estoy hablando. Les deseo a todos una buena semana. Salud. 

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Abelardo Fernández

Doctor en Psicología, psicoterapeuta de Contención, musicoterapeuta, escritor, músico y fotógrafo profesional.